La “locura de amar” de El Quijote y muchos más
La “Locura de amar” -en nuestro drama existencial- no radica precisamente en haber perdido la razón, sino, por el contrario, haberla encontrado. Es decir, vivir el sueño feliz de la vida y vivir feliz la vida de un sueño. Recordad al eterno enamorado “Don Quijote de La Mancha”, que sólo en su épica demencia pudo encontrar la razón de vivir y a la humilde mujer, Aldonza del Toboso, a quien convirtió -gracias a su feliz chifladura- en la bella y límpida “Dulcinea”. Tristemente, Dulcinea se fue del sueño del hidalgo poeta, porque el mundo hizo que el andante caballero recobrara la razón. El mismo que entonces no sólo perdió a su idealizada amada -a quien buscó sin cesar en la vida- sino también su imaginario mundo de luchas, gigantes, molinos de viento, glorias y sueños imposibles. Mismos que un día fueron posibles. La metáfora de la acariciada ilusión nos dice que para amar hay que estar un poco locos. De hecho hay quienes dicen estar "locos de amor". Y para ser Quijote, hay que volver a la sinrazón del ideal. Cuando escuchamos a las rosas conversar, al ruiseñor decir un cuento de felicidad y vencer los gigantes de la imaginación. Vuelve entonces la dama del Toboso a aparecer en el náufrago y cantor corazón humano. Tal ocurriera con el iluso y aventurero caballero, que se empeñaba en descubrir en ella todas las perfecciones físicas y morales. Al punto que el nombre de su heroína ha pasado a designar a la mujer amada de todo romántico y sentimental enamorado. Quizá porque cantarle al amor es cantarle a la vida, todos los que viven están enamorados y los que se enamoran empiezan a vivir la eternidad del idilio.

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