Ondina Ramos/El olvido de la agricultura
El primer paso para resolver los problemas más graves de la tierra y de las zonas rurales es escuchar y reconocer la verdad de quienes viven allí.
Los productores agrícolas se dicen estar en el olvido y, sobre todo, están en un desánimo por la falta de políticas gubernamentales. El sector agropecuario requiere de políticas que favorezcan la productividad; sin embargo, observamos la indiferencia del Poder Ejecutivo y legislativo en promover leyes y acciones permanentes de seguridad alimentaria.
Con 21,000 km2, El Salvador es un país pequeño en cuanto a extensión territorial. Además, con una alta densidad poblacional (294 hab/km2). Es el tercer país más habitado de Centroamérica, con una población total superior a los 6 millones, de la que el 37,5% vive en zonas rurales. El 65% de la superficie del país está en zona de laderas, es decir, con una pendiente mayor al 15%. La mayoría de los pequeños productores cultivan en estas zonas.
Según el Banco mundial un 30.3% de la población de El Salvador se encuentra en los umbrales de la pobreza. Esta pobreza se refleja en la falta de acceso a servicios básicos como agua, electricidad y saneamiento, así como en la precariedad de las viviendas. Por ejemplo, el acceso a la educación es limitado, una parte importante de la población rural no ha recibido educación formal.
En este contexto los productores se encargan de producir con un riesgo eminente, porque asumen esfuerzos en un país donde no existen garantías de comercialización. El campo salvadoreño enfrenta un olvido sistemático, un gobierno que no reconoce no habla y no da importancia a los problemas de los campesinos es un país que está destruyendo su capacidad de alimentarse. Los problemas que enfrentan hoy los campesinos de El Salvador afectan su calidad de vida.
El desolador panorama revela un ciclo destructivo que amenaza la sostenibilidad y prosperidad del país. La indiferencia sistemática hacia el campesinado y la agricultura no solo ha debilitado la calidad de vida en las zonas rurales, sino que ha dejado afectado negativamente la estructura económica del país. Las estadísticas de desplazamiento forzado, la caída en la participación del sector agrícola en el PIB y la creciente dependencia en alimentos importados evidencian las consecuencias del olvido del campesinado salvadoreño. Más que una crisis en el campo es una crisis que afecta la seguridad alimentaria y la economía de El Salvador.
Es necesario que nuestra clase política reflexione y se dé cuenta que un país que menosprecia a sus campesinos está acabando con sus propios cimientos.
Los problemas que aquejan a quienes trabajan la tierra resuenan más allá de las fronteras rurales; son problemas que nos afectan a todos.
Reconocer la importancia del campo no es solo un llamado a la equidad, es una necesidad urgente para la supervivencia y el florecimiento de la nación.
La restauración del campo no es solo la responsabilidad del campesinado, sino un compromiso generalizado que determinará la verdadera prosperidad.
Tengo que claro lo indispensables que son las comunidades campesinas para el país, pero también he visto su situación de fragilidad y precariedad social, realidad que se deriva de una larga historia de abandonos y violencias, así como la falta de un despliegue de políticas públicas y proyectos económicos que busquen el bienestar y los derechos del campesinado.
Visitando territorio una persona me expreso: "Trabajar y vivir en el campo como campesino en El Salvador no es fácil, nadie nos apoya. A veces duele, a veces asusta, a veces angustia porque no sabemos si comeremos.
Muchos en la ciudad piensan en las zonas rurales es como un paraíso terrenal. Pero el campo en este país es mucho más que un balneario y poco se parece a lo que muestran las películas de pajaritos y el verde de los árboles".
A los campesinos se les está negando todo lo que a otros les sobra, vemos funcionarios públicos con sus privilegios y excesivos salarios. Ellos han negado lo fundamental que es el derecho a la vida y lo elemental: vías, hospitales, escuelas, energía eléctrica, agua potable, vivienda, créditos, asistencia técnica, infraestructuras, títulos de propiedad de las tierras y mercados para comerciar los productos.
Nada de lo que pasa en el campo se soluciona si nadie escucha a los campesinos, si nadie reconoce con seriedad lo que viven.
El primer paso para resolver los problemas más graves de la tierra y de las zonas rurales es escuchar y reconocer la verdad de quienes viven allí.
Por último y no menos importante: hacemos un llamado a los funcionarios públicos a priorizar la agricultura sustentable y a la población en general a alzar la voz en contra de la minería; estamos claros que esto no es desarrollo por el contrario traerá más destrucción de nuestra biodiversidad además de afectar la calidad y cantidad del agua del país.
La minería contamina el agua superficial y los acuíferos subterráneos, lo que afecta la salud de las personas y el medio ambiente.

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