Sesenta y cuatro

"When I get older losing my hair/ Many years from now/ Will you still be sending me a Valentine. Birthday greetings bottle of wine/ If I’d been out till quarter to three/ Would you lock the door Will you still need me, will you still feed me/ When I’m sixty-four”.

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Coldplay en concierto. AFP

Por Jorge A. Castrllo H.

2021-10-15 6:56:48

A mi promoción nos tocó en suerte ser los conejillos de Indias de la Reforma Educativa concebida por don Walter Béneke, el tío de Paco, mientras se desempeñó como embajador de nuestro país en Japón. A su regreso, y durante la presidencia de Fidel Sánchez Hernández, fue nombrado Ministro de Educación y dicha Reforma fue implementada. Impactaba, sobre todo, en la educación media con el uso de la televisión educativa (inaugurada ocho años antes) y con la creación de los bachilleratos diversificados. Desde aquellos lejanos años Setenta, la Televisión Educativa se ha mantenido lánguida, casi milagrosamente, con un presupuesto exiguo. Durante estos años de pandemia y cuarentena, el Ministerio de Educación pretendió darle un nuevo aire, usándola otra vez para difundir clases a todo nivel. Un impulso que parece haberle durado muy poco.
Como sea. Quienes recibimos clases por aquella TVE conocimos desde entonces la peculiar canción que un McCartney todavía adolescente había compuesto para su padre, canción que presta el título a este artículo y que Los Beatles convirtieron en éxito, tal y como lo hicieron con casi todas sus canciones. Poniendo orden cronológico a los hechos, me percato de que el disco que incluía el tema fue lanzado al mercado en 1967. Y ya en 1969, los programas de la Reforma la usaban como la canción tema de las clases de inglés que se difundían. Me parece una señal que trabajaban duro entonces en la TVE. ¿No creen?, porque en aquellos tiempos las comunicaciones demoraban bastante más que hoy en día.
Como he conversado con varios compañeros y otras amigas, ahora ya los papeles empiezan a invertirse y muchos estamos aprendiendo de nuestros hijos. La mía inició su tarea educativa conmigo tratando de enseñarme algunas facetas de las redes sociales y de los dispositivos empleados para navegar por la internet que Lito Ibarra, querido compañero de aquellas aulas y quien hoy llora la muerte de su padre, nos trajera a El Salvador. También ha iniciado ella otra línea de enseñanza con su padre: ha empezado, con buen tino, a regalarme libros. La dedicatoria del que me regaló este año me impactó: “Siempre me decís que sé más de historia que vos, cosa que no termino de creerte. Pero como nunca es tarde para aprender, te mando este regalito”. El regalito es nada menos que “Momentos estelares de la humanidad” de Stefan Zweig, el autor austríaco de quien tanto escuché hablar a mi padre. Ahora que finalmente lo leo no me extraña aquella su admiración por este autor: la prosa intensa y exacta, de ritmo vertiginoso, atrapa al lector no bien se empieza a leer un capítulo; el trabajo de investigación en que apoya sus historias se intuye cuidadoso, detallista, exhaustivo; la temática que desarrolla se hace interesantísima desde la perspectiva casi íntima que adopta Zweig. (No me equivoqué en mi apreciación anterior: acabo de enterarme por la chismosa de la Wikipedia que el trabajo de investigación para “Momentos estelares...” le tomó 20 años al autor).
Quiso la casualidad que, en el primer capítulo, informa que el gran Marco Tulio Cicerón (a quien me ha despertado Zweig las ganas de leer directamente en sus “Catilinarias”, su “De Senectute”, y varios libros más) ¡fue muerto justamente a la edad de 64 años! Según Zweig, “… más que todos sus triunfos militares, lo que honra a Julio César es su magnanimidad tras la victoria. A Cicerón, su opositor, ahora acabado, le concede la vida, sin hacer el más mínimo intento de humillarlo y, únicamente, le sugiere que se retire de la escena política…”. Y agrega que, al así hacerlo, le hace el favor más grande: retirarlo de la res pública para que pudiera dedicarse a su res privata (Y agrega en una frase realmente bien lograda: “Cualquier forma de exilio se convierte, para un hombre de espíritu, en un estímulo para el recogimiento interior”). Cuenta Zweig a continuación que sólo 4 años más tarde de ese destierro, un emisario irrumpe en la retirada casa de exilio de Cicerón para comunicarle que Julio César, el dictador, ha sido asesinado ante el foro de Roma. Con singular maestría, Zweig nos hace ver el panorama desde los ojos de Cicerón cuando escribe: “a pesar de toda la aversión que siente hacia el vulgar argumento del asesinato cometido por el pueblo, ese hombre, Julio César, con todos los méritos y sus obras, ¿no ha cometido la especie más detestable de homicidio, el parricidium patriae, el asesinato de su patria?”. Enseña mucho este capítulo.
He devorado también los de “La Conquista de Bizancio” por los turcos y el de “El descubrimiento del Océano Pacífico”. La otra semana me tocará adentrarme en el siglo XVIII con los capítulos de La Resurrección de Handel y el del “Genio de una noche: La Marsellesa” que apenas me aguanto por empezar. No se equivocó la hija: nunca es tarde para aprender. Y me he preguntado: si los profesores de Estudios Sociales de octavo y noveno grados nos hubieran sugerido la lectura de esta joya de libro ¿lo habríamos aprovechado? De aquellas clases de Historia lo único que recuerdo es que nos hacían colorear los mapas que venían en los horribles libros de texto que nos distribuyeron.
También pregunto coreando junto a McCarthy y mis queridos compañeros: When I get older, losing my hair, many years from now. Will you still need me, will you still feed me, When I’m sixty-four?

Psicólogo/psicastrillo@gmail.com