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El Padre

En un mundo se ha vuelto un lugar oscuro y confuso, el sacerdote diocesano nos recuerda que hay un Dios "que nos da misericordia". Sería bueno tomarnos el tiempo de  hacerlo sentir apreciado, abrirle nuestro hogar.

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Por Carmen Marón
Publicado el 03 de agosto de 2025


Hace unas semanas se hizo viral la noticia de la muerte de un sacerdote italiano posiblemente a raíz de la enorme carga emocional que pesaba sobre sus espaldas. El post fue compartido miles de veces con solicitudes de "oremos por los  sacerdotes". Pero, en la práctica, el "cura" de una parroquia salvadoreña sufre  exactamente lo mismo que el de la noticia. 

Cuando un hombre decide ser sacerdote busca servir y salvar almas. No se puede negar que haya sacerdotes que no cumplan con lo que su ministerio les exige, pero tristemente se generaliza lo negativo.  

 Además de su ministerio espiritual, el sacerdote diocesano es psicólogo, consejero, arquitecto, ingeniero, médico de cuerpos y almas, administrador, trabajador social, maestro, chofer, gestor de proyectos y mucho más. Adicionalmente a la misa de  domingo, las parroquias desarrollan actividades toda la semana: misa diaria, Hora Santa, reuniones de Consejo, ministerios, comunidades, cofradías, jóvenes y estudios bíblicos. Añadan visitas rotativas a las diferentes sedes o sectores,  bautizos, primeras comuniones, confirmaciones y, casi a diario la confesión y la  unción de los enfermos, fiestas patronales, y del calendario litúrgico. Y claro el  sacerdote lleva una vida de oración personal , además de las horas específicas  establecidas por la Iglesia. Es una vida intensa. 

El sacerdocio en la Iglesia católica no es una carrera, aunque requiere estudiar en  un seminario, sino un llamado al que miles de hombres salvadoreños han respondido  a través de los años. Pero el sacerdote no es un superhombre, es un ser humano  ordinario que ha recibido un ministerio extraordinario y que se agota, se enferma y se  cansa física y psicológicamente. Pocos sacerdotes se quejan de su vida, pues lo ven  como parte del "sí" generoso que dieron. 

Sin embargo, es agotador y sacrificado en todo sentido. Por la obediencia debida al obispo, los sacerdotes se trasladan dónde y  cuándo el obispo les ordena, y cuando llegan a su nueva misión, los parroquianos  esperan un clon del párroco anterior. 

Los sacerdotes diocesanos priorizan el ministerio entre sus fieles sobre su familia, su tiempo de descanso y usualmente utilizan su poco sueldo para solventar necesidades de la parroquia,especialmente en el área rural. Y, como todo ser humano, el sacerdote envejece. Canónicamente, se jubila a los setenta y cinco años, aunque siempre sigue siendo sacerdote. En los  últimos años, las Iglesia ha hecho esfuerzos para que los sacerdotes coticen con el  ISSS y, si es posible, con las AFP, pero hay muchísimos sacerdotes ancianos quienes, a falta de una familia que los cuide, terminan viviendo en una parroquia, olvidados  por sus ovejas, tras cuarenta o cincuenta años de entrega.  

 ¿Quién apoya al sacerdote cuando lo necesita?

Hace unos años, estaba en una  vela, cuando entró un sacerdote que yo conocía, vestido con su sotana para oficiar al  responso. Iba con un matrimonio que se había ofrecido llevarlo. A la salida, le pregunté al Padre si había cenado. Cuando me dijo que “no”, propuse ir a un restaurante de comida rápida cercano. Hubo un silencio incómodo : la sotana.  Sugerí al matrimonio que entonces le pasaran comprando algo en un autoservicio. El Padre terminó cenando más café recalentado con pan, porque a la pareja se le fue el pájaro y él sintió pena de recordarles. 

En otra ocasión, una persona contó en una reunión que había visto al “Padre" en un centro comercial y no la había saludado. ¡Además de materialista ,enojado! ¿Qué andaba haciendo “un cura” en un centro comercial? Si el sacerdote da una homilía larga, habla mucho; si es corta, no estudia. Si no atiende a alguien, no hace nada. Si atiende a los pobres, es socialista. Si acepta un almuerzo, busca a los ricos. Nunca queda bien. 

En un mundo se ha vuelto un lugar oscuro y confuso, el sacerdote diocesano nos recuerda que hay un Dios "que nos da misericordia". Sería bueno tomarnos el tiempo de  hacerlo sentir apreciado, abrirle nuestro hogar para una cena, ver cómo podemos  ayudar a los ancianos para que tengan calidad de vida y estar respetuosamente  pendiente de lo que necesita. El sacerdote es quien permite que, para nosotros los católicos, Cristo siga, y siga y siga. La salud física, mental y emocional de los  sacerdotes depende que el pueblo entienda que su entrega tiene límites humanos. 

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