Ni “izquierdas” ni “progresistas”

Esa no era la izquierda de Ungo, Oquelí y los Zamora y hasta el mismo Schafik. Tampoco era la izquierda por la que murieron Juan Chacón, Enrique Álvarez Córdova y Rafael Aguiñada Carranza, los universitarios del 30 de julio de 1975 y los que protestaron contra el fraude el 28 de febrero de 1977.

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Plaza San Marcos. Foto EDH / AFP

Por Mario González

2019-11-15 7:08:01

El chavismo le encargó al nuevo presidente de Argentina, Alberto Fernández, que asuma el liderazgo “progresista” entre lo que considera la “izquierda” latinoamericana.

Ni “progresistas” ni izquierdas. Más que gobiernos de apertura y civilismo, como se nos vendieron, han sido regímenes neo-oligárquicos, corruptos y más militaristas y represivos que los antiguos estamentos que decían combatir. No hay que ir tan lejos para conocerlos.

Chávez murió dejando entre riqueza y excesos a su familia y Maduro se mantiene en el poder como si fuera un opulento jeque, mientras los venezolanos se mueren de hambre. Correa y Lula enfrentan a la justicia por los abusos y corrupción en sus regímenes, al igual que Kichner está bajo investigación. Evo acaba de caer en Bolivia tras descubrirse las manipulaciones fraudulentas para mantenerlo en el poder. No es cierto que renunció en aras de “pacificar al país”, sino que el fraude electoral fue evidenciado por la OEA y los militares bolivianos no se lo dejaron pasar.

Las izquierdas antes condenaban a los militares latinoamericanos por acuerpar fraudes y ahora los critican por rechazarlos…

Las “izquierdas” criollas prometieron respetar los derechos humanos, erradicar la corrupción, promover la tolerancia y la alternabilidad en el poder, sanear y dar independencia a los sistemas judiciales. Pero en lugar de eso, han aplastado a sangre y fuego las resistencias ciudadanas (Venezuela y Nicaragua), han fomentado la corrupción (Brasil, Venezuela, Argentina y Ecuador e incluso en El Salvador), se han enquistado como verdaderas dictaduras (Venezuela, Nicaragua, Bolivia) y han manipulado sistemas electorales (recordemos esos curiosos apagones en los recuentos de votos, tanto en Venezuela, en Bolivia, en Nicaragua e incluso acá en El Salvador).

Inspirados por la Cuba revolucionaria y represiva anclada en la Guerra Fría del siglo pasado, Chávez y Maduro no dudaron en reprimir con dureza a la oposición y mantener como presos políticos a sus líderes, a los que han acusado de cualquier cosa con sólo tenerlos tras las rejas.

Frescas estarán siempre en mi mente las escenas de policías y guardias chavistas venezolanos con sus botas bien brillantes de lustre –como las de los guardias nacionales de El Salvador—aplastando las cabezas de opositores en las marchas.

La escena se ha repetido en Nicaragua, donde la oposición ha contado hasta más de 500 muertos desde el levantamiento de abril de 2018 contra Ortega por la reforma de pensiones. Escuadrones sandinistas recorrían las calles de Managua sembrando el terror y la disuasión violenta entre los nicaragüenses hastiados de un dictador que salió peor que el gobernante que derrocaron prometiendo una Nicaragua libre.

La corrupción desde la izquierda brasileña, confabulada con Odebrecht, alcanzó a varios países y le costó ir a prisión a Lula, quien no ha sido exculpado, sino que ahora espera la revisión de su sentencia en libertad.
El gobierno mexicano liberó al hijo del Chapo Guzmán alegando que “no quería un baño de sangre” y acogió a Evo como si fuera un inocente niño de primera comunión, pese a sus pecados.

Los de acá no se quedan atrás: tanto que cuestionaron a los gobiernos militares por la corrupción y la impunidad y hasta nos llevaron a una guerra de 12 años, para terminar siendo iguales o peores que los que denunciaban. El Chaparral, los robos en las pensiones, negocios oscuros como el Sitramss, los madrugones, la compraventa de terrenos, la tregua con las pandillas, las millonarias bolsas negras… la lista es interminable. Esa no era la izquierda de Ungo, Oquelí y los Zamora y hasta el mismo Schafik. Tampoco era la izquierda por la que murieron Juan Chacón, Enrique Álvarez Córdova y Rafael Aguiñada Carranza, los universitarios del 30 de julio de 1975 y los que protestaron contra el fraude el 28 de febrero de 1977.

Cómodos y mezquinos, además de amasar grandes fortunas mientras las militancias hambrean, todos coinciden en hacerse las víctimas cuando les llega el brazo de la justicia y alegan cobardemente que “les quieren dar golpe de Estado” cuando los pueblos quieren sacudírselos, hastiados de tanta podredumbre.

Esa es la que dice llamarse izquierda latinoamericana. Dejen de sublimarse tratando de hablar fino y calificándose como “progresistas”.

Periodista