Nuevos delirios de colectivización en Europa

El buen emprendedor sabe cuál es la vida útil de cualquier elemento que forma parte de un conjunto productivo, y, por lo mismo, está siempre pendiente de cuidarlo y hacer las reservas financieras para reemplazarlo cuando llegue el momento.

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Alexandra Hill Tinoco. EDH Archivo / Foto Por Jorge Reyes

Por El Diario de Hoy

2019-05-06 6:35:47

Un grupo de ultraizquierda del partido socialista alemán propone una colectivización de empresas, al igual como los soviéticos forzaron la colectivización de las tierras y en el proceso mataron a decenas de millones de campesinos y pequeños propietarios, una de las grandes tragedias de la Historia.

Pongamos un ejemplo: un fabricante de carrocerías de automóviles o de medicamentos o de maquinaria industrial sería convertido en una empresa colectiva, indemnizando o no a sus accionistas, fundadores y al personal que por una u otra causa sea retirado.

Eso mismo se hizo en Cuba, lo llevó a cabo Chávez en Venezuela y de seguro que soñaban con hacerlo los efemelenistas en este país, pese a la nefasta experiencia que se tuvo cuando la junta golpista de los años 80, que estatizó los bancos, el comercio exterior y las mejores tierras de nuestro país, ahora todas en bancarrota.

El esquema propuesto por ese grupo de políticos alemanes amigos de lo ajeno estaría condenado al fracaso desde un primer momento por una simple causa: lo que determina el éxito de cualquier empresa en el mundo industrial (y Alemania es un gigante industrial de nuestro tiempo) es la iniciativa, el empuje y el goce de los beneficios de quienes están al frente.

Los que organizan el conjunto tienen las ideas para llevarlo adelante, arriesgan sus capitales, su tiempo y en cierta manera su prestigio y sus vidas, son el motor, la clave del éxito.

Son ellos los que hacen el papel de un gran estratega en una guerra, los que en una u otra medida inspiran al resto a seguirlos.

En Cuba, como en Venezuela, la pobreza y la falta de una mayoría de bienes esenciales se debe precisamente a que por ser esas “empresas estatales” de todos pero de nadie, pues nadie verdaderamente responde por ellas, van de tumbo en tumbo hasta terminar fracasando y cerrando.

Lo que es “de todos” termina siendo de nadie o del “partido”

Como sucedió aquí con la Segundo Montes: era el momento esperado por los efemelenistas, finalizada la guerra, para demostrar que “la economía socialista”, “el pueblo”, etcétera, estaba más que capacitado para generar abundancia… pero no tardó mucho para que los galpones de esas “fábricas del pueblo” quedaran abandonados e invadidos de maleza.

El emprendedor, en cambio, se ocupa de todo lo que puede o no afectar la buena marcha de un negocio. Sabe cuándo delegar pero está presto a averiguar si la persona a quien una tarea se le confió la llevó bien a cabo.

Uno de estos primordiales objetivos son los mantenimientos de equipos, instalaciones, métodos de trabajo, bodegas, servicios, techos.
En ese campo los colectivistas, como los efemelenistas aquí en el país, fallan estrepitosamente.

Un ejemplo son los mal mantenidos elevadores en los hospitales, el ruinoso estado de las lavanderías en dichos centros, de los servicios sanitarios, de las tuberías de agua, de las bodegas.

El buen emprendedor sabe cuál es la vida útil de cualquier elemento que forma parte de un conjunto productivo, y, por lo mismo, está siempre pendiente de cuidarlo y hacer las reservas financieras para reemplazarlo cuando llegue el momento.

Pero cuando las cosas, por ser de todos no son de nadie, los mantenimientos nunca ocupan el primer plano de las prioridades, por lo que los equipos fallan en el momento menos esperado.