Política y religión
No. No voy a hablar hoy de la separación que en las democracias liberales debería darse en los ámbitos de la política y de la religión. De esa independencia, según los principios de las democracias liberales, en la que la religión se restringiría al mundo de lo privado mientras la política se ocupa del foro público.
Reflexionaremos acerca de un interesante fenómeno que se está dando en nuestros tiempos: la sustitución, en el ámbito normativo-axiológico, que la política está haciendo de la religión en la mente de las personas.
Toda religión tiene, fundamentalmente, tres elementos: algo en lo que creer (doctrina), un modo de vivir o comportarse (moral), y la manera en que se rinde culto a la divinidad (liturgia).
Como sería muy largo para el espacio de esta nota tratar el modo en que la vida política, y la actuación de los políticos, se relaciona y norma esas tres realidades: doctrina-moral-liturgia. Por mor de brevedad -y claridad- nos ocuparemos solamente de la segunda: la moral.
Cuando en tiempos pasados la religión, al menos en el ámbito público, era ampliamente aceptada, las personas no solo tenían certeza, sino también un norte claro, acerca de lo bueno y lo malo, lo correcto y lo erróneo, lo decente y lo obsceno… Es decir, que los valores religiosos, que podían llamarse mandamientos, costumbres, o normativas, eran amplia y pacíficamente aceptados por todos. Una realidad que daba seguridad a las personas para saber si estaban actuando, tanto en el ámbito privado como en el público, bien o mal.
Sin embargo, en la medida en que la religión fue siendo relegada al ámbito de lo privado; la política, no solo como modo de hacerse con el poder, sino principalmente en su prístino significado, es decir, como la manera en que son establecidas las reglas, valores e ideas que mantienen no solo la cohesión en la ciudad, sino que dan sentido de pertenencia a los ciudadanos; se ha ido convirtiendo cada vez más en el árbitro de la moda moral.
Ahora bien… no se trata en esencia de que sean los políticos y sus ideólogos quienes establezcan, para decirlo brevemente, las ideas morales en boga, sino, más bien (y aquí juegan un papel fundamental las comunicaciones actuales, Internet mediante), quienes saben leer los sentimientos populares y, hábilmente, pescan en el río revuelto de las ideologías/perspectivas/modas/valores presentes en la sociedad en la que viven.
Por decirlo de otro modo: al final del día, los políticos, sus jefes de campaña, sus mercadólogos, etc., terminan siendo quienes escuchan atentamente las ideas y valores “populares” y reaccionan a los mismos en pos de una popularidad que en primer lugar les encumbra en sitios de poder, y en segundo término les conserva sosteniendo la sartén por el mango.
El principal reto al que se enfrenta la política de nuestros tiempos no es ni hacernos más felices, ni más libres, ni lograr el mayor bienestar para el mayor número de personas… es, y el lector lo habrá adivinado ya, hacerse con el poder. Y eso, el camino que los políticos exitosos han emprendido en los últimos tiempos, es convencer a sus conciudadanos con ideas “exitosas” con relación a la sensibilidad cultural actual. Da igual que dichas ideas sean moralmente chocantes, ilegales, e incluso disparatadas… Lo importante es que sean “convincentes”, y por tanto, aceptadas.
Políticas identitarias, cambio climático, liberalización del consumo de drogas, uso del lenguaje inclusivo, aborto, eutanasia, matrimonio igualitario, seguridad pública a cualquier costo, defensa legal de la tenencia de armas… todo vale. Todo sirve para encumbrarse, como decíamos, y mantenerse.
De ahí la adhesión casi religiosa, sino francamente fanática, que muchos políticos exitosos logran por parte de grandes sectores de la población, por parte de las mayorías que terminan siendo -no es casualidad- quienes dan su voto a sus “adorados” (en sentido literal) líderes políticos.
Ingeniero / @carlosmayorare

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