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La muerte sembradora de espigas

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Por Carlos Balaguer
Publicado el 12 de enero de 2025


Al amanecer llegó hasta el umbral del paraíso perdido una desconcertante aparición: “Soy la Muerte, señor espantapájaros –dijo. Vengo cansada de vagar, segar vidas y trigales. Quiero que el herrero de esta heredad funda mi guadaña y forje con ella un arado. Deseo sembrar espigas en las eras. Dicen que cuidas el reino del eterno verdor, donde no muere la esperanza y nunca deja de amanecer la vida. Quiero olvidar el ayer y ser un labriego más, sembrando los plantíos del Creador.” “Pasa amiga muerte –dijo el espanta celajes. En la tierra del eterno renacer no existe ni la vida ni la muerte, sino la dulzura  y el milagro del divino existir. Allá donde unas cosas terminan y otras empiezan. Donde cada sol tiene que atardecer para volver a brillar al día siguiente. Donde la hierba seca en los montes para mañana resurgir en otro amanecer de margaritas y abejas.” Así, el cegador de vidas y trigales se volvió sembrador de doradas espigas. Una vez más la vida había vuelto a triunfar en los campos.

Después, el sol que nunca pudo ser, alumbró la tierra de los anhelos. “Si otra vez me dan fuego en las quemas de abril, busca entre mis cenizas la llave maravillosa del reino y guárdala contigo” –dijo el Espanta brumas a Alma, su novia amada. “Al volver a los sembrados me la devolverás, cuando vuelvan a levantarme otra vez en la llanura y la esperanza siga plantando la vida en las eras.” Un año y otra cosecha más habrían de pasar en los montes para que la aldeana pudiera devolver la ganzúa mágica a la visión. El enamorado espanta fuegos que -a fuerza de quemarse una y otra vez en la planicie- aprendió el arte de morir y renacer como las ilusiones. (XXVI) De: “La Vida es Cuento” © C. Balaguer

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