La adopción es quizás uno de los temas sobre el que más me consultan en mi día a día. El interés que surge sobre los requisitos y formas para adoptar en una mesa de dialogo jurídico, en un foro abierto de consultas, o simplemente en una tertulia, es sin duda algo relevante, algo a destacar, pues dentro de todo lo que se habla de nuestro país, sobre la violencia, la corrupción, el desánimo y la desesperación, hay un resquicio de empatía y bondad en aquellos que, a sus formas, deciden adoptar a un hijo.
Pero no quiero detenerme a hablar de los requisitos formales que exige la ley para materializar legalmente una adopción, y es que a cada interesado le bastaría con saber que en la Procuraduría General de la República brindan de forma gratuita todos y cada uno de los requisitos y procedimientos, de una manera ágil, sencilla, correcta y formal, sin necesidad de pagar o gastar en ninguna asesoría especializada.
Tampoco deseo abordar el tema desde la perspectiva oscura y sombría que lastimosamente imprimen ciertas personas cuando cometen la atrocidad de traficar con personas, y en especial con menores de edad, pues es incuestionable que se trata de un crimen sin escrúpulos en el que todos debemos sumar esfuerzos para erradicarlo.
Y es que la adopción se puede ver desde una perspectiva muy humana y sensible, dejando de lado la burocracia legal y los crímenes potenciales que lo rodean, es decir, desde la perspectiva de a quien le emerge el amor por aquella persona que sin saber cómo se le metió en el corazón.
Me refiero aquel hombre que por amor a una mujer se casa a sabiendas de que ella tiene tres hijos cuyo padre decidió abandonarlos, y que el amor de padre que pueden sentir esos niños está únicamente en el amor que él mismo les puede dar. Un hombre que está dispuesto a darles su apellido, a reconocerlos legalmente, pues el progenitor de esos niños no quiso siquiera reconocerlos ante la ley.
Me refiero también a aquella mujer dueña de un negocio de comida, en el que trabajaba una de sus empleadas que apenas podía con su vida, y quien era incapaz de sacar adelante a si hija, por quien vivía angustiada, sin saber si mañana podría darle un plato de comida, protección, techo, y seguridad. Pero esa niña encontró en el hogar de su nueva madre todo lo que le hacía falta y principalmente amor, así como la oportunidad de tener una segunda versión de la vida, en la que sus oportunidades serán mejores y en donde ha conocido el verdadero calor de una familia.
O como aquella pareja de esposos que bajo la tristeza de saber que fisiológicamente son incapaces de ser padres comprenden que el amor a un hijo no depende de nueve meses de embarazo, de un parto, o de rasgos físicos en común, sino de una cosa más compleja y profunda que todo eso: el amor.
Anécdotas como estas hay muchas y de ellas con alegría y asombro me entero con relevante frecuencia. Y es que dejando de lado los requisitos legales y los miedos implícitos, muchas personas creyendo en el valor de la familia abren sus puertas a una nueva persona, para darle la oportunidad de una vida mejor y para darse la oportunidad a ellas mismas del milagroso sentimiento de ser padres.
Y para finalizar, un día una madre hablando con su hija adoptiva, quien no entendía la diferencia entre ella y sus demás amigas, le explicó: que la diferencia entre un hijo sanguíneo y uno adoptivo era únicamente que los primeros nacían del vientre de sus madres, y que los hijos como ella, nacían del corazón…
Abogado.