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Retos del trabajo docente en la UES

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Por Carlos Gregorio López Bernal
Publicado el 24 de junio de 2025


La semana anterior hubo una reunión de personal docente de la Escuela de Ciencias Sociales de la Facultad de Ciencias y Humanidades de mi universidad. El motivo: discutir una decisión de las autoridades de la Facultad para implantar el control biométrico de asistencia. Un tema siempre complicado porque contrapone los requerimientos de control administrativo, incómodos pero necesarios, con la peculiar naturaleza del trabajo docente. 

Es bien sabido que el trabajo docente consume más tiempo y energías de lo que administrativamente se supone. Pienso para el caso en los maestros del sistema público, que aparte del trabajo en aula deben atender cantidad de procesos administrativos, que muy poco tiene que ver con la enseñanza. En el caso de la Universidad, la cuestión se complica porque si bien hay menos trabajo administrativo, se deben atender también la investigación y la proyección social. 

El argumento de las autoridades es que la ley les manda establecer mecanismos de control de asistencia, eso es indiscutible. Y hay evidencia suficiente de que los actuales controles no son eficaces. Por el contrario, el argumento de los que se oponen a la medida es que el trabajo docente no se puede evaluar con base en un simple control de asistencia. Hay quienes estiran el argumento afirmando que en el “primer mundo” el personal académico no tiene controles de asistencia. La afirmación es discutible, controles existen, solo que funcionan con otra lógica. Lo que no se considera es que en el primer mundo e incluso en universidad latinoamericanas de buen nivel, el personal académico produce y esa producción se basa en políticas de investigación bien establecidas y en controles que garantizan que el profesor que tiene un tiempo asignado a investigación demuestre fehacientemente lo que ha investigado, y esto generalmente se hace vía publicaciones con estándares de calidad. El argumento más bien se revierte, dado que la producción es poca.

El tema amerita una discusión sosegada, y ojalá propositiva. En la Facultad de Humanidades la mayor parte del esfuerzo del personal se dedica a la docencia. Se hace muy poca investigación, y la que se hace se realiza en condiciones poco favorables. La proyección social también es limitada. Hay un Instituto de Investigaciones, pero carece de una política de investigación y de recursos financieros. Al menos es lo que se dice. Se pueden presentar proyectos de investigación a la Secretaría de Investigaciones de la Universidad, pero esta es la primera que sufre recortes cuando la Universidad tiene problemas presupuestarios, y estos han sido la constante de los últimos años. 

En todo caso, desde hace años, Humanidades es de las Facultades que menos proyectos presenta a la Secretaría de Investigaciones. Entonces, hay un problema de recursos, pero sobre todo hay falta de competencias y disposición para la investigación en los docentes y falta de un genuino interés en promover la investigación por parte de las autoridades. Digo esto, porque en el área de las humanidades y las ciencias sociales, las investigaciones no requieren una inversión tan alta como puede ser en las ciencias naturales y la medicina, por poner un ejemplo. Un docente con formación, vocación y cierto tiempo disponible puede investigar, modestamente si se quiere, pero puede. Pero hay pocos incentivos.

Habría que considerar además que no todos los docentes tienen la misma carga de trabajo. La cantidad de cursos no es indicador suficiente, ya que hay cursos con muchos estudiantes y hay otros con muy pocos. En el caso específico de Ciencias Sociales, la carrera que tiene más estudiantes es trabajo social. No tiene mucho sentido exigir algo más a quienes dan clase en esa carrera. Pero carreras como sociología, antropología e historia tienen menos estudiantes. Por lo tanto, sus docentes bien podrían invertir parte de su tiempo en investigación. Algunos lo hacen, por interés personal, no porque exista una política de estímulo a la investigación. Algo parecido pasará en otros departamentos.

Una oposición a ultranza a los controles administrativos no tiene sentido. Sobre todo, considerando que desde hace años el actual gobierno tiene en la mira a la Universidad. No es conveniente darle un argumento más a quienes quieren poner a la Universidad bajo la tutela gubernamental. Es más, al interior de la Universidad hay gente que trabaja en esa línea y que se auto perfilan para dirigir la institución llegado el caso. Hay dos proyectos de ley en la Asamblea Legislativa; la ley de educación superior y la ley orgánica de la UES. No los mueven, porque los diputados de Nuevas Ideas no tienen iniciativas, mueven lo que al Ejecutivo le interesa mover.

Por otra parte, que las autoridades asuman los controles en la lógica burda de la asistencia sin acompañarlos de acciones claras y sistemáticas para mejorar el trabajo académico es incluso una irresponsabilidad. Es claro que el trabajo académico no se puede medir con “horas-silla”, pero tampoco se puede dejar al garete. Venimos de más de cuatro años de trabajo a distancia. El único mecanismo con que se dio seguimiento al trabajo fue un informe de actividades que cada docente debía presentar dos veces por ciclo que no se cambió en todo ese tiempo. Desconozco si alguien revisó y sistematizó esa información, como tampoco sé para qué sirvió. A pesar de contar con departamento de educación, a la fecha no existe un estudio de cómo afectó la pandemia del COVID a la enseñanza.

Lo ideal sería aprovechar la coyuntura para repensar el quehacer universitario por parte de docentes y autoridades. Y esto requiere una visión más allá de un tema coyuntural. Se habla mucho de un nuevo modelo educativo para la Universidad, discusión que coincide con una reducción de matrícula que pareciera será tendencia. Podría hacerse una discusión de dicho modelo, partiendo de lo siguiente: tenemos menos estudiantes, tendremos menos graduados, pero los formaremos mejor

En la línea de potenciar la incidencia de las ciencias sociales en la discusión de problemas de país, se podrían formar grupos de trabajo reflexivo. Preocupaciones, inquietudes y capacidades hay, pero no se canalizan y potencian debidamente; se quedan en análisis y discusiones entre pequeños grupos, pero no se sistematizan y no se hacen circular hacia un público más amplio que podría ser la Escuela, la Facultad o mejor aún la sociedad como un todo. Una reflexión pertinente, bien fundamentada y ojalá propositiva, surgida de un grupo de docentes puede ser un aporte valioso. Una sociedad como la salvadoreña, dominada por la ramplonería y la superficialidad de las redes sociales y los “influencers”, requiere de “opiniones calificadas”, producto de un pensamiento crítico disciplinado, capaz de ponderar los diferentes factores que condicionan cualquier problemática. La coyuntura puede verse como amenaza o como oportunidad, pero obviamente es mejor verla como oportunidad.

Historiador, Universidad de El Salvador

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