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Pentecostés, un domingo después

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Por Ricardo Lara
Publicado el 15 de junio de 2025


El Catecismo de la Iglesia católica, en el número 1830, explica que "la vida moral de los cristianos está sostenida por los dones del Espíritu Santo. Estas son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo". 

Por los vientos que soplan, estamos lejísimos de llevar una vida con propósitos, todo queda en los afanes diarios para convertirnos en simples cumplidores de ritos; muchísimos olvidamos vivir en una forma extraordinaria, nos sentimos saciados son vivir en lo “Ordinario”  cuando es el católico que debe tener una vida que cada paso dado deje una profunda huella que signifique seguir los pasos de Cristo y que sean los siete dones nuestro modelo de vida, el molde donde por muy difícil que parezca, debemos caber  en él; es la Sabiduría  el don de entender lo que favorece y lo que perjudica el proyecto de Dios. Él nos fortalece nuestra caridad y nos prepara para una visión plena de Dios. El mismo Jesús nos dijo: “Mas cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué vais a hablar. Lo que tengáis que hablar se os comunicará en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros” (Mt 10, 19-20). 

La verdadera sabiduría trae el gusto de Dios y su Palabra. ¡Qué hermosa reflexión! Nuevamente de lo divino pasamos a lo humano pero con todo el amor de Dios que nos cuida, nos abraza, nos ama. El entendimiento es el don divino que nos ilumina para aceptar las verdades reveladas por Dios. 

Mediante este don, el Espíritu Santo nos permite escrutar las profundidades de Dios, comunicando a nuestro corazón una particular participación en el conocimiento divino, en los secretos del mundo y en la intimidad del mismo Dios. El Señor dijo: “Les daré corazón para conocerme, pues yo soy Yahveh”. 

El Consejo es el don de saber discernir los caminos y las opciones, de saber orientar y escuchar. Es la luz que el Espíritu nos da para distinguir lo correcto e incorrecto, lo verdadero y falso. Sobre Jesús reposó el Espíritu Santo, y le dio en plenitud ese don, como había profetizado Isaías: “No juzgará por las apariencias, ni sentenciará de oídas. Juzgará con justicia a los débiles, y sentenciará con rectitud a los pobres de la tierra”. ¿Quiénes seguimos consejos? Muy pocos, se antepone el ego, la ignorancia y actitudes totalmente fuera del amor de Dios, somos la ley para dar consejos pero somos sordos, ciegos y mudos para que el consejo cale en nuestro amor, en nuestro espíritu. 

La ciencia es el don de la ciencia de Dios y no la ciencia del mundo. Por este don el Espíritu Santo nos revela interiormente el pensamiento de Dios sobre nosotros, pues “nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios” sin embargo, en ese libre albedrío Dios creó la ciencia y vemos hoy en día cosas nunca vistas; sin embargo, basta tomar la Biblia en nuestras manos y entenderemos que somos los hijos preferidos de Dios. La Piedad es el don que el Espíritu Santo nos da para estar siempre abiertos a la voluntad de Dios, buscando siempre actuar como Jesús actuaría. Si Dios vive su alianza con el hombre de manera tan envolvente, el hombre, a su vez, se siente también invitado a ser piadoso con todos. En la Primera Carta de San Pablo a los Corintios escribió: “En cuanto a los dones espirituales, no quiero, hermanos, que estéis en la ignorancia. Sabéis que cuando erais gentiles, os dejabais arrastrar ciegamente hacia los ídolos mudos. Por eso os hago saber que nadie, hablando con el Espíritu de Dios, puede decir: « ¡Anatema es Jesús!»; y nadie puede decir: « ¡Jesús es Señor!» sino con el Espíritu Santo”. 

La fortaleza es el don que nos vuelve valientes para enfrentar las dificultades del día a día de la vida cristiana. Vuelve fuerte y heroica la fe. Recordemos el valor de los mártires. Nos da perseverancia y firmeza en las decisiones. La vida de mártires debe ser un modelo a seguir, dejar de ser acomodaticios y luchar por lo que a Dios agrada. El temor de Dios es el don que nos mantiene en el debido respeto frente a Dios y en la sumisión a su voluntad, apartándonos de todo lo que le pueda desagradar. 

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