¿Por qué los ejecutivos de la industria alimentaria no logran responder a la nueva dialéctica de salud pública?
Entre el informe MAHA, las leyes estatales disruptivas y el discurso de la excepcionalidad estadounidense, los líderes corporativos parecen atrapados en un marco epistémico obsoleto. ¿Es hora de repensar la ontología del alimento, del consumidor, del regulador o de quienes dirigen los destinos de las grandes corporaciones, o quizá de todos ellos?
¿Ontología del alimento como predicado del sujeto americano?
Cabe preguntarse si el informe Make America Healthy Again (MAHA), impulsado por el Secretario de Salud Robert F. Kennedy Jr., se limita solamente a denunciar los “efectos nocivos” de los alimentos ultraprocesados, o si tiene una propuesta más radical: reconfigurar ontológicamente el concepto de alimentación, convirtiéndolo en un predicado del sujeto americano. En términos kantianos, el alimento no es solo un objeto externo, sino una condición de posibilidad para la actualización del sujeto.
En otras palabras, el informe, el discurso, o si se quiere llamar la “política pública” de MAHA, establece que ese sujeto estadounidense excepcional o grande en que muchos quieren verse reflejados, solo puede VOLVER a existir, si y solo si, se cumplen ciertas condiciones. Dichas condiciones, vistas en uno de los extremos del proceso (y no se si cabe establecer una situación de linealidad o temporalidad) requiere que el sujeto del AGAIN, recupere una salud perdida; mientras en el otro extremo yacen las consecuencias producidas por esa pérdida de salud. En el medio, como puente o conexión entre ambos extremos, se encuentran los productos provenientes de la industria. Especialmente aquellos denominados ultraprocesados, aún y cuando el término no ha sido definido por completo en los Estados Unidos, por la FDA.
Este giro ontológico desplaza el foco desde los ingredientes hacia el impacto que estos tienen en la capacidad del estadounidense para alcanzar su grandiosidad histórica. La salud alimentaria se convierte así en un eje metafísico que condiciona la excepcionalidad nacional, tal como la invocó el Teniente Gobernador de Texas, Dan Patrick, al vincular la salud infantil con el destino de la nación.
En este marco, el alimento deja de ser una mercancía y se convierte en un símbolo de la posibilidad de ser. Es decir, de su valor de uso como fuente de vida, y de su valor de cambio, como algo a la venta, pasa a tener un valor de símbolo, o sea, lo que representa en relación con una idea.
Y me detengo aquí para reflexionar sobre algo que me han preguntado: Si creo yo, en vista del enfoque que he venido dando a mis comentarios, que la posición del gobierno del presidente Trump está basada en un análisis filosófico profundo sobre la naturaleza de la cognición humana. Dado que cito referencias de planteamientos filosóficos que dan esa impresión. Pues bien, plantearse esta pregunta es interesante antes de continuar.
Ya he tenido la oportunidad de leer buenos análisis sobre el actuar del Presidente Trump y su gobierno, y en alguno leí que no se trata de ningún filósofo. Y puedo estar de acuerdo con ese planteamiento, sin embargo eso no implica que no se pueda o no se deba analizar bajo un razonamiento detallado y con todas las herramientas del conocimiento de las que se pueda echar mano, no solo las acciones del gobierno de los Estados Unidos, sino sus intenciones. Más que el elemento cognitivo con que actúa, el elemento emotivo con el que impulsa dichas acciones.
Veamos dos situaciones:
Texas SB25 exige etiquetas de advertencia en productos con ingredientes prohibidos en otros países, desafiando el monopolio epistemológico de la FDA y abriendo paso a una regulación comparativa.
West Virginia ha prohibido varios colorantes y conservantes, redefiniendo lo “comestible” desde una lógica de protección ontológica del sujeto infantil.
Estas leyes no solo regulan sustancias: reconfiguran el lenguaje y los símbolos que la industria usa para justificar sus productos. El alimento ya no se define por su capacidad de conservación, sino por su capacidad de no dañar.
Pero volvamos al asunto que nos propusimos abordar desde el título, con la pregunta ¿Por qué los ejecutivos de la industria alimentaria no logran responder a la nueva dialéctica de salud pública? ¿Se trata de un error estratégico?
Los ejecutivos corporativos parecen razonar a posteriori, apelando a marcos de validación científica que ya no operan. Y si, es un error estratégico, pero manifestado en tres planos:
Epistémico: La industria sigue apelando a estudios de seguridad que no responden a las nuevas preocupaciones sociales.
Ontológico: No han actualizado su definición de “alimento”. Para Kennedy y los legisladores estatales, un alimento no es solo lo que nutre, sino lo que no impide la actualización del sujeto americano. La industria, en cambio, sigue operando bajo una ontología de eficiencia y conservación.
Conceptual: El lenguaje corporativo (compliance, reformulación, innovación) no dialoga con el nuevo léxico político (toxicidad, trauma, disfunción sistémica). Esta disonancia semántica no solo impide la interlocución, sino que coloca a las corporaciones en desventaja discursiva, incapaces de responder con legitimidad simbólica.
Estamos presenciando un resurgimiento de la dialéctica, como lo plantea Sartre en su Crítica de la razón dialéctica, donde la razón analítica ya no basta para comprender los fenómenos sociales. El discurso sintético, basado en la acumulación de evidencia, está siendo reemplazado por un discurso analítico, que interroga las condiciones de posibilidad de los conceptos mismos.
Cuando decimos que “la razón analítica ya no basta”, estamos refiriéndonos a la razón positivista, que acumula evidencia pero no transforma el marco conceptual.
Cuando decimos que “el discurso sintético está siendo reemplazado por uno analítico”, estamos usando analítico en el sentido dialéctico, como crítica activa a las estructuras ideológicas.
Entonces la industria alimentaria, al intentar responder con criterios físicos y de comprobación científica, mostrando aprobaciones de agencias federales de los mismos Estados Unidos y Europa -que por cierto, también están cuestionados- se encuentra desarmada frente a criterios abstractos y metafísicos como la excepcionalidad, la grandiosidad o la salud como forma de ser. En este nuevo escenario, los antiguos enfoques ya no funcionan.
La industria necesita un giro a priori, es decir, una revisión de sus premisas antes de que los eventos las desborden. Esto implica:
Reconocer que la legitimidad ya no se construye solo con evidencia científica, sino con coherencia ética y responsabilidad simbólica.
Abandonar el modelo de “gestión de crisis” y adoptar uno de reconfiguración narrativa.
Integrar equipos filosóficos, semióticos y sociológicos en sus comités estratégicos, no solo abogados, comunicadores, administradores, ingenieros y mercadólogos. Y menos confiar ya en los lobistas.
Entonces, ¿qué hacer? Dejar que los ejecutivos sigan haciendo lo que saben hacer, dirigir las empresas para que sigan vendiendo. Pero este debate, esta guerra, no es para ellos ni lo será. No son generales, son burócratas. No son estrategas, son planificadores. No son conocedores del pensamiento humano, por mucho que hayan recibido capacitación en “programación neurolingüística”, comunican información y publicidad.
Deben crearse nuevos conceptos “a priori” para contrarrestar esta nueva forma de evolución del discurso ideológico en la Salud Pública.
Médico, nutriólogo y abogado

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