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Ochenta años después, el mundo sigue en vilo por la amenaza nuclear

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Por Andrés Hernández Alende
Publicado el 09 de agosto de 2025


Este 6 de agosto se cumplieron exactamente 80 años del momento pavoroso en que Estados Unidos lanzó la primera bomba atómica de la historia contra la ciudad japonesa de Hiroshima. Tres días después, la aviación norteamericana arrojó una segunda bomba nuclear sobre la ciudad de Nagasaki.

Unas 140,000 personas murieron por el impacto atómico en Hiroshima, y otras 70,000 en Nagasaki. Los efectos del ataque nuclear, cometido cuando finalizaba la Segunda Guerra Mundial, fueron devastadores y a largo plazo. La exposición a la radiación tuvo consecuencias nocivas para la salud de los sobrevivientes y de muchos de sus descendientes, con una elevada incidencia de enfermedades, malformaciones genéticas y trastornos psicológicos. Japón sufrió un trauma nacional provocado por la pavorosa agresión y sus secuelas.

El gobierno de Harry S Truman –quien a pesar de sus creencias cristianas no vaciló en ordenar el lanzamiento de las bombas atómicas– argumentó que su objetivo era lograr el rendimiento de Japón y evitar el enorme número de bajas estadounidenses que se produciría si Estados Unidos invadía el archipiélago nipón. Pero el Eje formado por Alemania, Italia y Japón ya había sido derrotado, y Japón estaba militarmente vencido. ¿Había necesidad de invadirlo?

El gobierno norteamericano quería mostrar su poderío nuclear –exclusivo en ese momento– al mundo y especialmente a la Unión Soviética, que se había consolidado como una potencia socialista tras derrotar la invasión nazi, eliminar el dominio hitleriano en Europa del Este, y finalmente tomar Berlín. La Guerra Fría comenzaba inmediatamente, con el fin de la Segunda Guerra Mundial. Y con la Guerra Fría, comenzaba también una carrera armamentista en la cual no solo la Unión Soviética, sino también otros países, entre ellos el Reino Unido, Francia, China y, según se cree, Israel, lograron desarrollar sus propias armas nucleares con propósitos de disuasión.

Este miércoles 6 de agosto, Hiroshima conmemoró el 80 aniversario del bombardeo nuclear, la espantosa visión del hongo atómico que se elevó sobre la ciudad y la cubrió con una radiación mortífera que mató al instante a decenas de miles de personas, la inmensa mayoría civiles, muchos de ellos mujeres, niños y ancianos.

En la conmemoración del pasado 6 de agosto, los sobrevivientes de la hecatombe nuclear, conocidos en japonés como hibakusha, cuya edad promedio es de alrededor de 86 años, se mostraron horrorizados ante el creciente apoyo de líderes mundiales a la posesión de armas nucleares con fines disuasivos.

Nihon Hidankyo, una organización japonesa integrada por sobrevivientes del bombardeo atómico, que el año pasado recibió el Premio Nobel de la Paz por sus esfuerzos por erradicar las armas nucleares, expresó en un comunicado: “No nos queda mucho tiempo, mientras enfrentamos una amenaza nuclear mayor que nunca”.

El pasado junio, el mundo observó con aprehensión el enfrentamiento entre Israel e Irán y el ataque aéreo de Estados Unidos contra instalaciones clave del programa nuclear iraní, que Teherán afirma que tiene fines pacíficos. El conflicto renovó en todo el mundo el temor a una confrontación nuclear, cuyas consecuencias serían devastadoras y nos pondrían al borde de una catástrofe planetaria. El enfrentamiento, por fortuna, terminó a los 12 días de haber comenzado, pero las tensiones en la conflictiva región del Oriente Medio se mantienen.

Ochenta años después de dos bombardeos nucleares que marcaron para siempre a la humanidad, no podemos permitir bajo ningún concepto un nuevo rearme, ni siquiera el mantenimiento de arsenales atómicos con fines disuasivos. Es urgente la erradicación total de esas armas capaces de generar, como ocurrió en Hiroshima y en Nagasaki, una bola de fuego de un millón de grados centígrados que calcina inmediatamente todo lo que se encuentra en su radio de acción y que deja una letal contaminación radiactiva por muchos años.

Como reza la frase que se atribuye a Albert Einstein, “no sé con qué armas se peleará la tercera guerra mundial, pero la cuarta será con palos y piedras”, una referencia al desastre global que una confrontación atómica causaría. La humanidad no puede tolerar que su existencia transcurra bajo la amenaza nuclear y la devastación de la guerra. No puede tolerar que líderes irresponsables nos empujen hacia el precipicio de la catástrofe e incluso de la extinción. Ocho décadas después del pavoroso ataque atómico contra la población civil en Hiroshima y Nagasaki, las armas nucleares se deben erradicar para siempre.

Andrés Hernández Alende es un escritor y periodista radicado en Miami. Sus novelas más recientes son El ocaso yLa espada macedonia, publicadas por Mundiediciones. También ha publicado el ensayo Biden y el legado de Trumpcon Mundiedicionesy el ensayoUna plaga del siglo XXI, sobre la pandemia del COVID-19.

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