Caricias

Un periodista comentó en televisión lo duro que le resultó contenerse y decidir no abrazar a su madre, quien, igual que el tío del video mencionado arriba, cariñosamente se lo exigía. (¡Felicidades por su día, señores, señoras y señoritas periodistas de noticias, de investigación, deportivos, culturales, de entretenimiento! Sepan ustedes que reconocemos y agradecemos sinceramente la gran labor que realizan y han realizado durante este tiempo tan especial y riesgoso.)

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Fotografía de los restos de la imagen Sangre de Cristo luego de un incendio provocado por una persona no identificada en la Catedral Metropolitana este viernes en Managua (Nicaragua). Foto EFE

Por Jorge Alejandro Castrillo H.

2020-07-31 9:30:52

Una de las facetas menos discutidas hasta ahora del COVID-19 es la de los efectos a futuro que podrá provocar en nuestras relaciones interpersonales y en el estado emocional de cada quien. Ya he adelantado en esta columna que —aunque pueda parecer que todos estamos igualmente encerrados, en cuarentena, en aislamiento, en distanciamiento social o físico, como usted prefieran llamarlo— cada quien vive la pandemia de manera distinta. No nos engañemos, nadie saldrá ileso de esto.

La situación económica, la amplitud y estado del domicilio, algunos rasgos de personalidad, la etapa del ciclo de vida en que la persona se encuentre, la situación y dinámica familiar, la cercanía o lejanía de quienes amamos, presencia o ausencia de condiciones especiales y no sé cuántas otras consideraciones más, tienen incidencia en cómo viviremos la pandemia. Incluso el país en que la vivamos hace diferencia, ¡cómo me gustaría en estos días aciagos estar viviendo en Uruguay, donde tan bien parecen haber manejado la situación que ya han vuelto a clases!

Pero hay un aspecto que atraviesa todos los anteriores y cualquier otro factor que podamos traer a consideración: las limitaciones en el afecto que manifestamos por el contacto físico, las caricias. Llegó a mi teléfono un vídeo que muestra a un niño de aproximadamente cuatro o cinco años que mantiene una temerosa pero firme negativa ante los requerimientos de abrazo que le hacen (en son de broma quiero imaginar) unos tíos que recién llegan a su casa y que vienen de hacer mandados en la calle. “No, no, no” repite insistentemente el niño mientras se aleja asustado hacia lo que parece ser su habitación o la de sus padres. “¡Lávate las manos, Mantén la distancia!” se lo oye gritar con insistencia infantil mientras, a la vez, se larga en su incipiente lenguaje a dar las explicaciones que su cabecita recuerda de por qué no lo puede abrazar. “El virus, tío, el virus” se le oye decir, entre otras cosas. “Lávate las manos, quítate la ropa, ¡que lo han dicho por la TV!”, le reclama. El niño, bonito como casi todos los de esa edad, así como la sonora cadencia y pronunciación en su “media lengua” del español hacen simpática y tierna la situación. De lo contrario, el video retrataría en toda su dimensión la triste situación que se puede anticipar se nos vendrá encima: los seres humanos, unos más otros menos, nos servimos y necesitamos del contacto físico para poder expresar plenamente nuestras emociones y sentimientos.

“Cuando me dijeron que había dado positivo en el examen, decidimos con mi esposo que yo me aislaría en nuestro cuarto y él se iría al cuarto que acababa de quedar vacío al irse mi hija. Cumplí estrictamente el aislamiento como usted sabe (es una persona con quien mantuve contacto profesional durante ese difícil trance) y luego de las tres primeras noches en que lloré abundantemente, (pues sólo lo peor me imaginaba) me fui tranquilizando. Gracias a Dios, tuve una sintomatología leve. Una noche que ya me pesaba estar en el encierro de mi cuarto, oí la televisión de afuera encendida. Salí calladita y con miedo porque una se siente que, aunque use la mascarilla, pone en riesgo a los demás. Encontré que mi esposo se había quedado dormido en el sofá mientras miraba la televisión. Fue ese uno de los momentos más tristes que pasé, licenciado: sé que él no es muy expresivo, pero me moría de ganas de abrazarlo, se me pasó por la cabeza que podría no abrazarlo nunca más. ¡Horrible! Querer demostrarle mi amor y saber que eso es peligroso para el otro. Luego de haber dado negativo en el hisopado, su médico le recomendó que esperara todavía cinco días antes de poder salir del cuarto. “Lo primero que hice, cuando lo pude hacer, fue abrazar a mi hijo y a mi esposo, licenciado. No sabe cuánto amor iba en ese abrazo. (Mientras escribo estas líneas he recordado la película “Nace una estrella” en su versión original, con Robert Redford y Barbra Streissand. Siempre tuve como ejemplo de abrazo amoroso el que los protagonistas se dan hacia el final del filme, cuando se reencuentran. Trataré de verla este fin de semana para comprobar si me es fiel la memoria)

Ayer, un periodista comentó en televisión lo duro que le resultó contenerse y decidir no abrazar a su madre, quien, igual que el tío del video mencionado arriba, cariñosamente se lo exigía. (¡Felicidades por su día, señores, señoras y señoritas periodistas de noticias, de investigación, deportivos, culturales, de entretenimiento! Sepan ustedes que reconocemos y agradecemos sinceramente la gran labor que realizan y han realizado durante este tiempo tan especial y riesgoso.)

Apenas puedo imaginar lo duro que debe resultar tener que sepultar a un ser querido que fallece y con quien no se ha podido estar en contacto físico cercano los últimos días. Los psicólogos sabíamos de los efectos que la falta de expresión emocional produce en nosotros los humanos, sobre todo mientras crecemos como el niño del video. Ahora lo estamos aprendiendo todos. De la peor manera.  Oremos por  que Dios nos ayude con ello una vez salgamos de esta situación.

 

Psicólogo.