Camino a San Julián el bus de madera subió las escarpadas cimas con su “¡rum! ¡rum!” viajero. Un cierzo salvaje se colaba por las ventanas.
Muy junto a mí, entre mis brazos, fría e invernal la viajera. Cuántas horas nos unió el calor de nuestros cuerpos. El camión bajó a los valles, amenazando a veces quedar atascado en el barrial, como queda la vida en largos caminos. Las nubes, en raudo vuelo, pasaban por las ventanas. Por fin llegamos al distante pueblo de San Julián. Algunos bajaron y otros continuaban el viaje. La tomé de las manos para bajar y llevarla conmigo. Pero entonces resistióse diciendo: “Sigo…”
Invernal.
El sol surgía con su lumbre amarilla deshielando el vado. Lejos aún no se veía claro por la niebla. El “¡rum! ¡rum!” del bus cual despedida.
En mí quedó la nostálgica mirada de ojos negros, fría e imborrable.
Yéndose junto a otros viajeros, pero su lejanía en mí. Un olor a kerosene arrastraba la fría ventisca. Se fue perdiendo el eco del “¡rum! ¡rum! por los vallados. Lejana la viajera. Así era entonces el transporte de Guaymumuz a San Julián. (y II)