Poesía de la melodía invisible
Sobre un lienzo de lino detuve alguna vez el instante de Adriana tocando la vihuela. Abrazada al arpa -como estrechando un sueño- sus ojos lucían entrecerrados como viéndolo de soslayo en el mismo vacío. Otro detalle de la imagen era que la pequeña guitarra no tenía cuerdas y -en unas cortinas de seda blanca tras la escena- estaba escrita una partitura musical. Nombré a la pintura “La melodía Invisible.” Por ello -escrito en un margen del lienzo- se leía la conclusión de su enigma: “Adriana toca la mandolina en el umbral de la ventana. Si observamos el instrumento musical, veremos que no tiene cuerdas. Esto significa que la joven está escuchando la melodía invisible de su felicidad.” La poesía -hermana del arte musical- es por igual invisible voz del alma. A veces triste; en otras, herida; acaso feliz en el amanecer de los anhelos. Diríamos que el poema es la voz y música interior del pensamiento escrito o pictórico. Dice la verdad del sueño y el sueño de la verdad. No surge del ego sino del espíritu. Sus alas son imágenes del verso de una historia, ya sea íntima o universal. No importa hasta dónde llegue su vuelo sideral. Un instante, una estrofa desnuda y perfumada, basta para pronunciar nuestro canto interior. Tanto en el poema como en la partitura musical el silencio es un suspiro del alma. Talvez envolviendo en un abrazo el vacío de la nostalgia o el hechizo del verso y la armonía. Por ello Adriana palpa el ensueño de la cítara.

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