El dolor de una madre que manda remesas

Mayo es el segundo mes en el que se reciben más remesas familiares. Las madres que envían o reciben esos dólares también tienen angustias

descripción de la imagen

Por Lilian Martínez

2017-06-12 6:00:19

El peligro de que su hijo menor se uniera a una pandilla impulsó a Antonio y a Carmen a emigrar sin papeles. En el pueblo de Sonsonate donde vivían tenían una tienda bien surtida. El negocio sirvió como garantía para pedir un préstamo bancario.El coyote que los llevaría hacia Estados Unidos les cobraría 10 mil dólares por cabeza: 10 mil por Antonio, 10 por Carmen, 10 mil por Juan y 10 mil por Santiago.

Juan, el menor de sus hijos, era quien estaba en la mira de una pandilla y quien recibía mensajes para que se les uniera. De no hacerlo, le ofrecían asesinarlo.

LEA ADEMÁS: Migrantes, entre mandar remesas o arriesgar a familia

Santiago, el mayor, ya estaba inscrito en una universidad de San Salvador y decidió quedarse para terminar los estudios. “¡No puedo dejar a uno de mis hijos!”, decía Carmen, como freno para el viaje.

Santiago dice que él la convenció prometiéndole que se iría a Estados Unidos después de graduarse como licenciado.

 

 

Antonio, Carmen y Juan se fueron con el coyote un miércoles de 2014. Ellos prometieron llamar por teléfono a Santiago cuando llegaran a su destino. Pero pasó un mes sin que el teléfono sonara.

La familia había sido capturada por la Patrulla Fronteriza. Antonio fue uno de los 23,685 salvadoreños deportados en 2014, según el Anuario de estadísticas de inmigración del Departamento de Seguridad de Estados Unidos.

Carmen y Juan pidieron asilo y les fijaron fecha para presentarse ante un juez de migración. Pero el abogado asignado por una ONG para representarlos les hizo una advertencia: como no habían denunciado las amenazas recibidas en El Salvador; no les darían asilo, sino que los iban a deportar de inmediato. Por eso les sugirió no presentarse ante el juez, aunque esto también motivaría al juez a emitir una orden de deportación contra madre e hijo.

 

La historia de un deportado: “Al principio uno viene asustado”

Antonio, una vez deportado, se volvió a ir y se reencontró con su esposa y su hijo menor en Estados Unidos.
Debido a la orden de deportación en su contra, Carmen y su familia cambiaron de domicilio; pues no podían seguir viviendo en la misma dirección que le dieron a las autoridades migratorias cuando pidieron asilo.

Ahora ella tiene dos trabajos. Pica verduras desde la 8 de la mañana hasta el mediodía y limpia casas desde las 2 de la tarde hasta las 8 de la noche. “Viven para trabajar y trabajan para vivir”, dice Santiago sobre sus padres.

Cuando sus padres y su hermano se acababan de ir, él sobrevivió con una beca de estudios y la ayuda económica de un tío. Ahora tiene un trabajo a medio tiempo y paga la cuota del carro que conduce con $200 mensuales que le mandan sus padres.

Todos los días habla por teléfono con su madre. A veces, simplemente se preguntan cómo están y la llamada dura un minuto. Pero desde hace dos semanas, las conversaciones son más largas. Su madre llorar y él no encuentra palabras para consolarla.

LEA ADEMÁS: Desempleo en Estados Unidos disminuye envío de remesas

Al otro lado del teléfono ella solloza: “Yo creyendo salvar a mi hijo lo vine a perder”. Aquí, sin poder hacer nada, Santiago lidia con la noticia de que su hermano menor se fue de la casa, se unió a una pandilla y ha sido capturado.

Deportados