Redes sociales vs. Interacción humana
Como toda Gen X, pasé por aquella etapa dónde conectarse al Messenger era todo un milagro, por los BBpins, y por los inicios del internet y, por supuesto, Facebook. A finales de la primera década del siglo, estábamos aprendiendo a subir fotos e inmiscuyéndonos en la vida de los demás viendo si estaba "casado", "en una relación" o "complicado". Le contestábamos al "feis" qué estábamos pensando y le mostrábamos por primera vez al mundo que hacíamos en dado (o todos) los momentos de nuestras vidas. Filosofábamos, felicitábamos y, cuando el colegio en el que trabajaba introdujo un sistema de notificaciones para los estudiantes, quienes, por supuesto, "nunca lo habían visto", una de mis compañeras tuvo la brillante idea de abrir un perfil de su clase. Todas la seguimos, a pesar de las protestas de los jefes. Fue tal el éxito que acabó por hacerse oficial.
Como cualquier Gen X siempre mantuve mi perfil de LinkedIn In, mi perfil de Instagram, mi perfil de Twitter, y mi perfil de Pinterest. Como digo, en aquellos años, había posts socialmente interesantes, tweets culturalmente interesantes e Instagram era una fotogalería para pavonearse de nuestras vidas. Pero poco a poco aquellas redes que le resultaban a nuestra generación tan novedosas y amigables, se empezaron a convertir en algo amenazador. Fue quizás por mediados del 2010 que la gente comenzó a reaccionar de manera violenta, a insultar y a expresar sus puntos de vista políticos, éticos y culturales de una forma vitriólica.
Hace casi siete años, mi jefa me llamó a su oficina. Ella era una Boomer de la vieja escuela y le tenía desconfianza a las redes sociales. Había sido una lucha que me dejara abrir una página de Facebook para mi área, razón por la cual sus órdenes me cayeron como una pedrada, porque fueron órdenes, no sugerencias.
- "Carmen, quiero que borre todos los memes de funcionarios gubernamentales de su Facebook."
- "¿Qué, qué?
- "Eso, lo que le acabo de decir. Desde el 2014 que entró aquí. Y las borra desde su oficina."
Me quedé hasta tarde esa noche borrando memes. El problema es que yo no soy, ni era entonces, mucho de postear memes así que me costó encontrarlos. Obviamente, nadie me estaba monitoreando de cerca porque aún encuentro uno que otro perdido por allí. Pero, a partir de entonces, poco a poco comencé a autocensurarme, a bloquear gente, a borrar comentarios. Hoy ya simplemente tengo un perfil cerrado, casi no entro al famoso "X", y también he limitado mi Instagram. Una amiga mía abrió Tik Tok y me enseñó unos videos que me llamaron la atención, así que abrí uno. Pero, francamente, no soy de estar haciendo videos. Hice como unos cuatro y los borré. Y claro, el perfil es privado. Pero más allá de eso, casi no entro a Facebook o Instagram. La cantidad de anuncios y perfiles de creadores de contenido es desesperante. El otro día me tocó ver a una mujer echarse un tubo entero de maquillaje en la cara ("GRWM en lo voy al trabajo"). Otras veces me he topado con creadores que cocinan desperdiciando comida, "novias" que pintan su vestido de novia de colores fosforescentes, y páginas y páginas de “chambre” puro, por no mencionar las historias generadas por IA. Paso más tiempo bloqueando que enterándome de lo que pasa en la vida de quienes conozco. Como una de mis amigas dijo: "Es hora de volver a salir a tomar café, como cuando éramos bichas."
Un día, me topé con un post de Threads: "¿Te saldrías de un baño público para mujeres si entrara una mujer trans? Di sí o no." Tenía 246 respuestas. En mi experiencia, con todos los años que tengo de ir a baños públicos, no recuerdo quiénes han ido al mismo tiempo que yo. Pero sí, había doscientas y tantas respuestas discutiendo el tema, muchos impositivos y llenos de ira y frustración y un sincero deseo de herir.
Es preocupante ver el estado de salud mental a nivel mundial reflejado en las redes. Son muy raros los posts que no son una provocación para una discusión política, moral o religiosa-o las tres juntas. Incluso aquellos posts que se pueden considerar positivos y "sanos" se convierten en una batalla campal a la hora de los comentarios, con muchos tratando de probar que lo que se dice no es cierto, o es hipocresía, o quien lo escribió es tonto o un engañado, o lo que se les ocurra. No existen ya parámetros de respeto, y la ignorancia, entre más profunda es, más se glorifica. La cultura del desperdicio se presenta como algo no sólo aceptable, sino que confiere cierto status. Hay poco espacio para la empatía, la cultura y el arte, y aún menos para el pensamiento crítico. ¿Qué nos espera en un futuro? ¿Una sociedad que justifica la violencia, el “derecho a” y el desperdicio? ¿Una sociedad que vive de las pantallas y cuyo criterio está formado por influencers y no por libros? ¿Un mundo dónde ya no existen verdades y realidades absolutas, porque todo es cuestionado según un criterio de cada quien, por retorcido que esté? Y lo más triste, ni siquiera sabemos quién es, y quién no es "un ser humano", por así decirlo.
Parece que en menos de 20 años, aquello que estaba diseñado para unirnos, para permitirnos conocer el mundo, para crear en nosotros una mente amplia y mejores bases para tener criterio propio, lo que estaba creado para humanizarnos, ha resultado en totalmente lo contrario. Incluso las guerras se pelean ahora desde las redes y muchas veces, tristemente, allí mismo se pelean sin que siquiera sepamos si los instigadores no son unos bots. Urge volver a tener y a enseñar la importancia de la interacción humana.
Educadora

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