El Rey Roboán y el poder del mal consejo
Roboán representa al líder inmaduro, inseguro, que, en lugar de servirse del consejo sabio, se rodea de voces que refuerzan su ego. Este tipo de liderazgo, basado en la soberbia y la imposición, siempre termina en ruptura. Roboán ignoró esta verdad y prefirió escuchar a quienes le dijeron lo que quería oír, no lo que necesitaba.
La Biblia, además de ser un libro sagrado, es una fuente inagotable de enseñanzas sobre la condición humana. Entre sus muchas historias se encuentra la de Roboán, hijo del sabio Salomón, que fue un rey de Judá que reinó entre 932 y 915 a. C, cuya vida marca un punto de inflexión decisivo en la historia del pueblo de Israel. El relato, narrado en 1 Reyes 12 y 2 Crónicas 10, es mucho más que una crónica política: es un espejo de la soberbia, la inmadurez y el costo de rechazar la sabiduría por seguir consejos errados. Ahora bien, tarde o temprano las consecuencias de desobedecer a la voluntad de Dios llegarán a la vida de todo soberbio.
El rey Roboán nace en un contexto de gloria y poder. Su padre, el rey Salomón, no solo consolidó el reino unido de Israel, sino que lo llevó a su máximo esplendor en términos económicos, militares y culturales. Sin embargo, hacia el final de su reinado, Salomón se desvió del camino del Señor, adorando a dioses ajenos por influencia de sus muchas esposas extranjeras (1 Reyes 11:1-10). Como consecuencia, Dios anunció que el reino sería dividido tras su muerte, aunque no en sus días, por amor a David su padre. Al morir Salomón, Roboán heredó el trono, pero también una tensión social latente y dicho sea de paso los israelitas estaban cansados de los altos impuestos.
Además de ello, ejercían trabajo forzado y eran obligados a pagar impuestos para sostener las grandes obras del reinado anterior, incluido el majestuoso templo de Jerusalén. Así, el pueblo se acercó a Roboán en Siquem, donde iba a ser coronado, con una petición clara: “Tu padre agravó nuestro yugo; alivia tú ahora algo de la dura servidumbre y del pesado yugo que tu padre nos cargó, y te serviremos” (1 Reyes 12:4). Frente a esta demanda, Roboán tuvo la prudencia inicial de pedir tres días para deliberar. Primero consultó a los ancianos que habían servido a su padre Salomón. Ellos, con la sabiduría de los años, le aconsejaron responder con mansedumbre y ganar así el favor del pueblo y reinar mediante el servicio: “Si tú fueres hoy siervo de este pueblo… ellos te servirán para siempre” (1 Reyes 12:7).
No obstante, Roboán no quedó satisfecho. También consultó a los jóvenes con quienes se había criado —sus amigos, sus pares, personas sin experiencia, pero llenas de orgullo—, quienes le aconsejaron mostrarse duro, dominante, incluso cruel. “Mi dedo meñique es más grueso que los lomos de mi padre… mi padre os castigó con azotes, mas yo os castigaré con escorpiones” (1 Reyes 12:10-11).
Este segundo consejo era una apuesta por el poder autoritario, una forma de afirmar su dominio sin espacio para la negociación o la compasión. Roboán eligió este camino. Su decisión, más que demostrar fortaleza, evidenció debilidad de carácter: no supo escuchar la voz de la sabiduría y prefirió rodearse de aduladores.
El resultado fue inmediato y devastador. El pueblo de Israel, liderado por Jeroboán, se rebeló. Diez de las doce tribus rompieron con la casa de David y establecieron el reino del norte, con capital en Samaria, mientras Roboán quedó gobernando solo sobre Judá y Benjamín, desde Jerusalén.
La división del reino no fue solo una fractura política; marcó el inicio de siglos de conflictos internos, guerras, idolatría y, eventualmente, la caída de ambos reinos. Todo comenzó con una decisión tomada por orgullo, por un liderazgo mal aconsejado y un corazón endurecido. Esta historia bíblica, aunque antigua, sigue siendo increíblemente actual. En todas las esferas de la vida —Gobierno, Iglesia, empresa o familia— el liderazgo sabio es esencial.
Roboán representa al líder inmaduro, inseguro, que, en lugar de servirse del consejo sabio, se rodea de voces que refuerzan su ego. Este tipo de liderazgo, basado en la soberbia y la imposición, siempre termina en ruptura.
La Escritura es clara en cuanto al valor del consejo: “Donde no hay dirección sabia, caerá el pueblo; mas en la multitud de consejeros hay seguridad” (Proverbios 11:14).
Roboán ignoró esta verdad y prefirió escuchar a quienes le dijeron lo que quería oír, no lo que necesitaba. Además, la historia de Roboán nos invita a revisar nuestra actitud hacia la autoridad.
¿Somos como los ancianos, que aconsejan con humildad y experiencia? ¿O como los jóvenes que impulsan la dureza y el orgullo? ¿Somos capaces de recibir consejo, especialmente cuando contradice nuestros deseos?
También es un llamado a los líderes de hoy a ejercer el poder con responsabilidad y apego irrestricto a las leyes.
El Señor Jesucristo, Rey de reyes, dio el ejemplo más alto de liderazgo al decir: “El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir” (Marcos 10:45).
Roboán tuvo la oportunidad de reinar como siervo, de ser amado por su pueblo, pero eligió el camino de la tiranía, el cual siempre concluye muy mal.
Abogado y teólogo.

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