El cinismo nuestro de cada día

Tal diálogo, dada nuestra experiencia pasada y actual, debe ser realizado de manera pública, lo cual no significa que deba ser hecho ante las cámaras. Pero, sí debidamente anunciado como parte de un plan integral de abordaje a la violencia, con propósitos y metas definidos, con la participación, o al menos, la anuencia de los tres poderes del Estado, con conocimiento de los mediadores

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Arriza Chicas fue depurado de la Policía en el año 2000, pero tres años después la Corte Suprema de Justicia ordenó su reintalo. Foto EDH / Archivo

Por Mario Vega

2020-09-08 10:33:37

El diálogo con las pandillas es el tema que con mayor hipocresía se maneja en el país. A pesar de la ojeriza y las maldiciones con que se le descalifica, lo cierto es que casi todos los partidos políticos han negociado en su momento con las pandillas. El descaro resulta mayor cuando la insistencia en hacerlo revela que los partidos políticos reconocen en las dirigencias de las pandillas a interlocutores apropiados para llegar a acuerdos, que poseen la disciplina suficiente para honrar compromisos, un estrecho control del territorio, influencia para decantar el comportamiento electoral de muchos ciudadanos y una palabra en la cual creer. Por su parte, las dirigencias de las pandillas han expresado sin ambages su anuencia a sostener conversaciones políticas con el propósito de buscar salidas a los problemas de marginación y pobreza del país. Las condiciones para el diálogo están dadas, pero el problema es que hasta ahora solo se han usado para alcanzar intereses mezquinos. Del lado de los partidos políticos para propósitos electorales y, del lado de las pandillas, para obtener reducción de la represión, beneficios carcelarios o dinero.
Es ese uso, que no beneficia a las mayorías, el que ha facilitado la desacreditación del diálogo y los entendimientos. Pero, estos no son necesariamente perniciosos en sí mismos ya que pueden servir para propósitos loables, como ya ocurrió con los acuerdos de paz que pusieron fin al enfrentamiento armado en nuestro país en 1992. La violencia social ha llegado a ser tan aguda y extensa que una solución auténtica se puede alcanzar solo al resolver sus raíces: la marginación y la falta de oportunidades. Pero, son esos temas los que están lejos de conversarse en los diálogos electoreros que se desarrollan en la actualidad. Cualquier logro o ventaja que se discuta llevará el sello de lo provisional mientras no se discuta en serio la transformación de las condicionantes económicas y psicológicas de la violencia y la apuesta sea solo a la capacidad de las pandillas para parar los asesinatos en obediencia a sus mandos. El fuego de la violencia no estará extinto y ni siquiera mitigado, por tanto, permanecerá muy propenso a estallar de nuevo en un incendio.
La violencia es tan endémica que debe ser confrontada con la implementación de políticas públicas de prevención a largo plazo. Dentro de ellas, el diálogo y los acuerdos con las pandillas son un atajo importante para reducir el tiempo y cesar las muertes, siempre y cuando ese alivio sea utilizado para intervenir las comunidades marginadas con planes efectivos de desarrollo. El diálogo debe ser solo un elemento táctico dentro de la gran estrategia de llevar desarrollo humano y reducción de la discriminación a los focos urbanos violentos.
Tal diálogo, dada nuestra experiencia pasada y actual, debe ser realizado de manera pública, lo cual no significa que deba ser hecho ante las cámaras. Pero, sí debidamente anunciado como parte de un plan integral de abordaje a la violencia, con propósitos y metas definidos, con la participación, o al menos, la anuencia de los tres poderes del Estado, con conocimiento de los mediadores, con informes de los acuerdos alcanzados y con claridad en los métodos de verificación y seguimiento. Pero, cuando el recurso se usa de manera oculta la ciudadanía tendrá motivos sobrados para desconfiar y tanto más, cuanto más se le niegue y trate de ocultar.

Pastor General de la Misión Cristiana Elim.