Es innegable que uno de los grupos más afectados a lo largo de la pandemia han sido los estudiantes. Quienes han contado con los medios y recursos necesarios para seguir estudiando han debido adaptarse al cambio de modalidad y mantener dichas condiciones durante un año. El estrés por la falta de conexión, las limitantes de acceder solamente mediante un smartphone o, por otra parte, el desinterés de varios por la propia formación se han impregnado en sus actitudes. En consecuencia, su desempeño académico ha decrecido y la deserción escolar ha incrementado. Ante estos problemas, la idea del regreso a clases semipresenciales suena más idóneo que nunca. No obstante, esta decisión conlleva a la vez responsabilidades de cara al rendimiento de los alumnos y su seguridad.
Uno de los primeros obstáculos que se encaran es la salubridad. El riesgo de contraer la enfermedad parece inminente. Esta situación se debe al poco espacio de muchos centros educativos y al posible desacato de las medidas de salud (algo casi inevitable por parte de los menores). Las aglomeraciones no se harán esperar, así como el aumento de casos, de manera similar a lo sucedido con la reapertura económica el año pasado, donde las medidas preestablecidas fueron perdiendo fuerza con el tiempo hasta dejarse de atender en múltiples lugares. Por lo tanto, junto a las regulaciones de la población estudiantil, los maestros y encargados deben estar muy atentos para que las medidas sean acatadas con constancia a fin de cuidar su propia salud y la del alumnado.
Afortunadamente, parece que ya se están tomando medidas respecto a la salud para sobrellevar el regreso; sin embargo, se presenta otro reto que no resulta evidente ni importante para muchos: lidiar con los vicios adquiridos por los alumnos durante la modalidad online. Entre estos desafíos se encuentran motivar a los estudiantes a querer aprender y mantener su atención. Ambos aspectos, al permanecer inmersos en otro ambiente, disminuyeron. Asimismo, la cercanía a los dispositivos para recibir clases ha dificultado el enfoque así como la autogestión y regulación del tiempo dedicado al estudio, que dependen en muchos casos del alumno. En consecuencia, lo aprendido es poco, por lo que la necesidad de nivelar los conocimientos y habilidades es primordial.
Lamentablemente, lo más preocupante de esta situación es que en sí ya representaba un grave problema previo a la pandemia. La educación en El Salvador se ha mantenido en una zona de confort donde la exigencia y compromiso han decaído de forma completa. Ahora, estos problemas deberán ser abordados eficazmente si se aspira a tener un sistema educativo de primer nivel.
Por otra parte, hay que considerar especialmente a quienes tuvieron poco o nulo acceso a la educación virtual debido a la falta de medios. Ellos presentarán significativas deficiencias que, si no son superadas, pueden afectar en su desarrollo de por vida. Al menos, con los esfuerzos realizados para garantizar el acceso a un dispositivo con conexión a internet, se podrá superar el obstáculo más básico ante la educación en línea. Aún así, las clases deben ser interactivas para garantizar el aprendizaje.
De manera que, si se desea un regreso a clases en que se les exija desempeño a los jóvenes, se deben adaptar progresivamente maneras de captar su atención y de motivarlos a estudiar. Asimismo, hay que solventar las deficiencias; aunque el retorno sea beneficioso, lo que se amerita es un medio donde se aprenda integralmente. Ahora con el acceso a un dispositivo o internet que se tiene planeado, se debe velar por el desarrollo de las futuras generaciones, de quienes dependerá si superamos la crisis actual y progresamos como nación.
Estudiante de Ingeniería de Negocios / Club de Opinión Política Estudiantil (COPE)