El médico frente a la inteligencia artificial
Quizá la tecnología nos lleve a diagnósticos más precisos, nos brinde herramientas audaces y certeras, como si fuésemos arqueros capaces de clavar la flecha en el centro de la diana. Jugamos a ser dioses, a transformar lo falible en infalible, a aspirar a la perfección. Pero en los pasillos del ego, muchos médicos comienzan a sentir temor: su certero diagnóstico puede ser pulverizado por un algoritmo, por una máquina sin alma. Ya no habrá espacio para diagnósticos diferenciales. Poco importará el nombre, el origen, la experiencia. Seremos nosotros, creyéndonos dueños de la creación, quienes habremos dado forma —en un laboratorio lúgubre— a un juguete que ha cobrado vida, que dictará diagnósticos, decidirá tratamientos, y, por qué no decirlo, podría reemplazar al médico de la vieja escuela.
¿Es posible que una máquina pueda sustituir el calor humano, el contacto de un ser con temperatura corporal y sentimientos? No logro comprenderlo. En un mundo que ha dejado de practicar la empatía, que aparta la mirada ante los problemas reales de la humanidad, parece que hemos sellado nuestro destino: el oprobio del otro, del vecino, del paciente. En pocos años, el médico de bata blanca será apenas un recuerdo. La relación médico-paciente será perfecta… pero fría. Los diagnósticos, certeros… pero fríos. Los pacientes dejarán de tener nombre y apellido: serán códigos, chips, números. Las visitas médicas a domicilio quedarán sepultadas en la historia. Y así, el ser humano olvidará el calor, el apoyo y el respeto de quien alguna vez curó con ciencia, pero también con compasión.
Años de estudio serán tirados al cesto de la basura. Y en la lejanía aparecerá ese "médico perfecto", nunca antes visto, fabricado para complacer al sistema. Pero el paciente, como siempre, será la víctima de modelos de salud administrados no por los mejores, sino por quienes ostenten el poder. Surgirán los Musk de la medicina, indiferentes al calor de una consulta, convencidos de que todo puede reducirse a datos, eficiencia y rentabilidad. La salud y la vida se volverán un privilegio económico. Mientras tanto, aquel médico que tocaba el timbre de una casa, que cargaba su maletín con ciencia y humanidad, será cosa del pasado. Ese médico que, pese al cansancio, llevaba alivio, amor y respeto, será recordado sólo por quienes recibieron de él un: “Gracias, doctor, por venir a verme. Gracias, doctor, por quitarme el dolor”.
Tal vez algunos médicos, convencidos de que tienen al mundo en la palma de la mano, entiendan por fin que son simples y vanos hombres, y que no supieron ver que la especie humana es déspota, egoísta, ambiciosa, y a veces, cruel. Estamos, sí, a las puertas de los diagnósticos más precisos, frente a una revolución sin precedentes. Pero, en mi experiencia de vida, sigo prefiriendo al médico sencillo, sabio por tener callos en los codos de tanto estudiar, y no a un muñeco frío que pulverice a todo un gremio.
Quienes aún tenemos el privilegio de atender pacientes no debemos olvidar que tratamos con seres de carne y hueso, no con números ni códigos QR. En China, ya existe un hospital 100 % manejado por inteligencia artificial; incluso, sin intervención humana, se ha logrado crear un órgano para trasplante utilizando células madre. El mundo está cambiando, y debemos adaptarnos, sin duda. Pero no podemos abusar de la tecnología ni rendirnos ante ella antes de tiempo. Debemos darle su lugar. Los avatares no pueden sustituir a las personas, ni los códigos digitales reemplazar la educación y promoción de la salud.
Y en este Día del Médico Salvadoreño, vale la pena recordar las palabras de Paracelso: “El médico debe ser el auxiliar de la naturaleza, no su enemigo”. Y finalizar con la sabiduría de William Osler: “El buen médico trata la enfermedad; el gran médico trata al paciente que tiene la enfermedad”.
La humanidad, por dignidad y compasión, no puede —ni debe— ser reemplazada por la inteligencia artificial.
Médico

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