Los memes

Es la oportunidad –y su calidad- lo que hace que un meme sea “viralizado”, un punto que, en tiempos de altísima densidad de comunicación, viene a ser lo mismo que decir popularizado.

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Juan Umaña Samayoa, exalcalde de Metapán, es acusado junto a José Adán Salazar, de lavado de dinero Foto EDH Archivo

Por Carlos Mayora Re

2020-09-25 7:08:47

Se ha dicho que una imagen vale más que mil palabras. ¿Y un meme? Ese, cuando está bien hecho, vale más que mil imágenes. En los tiempos que corren, además, la comunicación es crucial para escuchar, compartir, valorar y seguir el sentir de la gente, por lo que los memes se están convirtiendo en unos magníficos instrumentos, tanto para oír las audiencias, como para conducirlas.
En una sociedad acostumbrada a lo visual, concreta, conformada por personas que piensan poco e imaginan mucho, no es de extrañar que los memes tengan tanto éxito.
¿Quién no se ha reído con un meme? ¿Quién no ha compartido un meme? Pues una propuesta divertida, de ágil difusión, que refuerza sentido de pertenencia al grupo de parientes y amigos, de quienes piensan como nosotros, tiene éxito asegurado.
El meme comunica, influye, convence… sin que frecuentemente nos percatemos de ello. En principio -pero sólo en principio- “sólo” nos divierte. Sin embargo, su poder va bastante más allá del simple humor y se convierte en un excelente medio de comunicación y, en algunos casos, de manipulación.
No nos extrañemos, pues comunicación, propaganda y política, han ido de la mano desde las escuelas de retórica de los sofistas de Atenas, en tiempos de Sócrates, hasta estos dorados tiempos de Internet.
Los memes, entre otras cosas, tienen una capacidad casi mágica de relacionar los ciudadanos y los gobernantes, de hacer que el vecino medio, burlándose, se haga la ilusión de que tiene poder sobre quien le gobierna, de que mofándose sarcástica o cínicamente de quienes no piensan como él, los domina…
Hay memes constructivos y memes destructivos. Los primeros refuerzan la imagen positiva de los protagonistas. Mientras que la capacidad sintética del humor, hace que el meme destructivo sea una carga de profundidad contra el prestigio de políticos, gobernantes, ideologías, etc.
Otra clave del éxito de los memes está en su empleo masivo y en su carácter repetitivo, circunstancia que hace realidad aquello de que “una mentira repetida mil veces se va convirtiendo en una verdad”.
Algunos estudios muestran que el mensaje gráfico se aloja en la parte subconsciente de la persona, y por ello es tan difícil no solo de erradicar, sino de comprender que en cierta manera modela opiniones y, por lo mismo, la forma en que captamos e interpretamos lo que tenemos alrededor, todo lo que nos pasa.
Es un hecho que las campañas políticas más exitosas han sido las que reclamaron sentimientos básicos: miedo, odio, esperanza. Sin embargo, se ha llegado a la conclusión de que, si bien dichas campañas apelan a los sentimientos, al final del día los electores terminan votando con el cerebro; porque una mente bombardeada de imágenes, exageraciones, caricaturas, burlas e incluso insultos (memes…) termina por marcar la cruz sobre el emblema del político que le cae más simpático, y a evitar siquiera rozar con el crayón la foto de aquellos candidatos que, simplemente, odia en el fondo de su cerebro (que no de su corazón).
El arte de hacer memes no depende solo de la creatividad. La oportunidad es clave, y es lo que hace que una burla “¿inocente?” sea poderoso formador de opinión.
Es la oportunidad –y su calidad- lo que hace que un meme sea “viralizado”, un punto que, en tiempos de altísima densidad de comunicación, viene a ser lo mismo que decir popularizado.
Como escribe una especialista en comunicación política: “Nuestros cerebros están capacitados y programados para evaluar en fracciones de segundos a una persona y etiquetarla dentro de nuestros parámetros, ubicándola dentro de nuestro sistema de confiabilidad o no”… las mismas fracciones de segundo que nos arrancan una carcajada al ver un meme bien hecho, y que refuerza nuestras opiniones positivas sobre los políticos de nuestra preferencia, y “confirman” las “razones” que nos hacen antipáticos –e incluso odiosos– aquellos con los que no comulgamos.

Ingeniero @carlosmayorare