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Pan para hoy

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Por Carlos Mayora Re
Publicado el 31 de mayo de 2024


Un “nuevo rico” sería alguien (una persona particular, o un país…) que en un momento dado estaba en una situación no muy bonancible económicamente y, unos años después -generalmente pocos-, por a o b motivos consiguió salir de su pobreza.

En el grupo países nuevos ricos, se pueden hacer dos categorías: la primera, los que han encontrado la manera de generar riqueza de verdad, ya sea fundamentando su economía en la producción de bienes o venta de servicios (enseguida hablaremos de los casos de China y de la India).

La segunda, los que podrían llamarse ricos “de tarjeta de crédito”… alegres derrochadores de la plata que la confianza de otros les concede y que, tarde o temprano, a la hora de pagar se verán en un brete.

A principios de los años 80, China, un país que basaba su economía principalmente en arcaicos métodos de agricultura, le apostó su relanzamiento económico a la producción de bienes. Como es conocido, se convirtió en lo que alguien ha llamado “la fábrica del mundo”… de modo que, como señala un informe del Banco Mundial, en 2023 China produjo el 14% de los productos vendidos en el comercio mundial. Una cifra que se dimensiona mejor cuando se considera que los norteamericanos vendieron el 8.3% y los alemanes el 6.6%.

Sacar de la pobreza a ochocientos millones de chinos no es poca cosa. Como los indios, que promovieron a doscientos cuarenta y ocho millones de personas. Esta vez, con otra receta. No inundaron el mundo con productos “made in India”, sino exportando servicios.

Software, maquila de software, teletrabajo y entretenimiento on line fueron los ejes de su lucha contra la pobreza. Son actividades que dependen vitalmente tanto de la educación, como de las condiciones gubernamentales de apertura a la inversión extranjera y a la eliminación de trabas burocráticas, además -por supuesto- de ofrecer seguridad legal y fiscal, imprescindibles para generar la confianza en los inversionistas nacionales, antes que la de los extranjeros.

Ante ese panorama, en un mundo que sustituye cada vez la mano de obra por tecnología y robots, se ve claro que el camino del progreso va más por el lado de los servicios que por el de la producción basada en mano de obra barata. Y eso implica, necesariamente, una educación y formación académica “de primer mundo”.

Todo lo anterior contrasta terriblemente con economías basadas en inversiones cuya principal fuente de ingreso son los préstamos, sin importar que procedan de inversión pública o simplemente empréstitos con instituciones financieras internacionales. Pues, ya se sabe, las tarjetas de crédito funcionan, y muy bien, hasta que llega el momento de pagarlas.

No me cabe la menor duda de que siempre se encontrarán inversionistas que quieran prestar dinero a gobiernos irresponsables… pero todo tiene un límite.

La terrible categoría de países pobres-grandes deudores, está liderada, en sus primeros cinco puestos, por Egipto, Etiopía, Ghana, Kenia y Grecia. Países que tienen en común que si bien en su momento se endeudaron, el dinero así obtenido no fue utilizado para crear riqueza, sino para comprar “proyectos”, cosas, e incluso, financiar déficit fiscal.

Al final… es la disyuntiva de siempre: enriquecerse por medio de la producción de bienes y servicios, e invertir las ganancias en educación, salud y promoción social, lo que provoca a fin de cuentas un círculo virtuoso que mejora las sociedades; o “enriquecerse” endeudándose cada vez más -como alguien me comentó hace poco gráficamente- para gastar como uno podría imaginarse lo haría una chica recién casada cuyo marido rico le ha dado una tarjeta de crédito sin límite de gastos; y de la que, además, no le pide ninguna información acerca del modo como la está utilizando.

Nunca mejor ha cuadrado el famoso dicho de “pan para hoy hambre para mañana”, como en el caso del endeudamiento irresponsable acompañado de gastos necios.

Ingeniero/@carlosmayorare

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