Noche de Amor del Astro y la Ilusión

Desde las rejas del carro de leones el lanza-puñales había espiado el camerino de Casio, la dulce infiel. Fue cuando vio entrar en él a Sirius el malabar, entre las sombras nocturnas. Recordó al rey de espadas de la baraja de la vidente, clavándolas en su propio corazón, después de herir lo más amado. Casiopea -la mujer constelación- celebraba entretanto su última noche de amor, junto al malabárico seductor. Al día siguiente -antes que apareciera el sol- huirían del circo, después que los leones mataran supuestamente al domador. La hermosa Casio sollozó de dicha y de tristeza en su entrega de pasión y liviandad. Porque en su desnudo gesto virginal (cerulean virginalis) se podía ver todo lo feliz y trágico de la vida. El precio sería una luna de amor por todas aquellas sin amor, que suelen saldarse con la noche misma. Tal ocurriría con la gloria de los leones africanos, que al final tan sólo serían espejismo y alucinación. Un acto más de fatal ilusionismo de Damus, para quien hubiera sido dulce y glorioso morir con ellos en el amor. Pero al amanecer oyeron la gritería de los cirqueros junto al carro de los felinos. Fue cuando se supo que el hombre de los sables había vencido a los grandes gatos. Grandes, tiernos y feroces como las fieras encantadas de la pasión. (XVIII) de: “La Máscara que Reía.” ©