Un cuento de Navidad

Cuando llegó a la casita en la que vivía con su esposo y sus tres hijos se extrañó todavía más, pues la encontró con todas las luces apagadas. Al girar la llave en el cerrojo se preguntó qué podría haber pasado, pues ni el Sultán se oía al otro lado de la puerta moviendo alegremente la cola, como solía hacerlo.

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Marcelo Bielsa, en un partido pasado. Foto EDH/Archivo.

Por Carlos Mayora Re

2020-12-25 7:35:32

Eran las seis y se estaba terminando de quitar, una vez más, la careta, la mascarilla, el traje protector, los guantes, las zapateras… Como era diciembre oscurecía muy pronto y la temperatura bajaba rápidamente, así que al terminar la “sanitización”, se puso el sweater y después de despedirse de los compañeros que iniciaban turno y desearles a todos una muy feliz Navidad, salió a la calle a esperar el autobús.
Estaba agotada después de largas horas atendiendo pacientes en UCI. Por ahora sólo pensaba que el treinta y uno sería ella quien estaría empezando turno a esas horas, mientras los que se quedaban hoy se dirigirían a ¿celebrar? el fin de un año 2020 que nadie pudo imaginar. Duro para todos, pero especialmente para quienes trabajaban en el sistema nacional de salud.
No pudo dejar de pensar en don Nicolás, pues tenía muy mal pronóstico ya que la neumonía doble no cedía ni con las dosis más fuertes de medicamentos. Le preocupaba. Pero también se acordó de la niña Rosita, quien a pesar de su gravedad la saludaba siempre con los ojos luminosos y una sonrisa amable debajo de la máscara de oxígeno.
Pensar en “sus” pacientes era lo que –como le contaba a su esposo- le daba ánimos para seguir adelante, a pesar del cansancio, a pesar de la gente que se llevaba la enfermedad. Siempre la misma rutina, siempre los mismos sobresaltos, siempre la misma tristeza cuando alguno fallecía, solo, sola… Pero también, hay que ser justos -se dijo para sí misma-, no todo era tristeza, pues a medida fue avanzando el conocimiento de los médicos y se fueron mejorando los tratamientos, la cantidad de personas que superaban la enfermedad fue aumentando.
Ella misma contrajo el virus. Fue a finales de abril. Pero –gracias a Dios- salió bastante bien. En esos días, después de superado el primer y terrible impacto de sentirse contagiada, su esperanza se sostuvo en un pensamiento: “Dios me tiene preparada la misión de ayudar a mucha gente, Él me va a sacar adelante”… y así fue. Ahora estaba fuerte y con muchas ganas de trabajar.
Vio su teléfono y se dio cuenta de que ya eran las seis y media. Había pocos buses… se preocupó un poco, pero se acordó que le había dicho a la niña Mari que llegaría pasadas las siete a recoger la sencilla cena de Nochebuena que le había encargado. Estaba a tiempo. Sin embargo, precavida como era, le puso un Whatsapp: “Llego en un rato, cuando esté cerca le aviso”. Y se quedó tranquila.
Apenas había arrancado el bus le cayó un mensaje de la niña Mari: “No hace falta que pase, ya vinieron a traer las cosas”. Se extrañó, pues no atinaba quién se le podría haber adelantado.
Cuando llegó a la casita en la que vivía con su esposo y sus tres hijos se extrañó todavía más, pues la encontró con todas las luces apagadas. Al girar la llave en el cerrojo se preguntó qué podría haber pasado, pues ni el Sultán se oía al otro lado de la puerta moviendo alegremente la cola, como solía hacerlo.
Entonces, de repente, se encendieron las luces y después de reponerse de la sorpresa vio la mesa del comedor puesta como nunca se hubiera imaginado: había un hermoso pavo, tamales, chocolate, pastel, arroz relleno… de todo; y hasta un precioso adorno floral. Levantó la vista y vio a sus hijos que la miraban felices, esperando su reacción. Se llevó las manos a la boca para ahogar un grito de alegría, y su esposo se acercó para abrazarla y darle un tarjetón que decía: “Lic. Méndez: reciba una pequeñísima muestra de agradecimiento de la familia Henríquez. Usted cuidó tantas semanas a nuestra mamá en la UCI, ahora déjenos cuidarla a Usted y su familia en esta Navidad. Dios los bendiga”.

Ingeniero/@carlosmayorare