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El mirador de los Planes de Renderos… un legado en peligro

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Por Carlos Gregorio López Bernal
Publicado el 12 de agosto de 2025


Ya se volvió costumbre que este gobierno destruya o manosee el patrimonio cultural inmueble. Demolió el edificio del Banco Hipotecario para montar un adefesio arquitectónico que desentona sobremanera con el entorno del centro histórico. Removieron las baldosas del Palacio Nacional para ponerle un ordinario piso de cerámica propio de cualquier centro comercial. Destruyeron sin compasión el edificio histórico del Hospital Rosales, sin que se les cruzara la idea de al menos conservar algo por respeto a la historia y a la memoria del filántropo que donó dicho hospital. Hoy resulta que están interviniendo el mirador de los Planes de Renderos, icónica obra de una época singular. A la falta de conocimiento y valoración del patrimonio cultural se añade el mal gusto que se manifiesta en el abuso del vidrio, el cemento y la cerámica.

El mirador de los Planes de Renderos es uno de muchos proyectos culturales desarrollados en las décadas de 1950 y 1960, como parte de la revolución de 1948. Esos proyectos arrancaron en la administración de Óscar Osorio, militar visionario y de ideas progresistas que trató de combinar las apuestas de desarrollo económico con las políticas sociales de Estado. Osorio sería un precursor de lo que después se dio en llamar inclusión social. Como parte de esas inquietudes, en esos años, el Estado impulsó una serie de proyectos orientados a dar a las clases trabajadoras espacios de esparcimiento y dignificación. Había un trasfondo moralizante que hacía eco de las preocupaciones de Alberto Masferrer y de las sociedades mutuales de artesanos, en el sentido de apartar a los trabajadores de los vicios y atraerlos hacia experiencias que los dignificaran. 

Cualquier apuesta en ese sentido requería recursos económicos, ideas y personas que las implementaran. Por una feliz coincidencia las tres variables se juntaron en esas décadas. Para entonces, el café era el principal producto de exportación y aconteció que los precios del café pasaban por un buen momento. Esto no era novedad, ya antes había sucedido, pero no se había aprovechado la bonanza económica para ir más allá. En 1947 el quintal de café valía 73.4 colones; para 1954 había alcanzado 170.1. Aunque bajó en los años siguientes, se mantuvo arriba de los 100 colones. Osorio tenía la virtud de rodearse de gente inteligente y competente y tenía un claro sentido de oportunidad. ¿Cómo aprovechar la bonanza económica para llevar recursos al Estado y con ellos financiar la modernización? Los cafetaleros y en general los empresarios no son amigos de los impuestos, pero Osorio logró que los aceptaran. Tenía una oferta atractiva: diversificar y modernizar la economía. Además, propuso un impuesto que variaba según los precios del grano. Era una fórmula genial: si ganaban más, pagaban más; si los precios bajaban, pagaban menos.

En el área social se impulsó el turismo interno para lo cual fue necesario construir infraestructuras aprovechando el potencial de ciertos espacios. Había una Junta de Turismo, dirigida por el poeta Raúl Contreras quien convocó a otras personas y comenzaron a construir una serie de parques y espacios de recreo que más tarde serían conocidos como “turicentros”. Por primera vez, los trabajadores disponían de espacios dignos para su esparcimiento y descanso. En lugar de la cantina, el prostíbulo y los juegos de azar podían concurrir con su familia a estos nuevos centros de convivencia. 

El listado es largo: la Puerta del Diablo, Ichanmichen, Apulo, Los Chorros, Atecozol, Amapulapa, por mencionar algunos. Se dice que Raúl Contreras, en su calidad de presidente de la Junta de Turismo, se iba a recorrer el país y cuando llegaba a un lugar atractivo al que le veía potencial, le decía al chofer que parara, bajaba y con un gesto muy suyo tomaba posesión del lugar en nombre de las musas. Luego informaba al presidente Osorio para que hiciera lo necesario para comprar el terreno. En ocasiones, conseguía que los dueños los donaran: así aconteció con los Chorros, donado por la familia Deininger y el Cerro Verde donado por los Regalado.

Osorio tenía el poder, Contreras la inspiración. Pero alguien tenía que diseñar y construir. Aquí entra en escena el ingeniero René Suárez, sobrino de Contreras. Suárez era ingeniero graduado de la Universidad de El Salvador, pero su pasión era la arquitectura. Estudió esta disciplina cuando estuvo exiliado en México, pero no se graduó porque no se matriculó por falta de atestados. Suárez fue un innovador en todo sentido; sus diseños eran claramente distinguibles. Las inspiraciones del poeta le dieron amplio espacio para innovar, lo que a menudo lo llevó a correr riesgos, como lo muestran sus intervenciones en la Puerta del Diablo, los Chorros y el mirador de los planes de Renderos; en todos logró armonizar con la naturaleza.

Uno de sus primeros proyectos fue el mirador de los Planes. La belleza y potencial del lugar ya eran conocidos. Se volvió más popular cuando el Instituto de Colonización Rural donó sus terrenos en los planes de Renderos para construir el Parque Balboa ambientado con esculturas de Valentín Estrada. El mirador tenía potencial, pero construir ahí era todo un reto por lo escabroso del terreno. El problema era cómo garantizar la estabilidad y seguridad del mirador a pesar de lo inclinado del terreno, de tal modo que no fuera afectado por terremotos o deslaves. El diseño estructural funcionó, prueba de ello es que el mirador todavía existe. Luego había que lograr que la estructura no obstaculizara la visibilidad del paisaje hacia la parte baja; es por eso que su estilo arquitectónico privilegia la funcionalidad, rasgo recurrente en los trabajos de Suárez, como bien lo muestra el hotel de montaña en el Cerro Verde.

¿Qué movió a esos gobiernos con fuerte predominio militar a impulsar proyectos como estos?, ¿Por qué hoy día no encontramos algo parecido? Responder a esas preguntas requiere más investigación, pero también hacer a un lado prejuicios. Una revisión de los presupuestos de gobierno muestra que el gasto social, especialmente en educación y salud, creció mucho entre 1950 y 1973; por el contrario, el gasto en defensa y seguridad disminuyó sostenidamente, como bien lo muestran los trabajos de William Pleitez. Más aún, la inversión estatal creció sin aumentar la deuda. Esta tendencia inició con la revolución de 1948 y se sostuvo hasta finales de la década de 1969, cuando se cometió el error de ir a la guerra con Honduras. De ahí en adelante el país perdió el rumbo y los problemas se acumularon hasta llegar a la crisis que condujo a la guerra civil.

De entre los gobernantes de ese tiempo, Óscar Osorio es figura sobresaliente. Fue un hombre visionario y audaz que supo entender los problemas del país y visualizar posibilidades para superarlos. Osorio tuvo otra virtud: alejarse dignamente del poder cuando la correlación de fuerzas dejó de favorecerlo. Terminó como empleado de gobierno en un modesto puesto en el Instituto de Colonización Rural. René Suárez dice, en una entrevista publicada de El Faro, que Osorio “murió sin dinero. Toda esa gente rica pagó su entierro, porque lo querían”. De ser cierto, este personaje merece mejor consideración por parte de los salvadoreños. Y que cuando pasen un fin de semana en uno de los lugares de esparcimiento que él mandó a construir piensen que no todos los presidentes llegan al poder para perpetuarse en él, ni para dilapidar los recursos públicos, ni para enriquecerse. Y ojalá que la “intervención” en el mirador de los planes de Renderos respete el legado de Raúl Contreras y René Suárez. ¿Sería mucho pedir?

Historiador, Universidad de El Salvador

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