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La historia y los problemas del presente, ¿tiene algo que decir?

El “nunca se había visto” tiene un equivalente en una frase manida usada en el actual gobierno “por primera vez en la historia…”. Con ella se intenta marcar distancia frente a gobernantes y grupos de poder del pasado. Cuando en realidad, un seguimiento a las acciones del gobierno y a la forma como se ejerce el poder mostraría sorprendentes similitudes, que mostrarían más continuidades que rupturas. Difícilmente, alguna de esas expresiones resiste un análisis riguroso.

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Por Carlos Gregorio López Bernal
Publicado el 26 de mayo de 2025


Aparentemente la historia es una disciplina centrada en el pasado, “passé passé”, dicen los franceses y no es redundancia. Y ciertamente, según su especialidad e intereses, los historiadores se alejan conscientemente del presente, buscando conocimientos y explicaciones sobre los procesos sociales de antaño. Sin embargo, un historiador desvinculado del presente no tiene mucho sentido. Vivimos hoy en día y nuestro conocimiento debiera tener alguna utilidad en el presente. Sin ser excesivamente pretenciosos, podríamos decir que nuestro trabajo puede dar luces para entender los problemas actuales. La historia no se repite, pero ciertas situaciones, prácticas y comportamientos, sí.

Para que la historia deje de ser arcón de curiosidades pretéritas o simple narrativa sobre hechos y personajes más o menos interesantes, debe trabajar consistentemente sobre problemas, entendidos como cualquier situación que reta a un individuo o grupo social y exige una solución o respuesta. El devenir de la humanidad ha sido resolver, e incluso crear, problemas. Toda sociedad, independientemente del tiempo y el espacio en que viva, enfrenta problemas; para resolverlos se organiza de alguna manera. La forma más moderna de organización política es el Estado, pero hay muchas otras de diversa naturaleza y objetivos.

Dominar un territorio, organizar la producción, comerciar, gobernar, enfrentar una peste, hacer la guerra, e incluso divertirse son situaciones que se constituyen problemas a resolver. Estas son situaciones recurrentes en diversas sociedades y tiempos; lo que cambia son los recursos disponibles para enfrentarlos, ya sean materiales, tecnológicos o de pensamiento. Pongo un ejemplo; a mediados de la década de 1860, los Estados Unidos estaban en guerra civil, lo cual redujo la producción de algodón en el sur. Los precios de la fibra aumentaron. Los agricultores salvadoreños vieron una oportunidad de negocio y sembraron algodón. No tuvieron éxito porque las plagas afectaban gravemente el cultivo y no tenían recursos para combatirlas. Sin embargo, el algodón se cultivó con éxito a mediados del siglo XX, gracias al uso de insecticidas como el DDT. Se resolvió un problema y la producción de algodón aumentó rápidamente.

Sin embargo, apareció otro problema: la masiva aplicación de insecticidas por medio de avionetas provocaba frecuentes casos de intoxicación en personas que trabajaban en los campos algodoneros o que vivían cerca. Los pesticidas contaminaron aguas y suelos; incluso el ganado era afectado, al grado de que carne y leche mostraban presencia de ellos cuando eran analizadas. Se solucionó un problema y se creó otro.

Si los historiadores trabajan con problemas, es plausible pensar que tengan algo que decir sobre las dificultades del presente, lo cual pueden hacer por dos vías: la primera, mediante investigaciones académicas sobre determinados campos, por ejemplo, economía, política, medio ambiente, etcétera. Esto es lo que normalmente se espera que hagamos y generalmente no genera controversias, y si las hay se reducen a debates al interior de la comunidad académica. La segunda es dando una “opinión calificada” sobre situaciones problemáticas del presente; hay que decir que en nuestro medio el gremio no es muy dado a hacerlo, aunque debiera. Quizá por eso, cuando sucede, genera suspicacias cuando no descalificaciones, reacción entendible en un país como este en el que cualquier punto de vista pasa por el tamiz de las filias y fobias político-ideológicas.

Normalmente las investigaciones se publican bajo formatos convencionales (libros o artículos en revistas académicas). Este tipo de trabajos tienen una estructura que les permite formular y demostrar tesis, sostenidas por abundante evidencia empírica, que los protege de la crítica no calificada. Por supuesto que generan debate en el ámbito académico, pero eso se da por descontando. Pero en ocasiones el debate trasciende, como aconteció con los trabajos de David Browning, “El Salvador la tierra y el hombre” y de Rafael Menjívar, “Acumulación originaria y desarrollo del capitalismo en El Salvador”, en las décadas de 1970 y 1980. Cuando esos libros se publicaron, el problema agrario era tan grave que se aduce fue una de las causas que llevó a la guerra civil.

Otras veces, puede suceder que se traten problemas más ligados al presente y bajo formatos menos convencionales (artículos de opinión o entrevistas) que llegan a un público más amplio. A diferencia de cuando se escriben libros o artículos, acá no se tiene mucho espacio para desarrollar argumentos; mucho menos para hacer sesudas demostraciones. En este caso, la capacidad de síntesis es muy importante. Pero siempre habrá más riesgo de recibir juicios apresurados y superficiales.

Hay un riesgo en esta opción. Asumirlo es una decisión personal. Considero que es parte del trabajo de divulgación que debemos hacer, pero también es una responsabilidad ciudadana, sobre todo cuando se trata de discutir temas que tienen o pueden tener repercusiones en la sociedad. Ojalá siempre sea una opinión calificada; es decir que se fundamente en el conocimiento histórico, o al menos en el buen juicio, cualidad tan necesaria en estos tiempos tan pletóricos de juicios absolutos, superficialidades e intolerancia.

Es necesario reconocer que, en tanto individuos, no estamos exentos de filias o antipatías de diverso tipo; lo ideal sería que estas no permearan nuestros análisis, pero esto no siempre es posible. En todo caso, lo más importante debiera ser la calidad de los argumentos. Sobre esa base es posible una discusión interesante y fructífera, que nos permita conocer más y entender mejor, aunque no necesariamente haya un acuerdo. Bajo tales premisas, los historiadores no debiéramos rehuir el debate; más bien debiéramos promoverlo.

La historia no es un conocimiento del pasado que se agota en el pasado. Cualquier problema del presente puede estudiarse en una perspectiva histórica, siempre y cuando seamos capaces de no caer en tentaciones reduccionistas. Hay dos expresiones que suelen aparecer en las conversaciones cuando llegan a cierto punto: “Siempre ha sido igual”, o por el contrario “Nunca se había visto”. A la primera se recurre, tratando de minimizar o relativizar un argumento. Pienso para el caso, el tema de la corrupción. Yo mismo he mostrado casos de corrupción flagrante en el siglo XIX; alguien diría: la del presente no tendría por qué admirarnos. Dos cuestionamientos: que una práctica sea recurrente, no significa que deba aceptarse. Además, hay diferencias significativas entre la corrupción del pasado y la del presente; lo que debiéramos hacer es estudiarlas con el fin de mostrar que ninguna de las dos beneficia al país. Por el contrario, mucho de nuestro subdesarrollo se debe a prácticas como esa.

 El “nunca se había visto” tiene un equivalente en una frase manida usada en el actual gobierno “por primera vez en la historia…”. Con ella se intenta marcar distancia frente a gobernantes y grupos de poder del pasado. Cuando en realidad, un seguimiento a las acciones del gobierno y a la forma como se ejerce el poder mostraría sorprendentes similitudes, que mostrarían más continuidades que rupturas. Difícilmente, alguna de esas expresiones resiste un análisis riguroso. La realidad social no se presta para definiciones en blanco y negro, abunda la escala de grises. Mejor dicho, la realidad social es de colores brillantes, diversos. Pero como individuos la simplificamos, por falta de capacidades para analizarla o simplemente por falta de tiempo. No tiene sentido pedirle a una persona que pasa ocho o más horas en un trabajo cualquiera que dedique dos o más al análisis de la realidad social.

Hay otros que tienen la formación, el tiempo y los recursos para hacerlo. Pero a menudo su trabajo solo circula en el ámbito académico y en formatos y lenguaje no siempre accesible a un público más amplio. Llegado a este punto, resulta que el problema va más allá de la historia y atañe a otras disciplinas como la sociología y la economía. Vivimos hoy día un proceso de “gentrificación” del centro histórico que urge de un análisis sociológico. Hay una creciente especulación inmobiliaria que limita drásticamente la posibilidad de adquisición de vivienda. Los problemas afectan la vida diaria de la gente, algo deben decir los cientistas sociales, ojalá de manera clara y accesible para al grueso de la población.

Historiador. Universidad de El Salvador

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