Lo que nos permite cambiar

Esta lección debe ser recordada por el pueblo: que su libertad para cambiar, que se ha manifestado tan claramente tres veces en menos de cuatro décadas, y para hablar, y para defender sus derechos, proviene no de una persona sino de las instituciones del país. Éstas deben fortalecerse para que el país se mantenga libre y pueda prosperar.

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Iván Mancía en un entreno. Foto: EDH | Archivo

Por Manuel Hinds

2019-06-13 7:20:23

El Salvador está viviendo una nueva etapa política en su historia, la cuarta en apenas cuarenta años. De los regímenes militares que dominaron la mitad del siglo XX hemos pasado por tres nuevas etapas que, aunque han sido marcadas por cambios en los partidos políticos o líderes personales que han llegado al poder, han sido realmente determinadas por cambios en las preferencias del electorado, que han podido elegir a los gobernantes que quiere.

De 1931 a 1982 fuimos gobernados por los militares, que escogían entre ellos los que iban a ser presidentes y luego llevaban a cabo elecciones populares que ellos manipulaban para legitimar a su escogido. Con la excepción del general Maximiliano Hernández Martínez, que fue presidente de 1931 a 1944, no tuvimos caudillos personales en ese período, pero sí tuvimos una casta que manejaba los hilos del poder. En esa época era impensable que alguien que no fuera militar o escogido por ellos pudiera llegar a la Presidencia de la República.

El proceso que llevó al final de esta dominación de esta casta comenzó con la promulgación de la Constitución de 1983, las elecciones libres de 1984 que llevaron a la presidencia de José Napoleón Duarte, y el comienzo, en su régimen, de la vigencia de los derechos fundamentales —las elecciones libres, la independencia de poderes, las libertades de pensamiento y de prensa, entre otros— que, apoyados en las libertades económicas, evitaron que la rigidez de las viejas capturas del poder se repitieran.

Como resultado, el país, que había visto sólo militares en las décadas de 1931 a 1983, ha tenido en los siguientes 36 años un presidente demócrata cristiano, cuatro de ARENA, dos del FMLN y uno de GANA, en tres períodos muy marcadamente diferentes el uno del otro, con transiciones en las que nadie ha dudado que van a realizarse —en marcado contraste con Honduras y con Nicaragua y con otros países de América Latina en donde hay presidentes que se eternizan.

Este gran cambio, este aumento en la adaptabilidad del régimen político, de uno que no cambió en 51 años a uno que ha cambiado tres veces en 36, no se debe a ninguna persona en particular. Tampoco se debe a una relajación del poder del imperio de la ley.

Muy al contrario. La flexibilidad ha aumentado porque el país ha establecido el imperio del Derecho, manteniendo la integridad de las instituciones democráticas sin cambiarlas.

La fuerza y continuidad de esas instituciones es lo que ha proveído el marco por el cual distintas tendencias y distintas generaciones han podido acceder al poder, cambiándole el rumbo al país de acuerdo con las preferencias políticas del pueblo.

En las luchas políticas siempre hay gente que cree que las instituciones no son vehículos de progreso sino de atraso, que deben apartarse para que el líder del momento haga todo lo que quiera y mejore al país rápida y efectivamente. Pero eso es lo que los países atrasados hacen y por eso se mantienen atrasados. En su momento hubo muchos que creyeron que era bueno destruir instituciones para que Ortega mandara sin obstáculos, y lo mismo con Chávez y con tantos líderes que han introducido una rigidez fatal en sus países. Muchos de los que hoy sufren la rígida tiranía de Ortega, que reprime a la juventud y no deja cambiar a Nicaragua para que se adapte a los nuevos tiempos, fueron un día jóvenes que creyeron que había que darle todo el poder al mismo Ortega, matando las instituciones que dan estabilidad democrática a los países. Si los entusiastas de los militares hubieran logrado hacer esto, o los de ARENA, o los del FMLN, ahora estaríamos atrasados décadas en nuestro desarrollo político. Estaríamos capturados en un país que no podría cambiar.

Esta lección debe ser recordada por el pueblo: que su libertad para cambiar, que se ha manifestado tan claramente tres veces en menos de cuatro décadas, y para hablar, y para defender sus derechos, proviene no de una persona sino de las instituciones del país. Éstas deben fortalecerse para que el país se mantenga libre y pueda prosperar.

Esto es lo principal que hay que cuidar y fortalecer, en este y los siguientes períodos presidenciales.

Máster en Economía

Northwestern University.