Matrimonio

si, al momento de la comunión, se escucha el Ave María de Schubert en la angelical voz que vive en este país, uno no puede evitar sentirse transportado a un tiempo y lugar indescriptiblemente bello y sentir admiración y agradecimiento

descripción de la imagen
Ever Brizuela, alcalde del municipio, asegura que su municipalidad ha caído en impago debido a que el Ministerio de Hacienda no ha realizado el depósito del Fondo para el Desarrollo Económico y Social de los Municipios (FODES): Foto de referencia / Archivo

Por Jorge A. Castrillo H.

2021-03-26 8:21:51

El rito es una costumbre o acto que se repite siempre de forma invariable. Lamentablemente, en algunos casos, la forma toma relevancia sobre el contenido; para el común de los mortales empero, es claro que lo que debe primar es el significado sobre la forma. En la medida en que forman parte de la tradición, los ritos tienen un lugar destacado en la historia de los pueblos y han sido, unos más otros menos, muy importantes durante la historia de la humanidad. Mientras seamos seres sociales, lo seguirán siendo. Ritos los tienen todas las naciones, todas las culturas, todas las religiones.
Las tradiciones y los ritos son muy apreciados por los mayores, que los entienden; son sometidos a escrutinio, dudas y críticas por los adolescentes y son incomprendidos por los niños, quienes no tienen más camino que ser instruidos en ellos si quieren ser parte de ese grupo. Es muy probable que un niño sin formación será menos ritualista que otro que sí la tenga. Personas hay quienes creen que los ritos son sólo los religiosos. Pero no es así. También los hay propios de las sociedades civiles, ritos que no tienen que ver nada con la religión. Ritos de iniciación los tienen todos los grupos. Al ingreso a la universidad, por ejemplo, los estudiantes mayores tijereteaban de tal manera el pelo a los de nuevo ingreso que no quedaba otra alternativa que cortarlo luego al rape. Tengo años de no ver ese rito iniciático de la forma en que operaba antes. Entre más estructurada o cerrada la sociedad a la que se ingresa, más apegados son sus miembros a los ritos. Las monarquías son ejemplo claro de ello: o se acomoda la recién llegada a los ritos monárquicos o más le convendrá alejarse cuanto pueda de la familia real.
A medida que pasan los años los ritos se asientan en la tradición social y van cobrando una suerte de carta de realidad. A la pregunta del niño “¿y por qué se hace esto o lo otro?” la muy frecuente respuesta del adulto es “Porque así es, ¡cállese ya y ponga atención!”. A mí no deja de asombrarme que quienes hayan instituido muchas de las prácticas de la religión católica –hace ya tantos siglos- hayan tenido la perspicacia psicológica y la inteligencia de incluir ritos que apuntan a elementos verdaderamente fundamentales y básicos del comportamiento humano feliz: el compromiso y la responsabilidad por mi propio comportamiento, el prójimo como objetivo de mi acción e interés, el agradecimiento sincero, siempre y en todo lugar, por lo que de Él recibimos.
Esta semana tuve el inmenso honor de asistir a dos bodas. La primera de ellas entre personas ya mayores, plenamente sabedoras de lo que es la vida en común y de sus múltiples e ineludibles vericuetos. Imbuida plenamente del significado de lo que hacía, la novia me impresionó –a mí y a todos los asistentes, según constaté después- por el candor y la dulzura que de ella emanaban. Su expresión facial, su postura y desplazamientos, todo su lenguaje corporal gritaba la alegría de su sincera entrega, la dulce anticipación del sacramento que volvería a recibir, la íntima felicidad que le producía el compromiso que ratificaba. Tan propiamente núbil, se diría, como si abandonara apenas la adolescencia. La segunda, la de la joven pareja a quienes la pandemia obligó a posponer un año entero el rito del sacramento matrimonial. Jóvenes aún, uno no puede sino estremecerse ante su valentía de aceptar -en estos tiempos y sin asomo de duda- el compromiso de ser fieles el uno al otro, de enfrentar juntos las tristezas y alegrías que les dará la vida, de ser siempre uno en la salud y en la enfermedad, en la pobreza o la prosperidad, de amarse y respetarse cada uno de los días que tengan vida. Lo dicho: uno no puede menos que estremecerse ante eso.
Y si, al momento de la comunión, se escucha el Ave María de Schubert en la angelical voz que vive en este país, uno no puede evitar sentirse transportado a un tiempo y lugar indescriptiblemente bello y sentir admiración y agradecimiento por quienes, hace tantos siglos, recibieron la divina inspiración para instaurar y reglar el rito del matrimonio católico: Dios entre nosotros.

Psicólogo/ psicastrillo@gmail.com