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Los políticos, en búsqueda de popularidad ysiguiendo los votos donde están, también han caído en la tentación. Con hablar de todo y de nada no han ganado respeto (votos quizá sí, desgraciadamente) pero sí audiencia, convirtiéndose en parte de la sociedad del comentario, del espectáculo, del entretenimiento. Por eso no es de extrañar que con el cinismo más descarado digan hoy que es negro lo que ayer defendía a capa y espada que era blanco. Pues con notable desparpajo, sencillamente, les viene sobrando contradecirse.

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Claire Taplin compartió en redes sociales las imágenes de su hija para generar conciencia en los jóvenes. Foto de carácter ilustrativo no comercial / https://www.facebook.com/claire.taplin.7/posts/10165005258915212

Por Carlos Mayora Re

2021-08-06 3:46:49

La mera existencia de las redes sociales es una poderosa invitación para comentar permanentemente. Cualquiera puede dar su opinión y contra opinar lo que digan los demás. Dar criterio o burlarse, explicar o simplemente hacer changoneta… Insultar o defender las causas más nobles. Todo vale.
Ante esa realidad, y después de constatar lo que se dice y se deja de decir en esos medios, quién lo comenta y bajo qué criterios lo publica, uno no sabe si la posibilidad de que cualquiera diga lo que sea sobre todo tema imaginable -con credenciales o sin ellas para hacerlo- es un avance o una regresión respecto a la posibilidad real de que las redes y todo lo que posibilita la Internet esté, en último término, al servicio de la verdad.
Información y opinión, razones y pasiones, conocimientos y experiencias, corazonadas y verdades científicas, son puestas en una posición de equivalencia simplemente por el medio en que son publicadas. Vivimos, como se ha dicho, en la sociedad del comentario, una comunidad en la que no se permite quedarse callado a nadie, aunque –la verdad sea dicha– tenga nada que decir, o su opinión de hoy contradiga flagrantemente lo que expresó semanas atrás.
Internet, dicen los expertos, más que lograr unademocratización de la información, más que constituirse en el medio de igualdad por excelencia entre los usuarios, se ha convertido en una palestra de disparates, en la que se mezclan fundamentadas opiniones científicas sobre la covid –por poner un ejemplo–, con lo que comenta al respecto la imaginativa vecina que no tiene ni idea de qué sea (ni le importa) un virus. Mientras –el colmo del sinsentido– ante el público en general ambos comentarios tienenigual peso, igual importancia, igual credibilidad.
Los políticos, en búsqueda de popularidad ysiguiendo los votos donde están, también han caído en la tentación. Con hablar de todo y de nada no han ganado respeto (votos quizá sí, desgraciadamente) pero sí audiencia, convirtiéndose en parte de la sociedad del comentario, del espectáculo, del entretenimiento. Por eso no es de extrañar que con el cinismo más descarado digan hoy que es negro lo que ayer defendía a capa y espada que era blanco. Pues con notable desparpajo, sencillamente, les viene sobrando contradecirse.
La suspensión del juicio que provoca todo esto, el incesante recurso a los registros emocionales y la volatilidad de las noticias engendran fake news, insultos, campañas de acoso, juicios mediáticos, injusticias y proliferación de contenidos violentos e injuriosos. Ok, de acuerdo… Pero ¡a quién le importa! Pues lo que vale es tráfico en las redes, movilización emocional de los ciudadanos, estar siempre en cotas altas de popularidad.
Hay quienes piensan que la indiscriminada posibilidad de que cualquiera comente sobre lo que sea, y que su opinión sea equiparable a la de quien fuera, es la puerta para la verdadera democracia (política y socialmente hablando); mientras otros piensan exactamente lo contrario, como quienes sostienen que “la instauración de la sociedad del comentario es la muerte de la deliberación democrática”.
En el primer caso, los que defienden la posibilidad de libertad de expresión para absolutamente todos, se fijan en los derechos individuales de los comentaristas; mientras que en el segundo, quienes opinan que esta situación es veneno para la democracia, defienden la veracidad (que no la verosimilitud) de las opiniones vertidas por los tertulianos cibernéticos, una calidad que vendrá avalada –ni más ni menos- que por la verdad de los hechos expresados.
La clave del dilema estaría en la capacidad del lector para distinguir las virtudes democráticas (en cuanto vehículo para ejercer el derecho a la libertad de expresión de los ciudadanos) de las opiniones verdaderas vertidas en las redes, de aquellas que son simple y sencillamente parloteo. Por no hablar de las que intencionalmente son publicadas para distorsionar los hechos, engañar y manipular.

Ingeniero/@carlosmayorare