Alas y raíces
Las revoluciones, como lo demuestra una y otra vez la historia, terminan en tiranías. Como -para citar el ejemplo de algo muy actual- sucede en muchas universidades en el mundo occidental, preferentemente en el mundo académico norteamericano, en las que con la excusa de pensar progre, de desligarse de la tiranía de la tradición, los inconformes caen en una cárcel peor: la del pensamiento único que amordaza sin contemplaciones las voces de los disidentes.
A todos nos encanta lo nuevo. El afán de renovación está metido muy dentro y muy profundo en la manera de pensar, y de sentir, de nuestra época.
Al mismo tiempo, necesitamos un sustrato firme en el cual afincar nuestra existencia pues, de lo contrario, el menor viento, el más leve empuje de la marea, nos arrastraría lejos de lo que somos, por no hablar del tremendo peligro de la manipulación a la que una persona-veleta termina expuesta.
Con afán de ilustrar lo que venimos diciendo, y exagerando un poco, podríamos decir que los dos extremos entre los que nos podemos mover vendrían a ser por un lado la lectura de los clásicos, y, por otro, la cultura del TikTok… Es como enfrentar una sabiduría que ha permanecido durante siglos (cuyo valor es, obviamente, su verdad y no su permanencia) versus efímeros segundos que mantienen nuestra atención no solo pendiente de la pantalla, sino deseosa de encontrar más y más videos que nos mantengan entretenidos.
Esa misma idea ha sido expresada como la necesidad de tener alas y raíces, el halcón y el roble, como canta Eros Ramazzotti en una de sus bellas canciones… el deseo de progresar y ser libre en contraste con los valores heredados, la cultura recibida, las creencias y costumbres que nos han hecho ser lo que somos.
Un tema que en cierta manera se puso de moda con la elección del último Papa, unos días en los que con gran facilidad los medios de comunicación intentaron clasificar las facciones entre progresistas y conservadores, como si se tratara de una dicotomía irresoluble y cada cual -y el Papa que fuera elegido- no tuviera otra opción que optar irremediablemente por uno de los dos polos.
En este mundo de tendencia binaria en el que vivimos lo difícil es abrazar el todo. Comprender que precisamente para conservar la libertad es necesario que conozcamos la tradición, que conozcamos y apreciemos a los clásicos, que nos apuntemos al bando “humanista”, y dejemos de lado un abordaje exclusivamente técnico/pragmático de las cosas.
Leer a los clásicos, pero sobre todo conocer lo que se ha llamado sabiduría perenne, es la manera de tomar distancia con respecto a nuestra época y ser verdaderamente libres, zafándose de prejuicios y modas, liberándose de la tiranía de lo relativo y siendo capaces de juzgar no solo con propio conocimiento, sino, principalmente, con libertad, acerca de las cuestiones verdaderamente importantes.
Todavía permanece en la conciencia de muchos esa idea de que la libertad es hija de la revolución, de que sin rebelarse contra el pasado no se es verdaderamente libre. Pero no. Lo que en realidad sucede es que la libertad proviene de la sabiduría. Si se lee a Platón o a San Agustín, por ejemplo, se toma distancia respecto de nuestra cultura, se reconoce de donde viene (sus raíces) y se es capaz de volar no solo por encima de ella (alas), sino de reconocer valores donde solamente parece haber modas, y viceversa.
Las revoluciones, como lo demuestra una y otra vez la historia, terminan en tiranías. Como -para citar el ejemplo de algo muy actual- sucede en muchas universidades en el mundo occidental, preferentemente en el mundo académico norteamericano, en las que con la excusa de pensar progre, de desligarse de la tiranía de la tradición, los inconformes caen en una cárcel peor: la del pensamiento único que amordaza sin contemplaciones las voces de los disidentes.
Por supuesto no se trata de un fijismo, ni de venerar cenizas. Se trata de encender y mantener ardiendo el fuego de la verdad y de la belleza, de reconocer nuestra herencia y de honrarla incorporando en ella las novedades. Pero no cualquier novedad, sino las que respondan a la verdad sobre el ser humano, las que sobrevivan al contraste de la historia y sirven para mejorar nuestro mundo.
Ingeniero@carlosmayorare

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