El Ejército sólo defendió de una agresión totalitaria al país

El Ejército defendió la institucionalidad al costo de sus vidas —como en el caso del coronel Monterrosa—, una institucionalidad con muchos defectos pero infinitamente superior a los esquemas que rigen en los países que caen en el totalitarismo

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El jugador de Brasil Everton Sousa celebra un gol, durante el partido Brasil-Perú final de la Copa América de Fútbol 2019, en el Estadio Maracanã de Río de Janeiro, Brasil, hoy 7 de julio de 2019. EFE/Paulo Whitaker

Por El Diario de Hoy

2019-07-07 4:01:49

No puede igualarse el papel desempeñado por oficiales del Ejército salvadoreño y los cabecillas guerrilleros, pues mientras los primeros defendían un democracia —imperfecta, si se quiere— los otros, fueran o no capaces como agresores militares, se ungían como individuos que por sí y ante sí decidían sobre vidas ajenas.

Literalmente los agresores de esos tiempos, envenenados por las prédicas de odio sembradas por un pequeño agricultor al que enloquecieron agentes rusos, inventaban “nuevas justicias”, elucubraciones que no encajan con el orden de Derecho de ninguna nación civilizada.

Oficiales, suboficiales y subalternos luchaban con uniformes frente a una insurgencia que no los tenía, como no tenían escrúpulos ni principios para abstenerse de atacar por la espalda a muchas de sus víctimas desarmadas, de la misma manera que lo hacen las pandillas de hoy.

Uno de esos comandantes se estrenó matando por la espalda a un pobre seguridad de un hospital de niños al que acusó de “defender a los ricos”. Más adelante ese valiente guerrillero negoció con el cadáver de una persona ligeramente herida pero que al no recibir ni siquiera una cura sencilla, murió de una infección incontrolada.

Y ya hemos narrado la emboscada que un grupo de forajidos de los mismos le hicieron a un comunicador que pacíficamente conversaba con su novia en el parque Balboa y que se salvó de un grave atropello gracias a su inmediata reacción, o de la bomba que le pusieron en la cabeza a un Fiscal General que había ordenado la captura de la llamada “comandancia general”.

Ser amoral no es algo para enorgullecerse, como tampoco chantajear familias de secuestrados, a las que forzaban a publicar manifiestos llenos de odio y dislates en periódicos del Primer Mundo.

Según los cabecillas guerrilleros, la falta de libertades, no poder publicar sus manifiestos, justificaba la carnicería que montaron y que costó la vida a más de setenta mil salvadoreños, en su mayor parte jóvenes. Pero en ninguna parte se publican diatribas, escritos acusatorios, estupideces solo porque sus autores creen estar en posesión de la pomada mágica, de la verdad celestial…

En estas páginas siempre se dio cabida a declaraciones de distintos grupos políticos, incluyendo las formuladas por Schafik Handal, con quien tuvimos una relación personal buena y tranquila.

Han demostrado que hicieron la guerra para favorecerse ellos mismos

Hacer la guerra no justificó en ningún momento asesinar a Roque Dalton por no encajar en los moldes de sus agresores, como tampoco matar con lujo de barbarie a muchachos que tenían deslices “burgueses” como escuchar música de moda, enamorar chicas, portarse como cualquier joven de su edad en todas partes del mundo libre. Esa barbarie la describe Giovanni Galeas al narrar las tropelías del sicópata Mayo Sibrián, que colgaba de los pies a sus víctimas y las apaleaba hasta matarlas pues no confesaban lo que no podían confesar porque no habían cometido ningún delito.

A Mayo Sibrián le ordenaban por radio “¡tú dales!”, dales hasta matarlos, sentando la escuela de crueldad sin freno que han retomado las pandillas…

El Ejército defendió la institucionalidad al costo de sus vidas —como en el caso del coronel Monterrosa—, una institucionalidad con muchos defectos pero infinitamente superior a los esquemas que rigen en los países que caen en el totalitarismo. Y los miembros del Ejército que perpetraron barbaridades y secuestros fueron degradados o se esconden en su infamia.