Libre expresión, poder real

La Historia dice que Ortega debe pensar dos veces sus acciones de represión. Nicaragua registra esta lección sobre lo que significa atacar al poder de la libre expresión.

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Por Ricardo Esmahan

2019-10-28 3:53:11

Para muchos nicaragüenses, la máxima que dice “los oprimidos de hoy se convierten en el opresor de mañana” se está tornando en algo muy real. En diciembre de 2018, la jefa de derechos humanos de Naciones Unidas, denunció al gobierno nicaragüense de Daniel Ortega por acciones de represión e instó a “detener de inmediato la persecución de defensores de derechos humanos, representantes de organizaciones de la sociedad civil y periodistas que son críticos del gobierno.
Mientras Ortega afirma que lucha contra grupos de derecha apoyados por la administración Trump, la activista de derechos humanos Bianca Jagger califica esta afirmación como una “falacia completa y total”, enfatizando que “Ortega quiere eliminar cualquier voz de disidencia”.
Desde que Ortega regresó a la presidencia en 2007, él y sus aliados se han vuelto cada vez más autoritarios, especialmente en los últimos años. Ortega ha involucrado más a las fuerzas de seguridad para reprimir la disidencia, lo que ha provocado ya cientos de muertes en los dos últimos años.
En la mira de Ortega, han estado los medios de comunicación, particularmente los medios y periódicos impresos que frecuentemente le critican. Los califica de enemigos y los acusa de publicar “noticias falsas”. A su vez, su familia ha comprado estaciones de televisión y otros medios, para tratar de controlar el flujo de información.
Es posible que Ortega haya olvidado una lección de cuando tomó el poder: desafiar a los medios de comunicación en Nicaragua, puede traer consecuencias significativas e incluso provocar el derrocamiento de gobernantes que se quedan en la silla presidencial más de lo debido.
En 1936, Anastasio Somoza García empleó a la Guardia Nacional de Nicaragua, entrenada por los Estados Unidos, para tomar el poder; dando comienzo una dictadura de larga duración en América Latina, con la cual, la familia Somoza se hizo rica y poderosa. A finales de los 70, la dinastía de los Somoza gobernaba Nicaragua como un feudo, a través del hijo del líder original, Anastasio “Tachito” Somoza Debayle. La familia, cultivó una buena cantidad de críticos, incluidos los miembros de la prensa y entre ellos Pedro Joaquín Chamorro, destacado miembro de la familia dueña del principal periódico de Nicaragua: La Prensa, cuyo editorial desafió a los Somoza desde el principio. En 1944, Chamorro fue a la cárcel por un discurso en que denunció al régimen. Se encontraría nuevamente en prisión en 1954, 1957 y 1960.
Por lo visto Ortega olvidó esta lección sobre su propio ascenso al poder: las consecuencias de desafiar a los medios de comunicación, y los vaticinios del derrocamiento de dictaduras.
Al final, Somoza pudo haber estado en lo cierto al afirmar que fueron los sandinistas los que ordenaron el asesinato de Chamorro, tal como lo evidencian pruebas que han salido a luz posteriormente. Pero dada la corrupción y la violencia de su régimen, pocos nicaragüenses se inclinaron a creerle. La mayoría creía que Somoza eliminó a Chamorro porque constituía una gran amenaza desde el periódico que sostenía una crítica franca a su gobierno, así como lo hacía contra los rebeldes sandinistas, bajo el liderazgo de figuras como Ortega.
Hoy, el destino que tuvo Chamorro ofrece una advertencia para los gobernantes actuales de Nicaragua, de cómo la muerte del periodista incidió en los disturbios que finalmente derrocaron la dictadura somocista.
La Historia dice que Ortega debe pensar dos veces sus acciones de represión. Nicaragua registra esta lección sobre lo que significa atacar al poder de la libre expresión. Y debería ser lección aprendida: la última vez que un presidente nicaragüense autoritario levantó descaradamente su mano contra la prensa, ésta fue muy determinante en su derrocamiento.

Exministro de Economía.