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Sin maestros, no hay sociedad

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Por Carmen Marón
Publicado el 22 de junio de 2025


Trabajé en el área privada durante la mayor parte de mi vida docente. En uno de esos colegios "bien", conocí docentes que trabajaban en el área pública en el turno de la tarde. Les pregunté por qué lo hacían. "Hija," me dijo uno, mirándome con condescendencia, "si yo me quedo sólo aquí, ¿qué le estoy dando a mi país?". Me puso en qué pensar, y confieso, me avergonzó un poco.

Quince años después, me di cuenta de la veracidad de sus palabras cuando terminé siendo gerente de un centro de idiomas anexo a un instituto técnico. Allí me enfrenté con la realidad del docente salvadoreño. Mi equipo de coordinación, por ejemplo, estaba conformado casi totalmente por mujeres que habían sacado su carrera con verdadero sacrificio: léase cortando café, trabajando de empleadas domésticas, viviendo en cuartitos con poco que comer. Una de ellas tenía una Maestría en Educación, de la cual se había graduado Summa Cum Laude, y la cual aún estaba pagando. Entre mis instructores hora clase había muchos que tenían Maestrías en Administración de Empresas o Administración Educativa. Conocí ingenieros con escalafón docente, técnicos con estudios en el extranjero, los cuales habían conseguido a través de becas. Todos ellos trabajaban con sueldos infinitamente menores a los que ganarían en un país desarrollado, y todos insistían que estaban allí porque querían formar a jóvenes cuya "única opción" (aunque, en realidad, es una opción válida y necesaria) era la educación técnica.

Esos años para mí fueron de gran aprendizaje, y me convencieron como nunca de la enorme deuda que tenemos con los docentes a nivel país. Dentro de lo que pude, en mi pequeña esfera de influencia, traté de conseguir mejores sueldos, enviarlos a cursos y empoderarlos. Cuando me ofrecieron ser docente universitaria, acepté. Allí conocí, y luego contraté, a muchos jóvenes recién graduados que sabían más idiomas que yo, y que habían logrado becas en Francia para perfeccionar su francés. Su entusiasmo y su deseo de superarse me asombraba, así como me asombraban los sueldos. Un día, una de mis jóvenes instructoras llegó llorando a mi oficina. Isabel era una de las mejores de mi planta, líder nata, e increíblemente creativa. Me contó que a su madre le habían diagnosticado cáncer y necesitaba dinero porque debía movilizarse desde donde vivía a San Salvador. ¿Podía darle unas clases más?

"¿Y el colegio dónde trabajás por la mañana, Isabel?" le pregunté en mi feliz ignorancia, "¿No te va a salir muy cansado?"
"Ay Licenciada. Si me pagan $250."

El colegio era privado. Isabel trabajaba de 5:45 a.m. a 2 p.m. por esa cantidad. Tres meses después, trabajaba conmigo a tiempo completo por las mañanas. Un sábado, llegué a supervisar los cursos de inglés para niños. Me encontré con que las clases estaban decoradas con globos y flores de papel, y las maestras se habían mandado a hacer delantales. Todo esto pagado por ellas y coordinado bajo la guía entusiasta de Isabel.

En los países de primer mundo, el maestro tiene una posición como la de un médico o un ingeniero, y sueldos equiparables. Aquí, es una "carrera de segunda". Sin embargo, todavía existen esos maestros que cruzan quebradas, dan clases en aulas multinivel, compran insumos para dar sus clases y lo hacen por vocación, a pesar de los sueldos escandalosamente bajos y pensiones que los obligan a seguir trabajando mucho después que se deberían haber jubilado, tomando en cuenta que la docencia, desgasta. Parece que no entendemos que, sin maestros, no hay sociedad. Todas las carreras del mundo comienzan por esa maestra de preescolar que le enseñó al futuro médico a escribir la "a" de "amoxicilina". ¿No merecen, entonces, la dignidad con la que se trata a un médico o un ingeniero?

Yo, gracias a Dios, sí logré trabajar en instituciones que me pagaban lo justo. Pero que yo sea una excepción, es justamente el problema. Si se busca ser un país de primer mundo, mi caso debería ser la regla. El gran pendiente, desde siempre, en El Salvador ha sido una política educativa como plan de nación, a la cual se le añadan nuevas iniciativas y se descarten las que ya no son pertinentes. Dentro de esta política, se deberían incluir salarios que realmente compensen el trabajo docente, tanto para el sector público como el privado, descuentos o becas para maestrías y doctorados, créditos blandos, ampliación de los servicios de Bienestar Magisterial, turnos coherentes y la cantidad de alumnos por clase. Sobre todo, urge el reconocimiento social. Como siempre digo, si un maestro hace algo mal, todos los maestros son malos. Pero nadie habla de la misma forma cuando un maestro logra que sus alumnos triunfen.

María Montessori, la gran educadora italiana, decía “Hemos de ser educados si queremos educar.” Como sociedad debemos educarnos en apoyar y dignificar al maestro. Como país debemos educarnos y darle prioridad a la inversión en la educación, no sólo en infraestructura, sino también en capacitación y oportunidades. Puedo decir, por experiencia, que un maestro motivado no pone límites en cumplir con su misión. Sólo necesita que se reconozca la importancia de su valor como profesional para el desarrollo del país.

Educadora

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