Del barroco a Romero, la religión ha dejado huella en el arte de El Salvador
Desde los retablos barrocos de la época colonial hasta las reinterpretaciones contemporáneas de San Óscar Romero, las imágenes, esculturas, templos y pinturas han sido espejo de la fe, la identidad y las tensiones sociales del país.
Durante la época colonial, El Salvador formaba parte de la Capitanía General de Guatemala y, como en el resto de América, la Iglesia fue la gran promotora del arte. Los templos y conventos se llenaron de imágenes religiosas que tenían un objetivo claro: enseñar la fe católica a través de la vista.
La especialista en arte Astrid Bahamond explica en su ensayo "Procesos del Arte en El Salvador" que la arquitectura barroca fue el marco de una producción plástica dominada por la religión. Las esculturas, casi siempre hechas en madera y pintadas con vivos colores, buscaban emocionar al creyente y hacerlo sentir más cerca de lo divino.
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Aunque muchos de estos artistas permanecieron anónimos, se sabe de nombres como Quirio Cataño, Miguel de Aguirre o Antonio de Rodas, quienes elaboraron crucifijos, vírgenes y retablos de gran dramatismo, según según Isabel Casín, en su tesis de doctorado en la Universidad Complutense de Madrid. Estas piezas, cargadas de realismo, mostraban a santos y Cristos como figuras casi vivas, destinadas a conmover al pueblo.
A diferencia de otros países de América, en El Salvador hubo poca mezcla entre lo indígena y lo barroco español. Por eso la mayoría de estas obras siguieron fielmente los modelos europeos. Su función no era decorativa: eran verdaderos "libros abiertos" que transmitían la religión a una población en gran parte analfabeta.

La herencia colonial también se refleja en la arquitectura, donde las iglesias católicas se convirtieron en símbolos de poder espiritual y cultural. Según el arquitecto Rafael Alas Vásquez, estudioso del arte salvadoreño, las construcciones religiosas dejaron un legado fundamental al país.
Ejemplos como la iglesia de La Santa Cruz de Roma en Panchimalco o la de Santiago Apóstol en Chalchuapa muestran ese esplendor. Ambas conservan las llamadas fachadas-retablo, un recurso muy característico del barroco. Estas fachadas exteriores imitan la riqueza ornamental de los retablos que se colocan en el interior de los templos, cerca del altar: columnas, nichos, esculturas de santos y elaborados adornos que transmiten solemnidad y devoción.
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Estas iglesias no solo eran lugares de oración, sino también auténticos centros comunitarios. Sus muros y ornamentos hablaban de una sociedad donde lo religioso lo impregnaba todo. Cada detalle arquitectónico tenía un propósito: educar a los fieles, recordarles las historias bíblicas y reforzar la identidad católica.
Aunque muchas de estas construcciones han sufrido el paso del tiempo y los embates de la naturaleza, siguen en pie como testigos de cómo la fe se materializó en piedra y cal, dejando una huella imborrable en el patrimonio cultural salvadoreño.

PINTURA DEL SIGLO XIX AL XX
Si bien la escultura fue la forma de expresión religiosa más abundante en la época colonial, con el paso de los siglos la pintura también dejó su huella. Según Rafael Alas, la producción pictórica fue más limitada, pero no menos significativa.
Entre los pioneros se encuentran los pintores Wenceslao Cisneros y Dolores Cisneros, así como Marcelino Carballo, quienes a finales del siglo XIX y principios del XX realizaron obras por encargo para iglesias y colecciones privadas.
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Una de las piezas es el óleo "La Trinidad desciende al purgatorio", pintado por Dolores Cisneros hacia 1900. Conservado en el Museo de Arte de El Salvador (Marte), muestra a las tres divinas personas rescatando almas. "Más que una imagen decorativa, la pintura se convierte en testimonio de valores sociales y religiosidad popular del siglo XX temprano", explica Jaime Izaguirre, director artístico del museo Marte.
Así, aunque la pintura religiosa fue menos abundante que la escultura, dejó testimonios valiosos del modo en que la fe continuó inspirando a los artistas nacionales.

Con la llegada del siglo XX, el arte salvadoreño comenzó a mirar hacia otros horizontes. La modernidad trajo consigo estilos y preocupaciones distintas, y lo religioso dejó de ser tema central. Como señala Bahamond, en el marco de la exposición "La última cena. Alegorías religiosas" en 2016, "las obras de contenido sacro no han sido constantes en el arte moderno salvadoreño, pese a que culturalmente se mantiene una fuerte conciencia monoteísta".
Aún así, varios artistas mantuvieron un diálogo con lo espiritual. Rosa Mena Valenzuela realizó numerosos Cristos y un vía crucis.
El maestro Rubén Martínez Bulnes, tanto pintor como escultor, es recordado como el creador de la Iglesia El Rosario en el Centro Histórico de San Salvador, una joya arquitectónica moderna con vitrales y arte de hierro forjado. Pero también elaboró esculturas religiosas y estaciones del vía crucis que muestran su capacidad de unir tradición y vanguardia.
El pintor César Menéndez ha dejado una huella con obras monumentales como un reconocido vía crucis, mientras que Rodolfo Molina trabajó junto a Gödö Avilés en un mosaico de Nuestra Señora de la Paz para la Basílica de la Anunciación en Nazaret, representando a El Salvador en un templo internacional.



Así, aunque el arte sacro ya no marcaba la pauta, el siglo XX dejó ejemplos significativos de cómo los artistas salvadoreños reinterpretaron la fe en un contexto moderno.
SAN ROMERO EN EL ARTE
La canonización de San Óscar Arnulfo Romero en 2018 abrió una nueva etapa en el arte sacro y religioso salvadoreño. El arzobispo mártir se convirtió en un ícono espiritual y cultural que inspiró a artistas de distintas generaciones.
El pintor Cristian López entregó al Vaticano un retrato oficial y realizó otro a escala natural en la Catedral de San Salvador. El maestro Luis Lazo Chaparro, autor del vía crucis en la cripta de la catedral, también pintó un retrato de Romero que fue enviado a la Santa Sede, en Europa.
Rafael Varela plasmó su imagen en un lienzo de gran formato en el Aeropuerto Internacional y en el retrato oficial de Casa Presidencial. La artista Gothy López creó un retrato exhibido en Roma, y el franciscano Robert Lentz lo representó con la técnica bizantina. En el arte monumental, Antonio Bonilla lo incluyó en un mural cerámico del Museo de Antropología y Napoleón Alberto (hijo) modeló la estatua de la Plaza Salvador del Mundo.

Estas obras muestran cómo Romero se ha convertido en un puente entre fe, memoria histórica e identidad nacional, como resalta Izaguirre.
Aunque el arte contemporáneo ha diversificado sus temas, lo religioso sigue siendo un pilar de la cultura visual salvadoreña. En talleres y pequeños negocios aún se producen imágenes devocionales.
El Marte subrayó este vínculo con la exposición "Trabajo, fe y gozo" (2024), que mostró cómo la religiosidad cotidiana atraviesa tanto las artes plásticas como las artes populares y la artesanía.
Incluso los robos de imágenes religiosas, como la de Santa Rosa de Lima en Sensuntepeque este 2025, evidencian el valor cultural y económico de estas piezas, muchas con siglos de antigüedad.
El recorrido histórico confirma que la religión ha sido un pilar de la identidad cultural salvadoreña. Desde los retablos barrocos hasta las representaciones modernas de Romero, lo sagrado ha moldeado estilos y sensibilidades.

Como recuerda Jaime Izaguirre, no es casual que el mismo nombre del país —El Salvador— y de varios departamentos evoquen referencias cristianas. "Historia, tradición y práctica religiosa están entrelazadas y las artes funcionan como su espejo".
Más allá de épocas y estilos, la fe sigue siendo un motor creativo y un espejo de la vida cotidiana. En templos centenarios, en mosaicos de Tierra Santa, en vitrales modernos o en imágenes procesionales, lo religioso ha estado siempre presente en la plástica salvadoreña. Y todo indica que seguirá estándolo, como parte inseparable de nuestra cultura e identidad (artículo asistido por IA).

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