Leon Kalenga

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Michael van der Mark durante una competición de la categoría Superbikes. El piloto se quedó sin participación del Gran Premio de Italia debido a un sendo accidente en las prácticas libres. Foto/Superbikes

Por Carlos Manuel Echeverría Esquivel

2019-06-22 6:31:04

Monseñor León Kalenga primero se nos fue a la Argentina, tierra del Santo Padre Francisco, como su su Nuncio Apostólico. De allí, donde realizaba una gran labor, en distinta dimensión a la que realizó en nuestro país El Salvador, fue llevado a Roma, seriamente enfermo y allá se nos adelantó a la dimensión sublime e infinita de la vida espiritual eterna, diría él.

Nos llegó ese hombrón del llamado antiguamente Congo Belga, tierra desde siempre sufrida y en los últimos siglos de potencial riqueza dilapidada. Allá dejó a su adorada madre, hoy también difunta. Nunca demostró ninguna amargura, que de un país como el Congo, cualquier nacional puede experimentar con toda justificación.

Hombre extraordinario en su bondad e inteligencia, lo que me consta al haber tenido la honrosa oportunidad de tratarlo intensamente como colega embajador, trabajando ambos siempre con dedicación, por el beneficio de este país que tanto él quería, siempre pensando en los más desposeídos y entre ellos de los que representan el futuro y responsabilidad de los que hoy servimos: los niños.

Fue el Centro San Juan Pablo II, en San Julián, Sonsonate, con el apoyo de un grupo de abnegadas señoras, su gran obra dentro del marco mencionado en el párrafo anterior; un centro de alimentación para la niñez, con capacitación práctica en diversas materias que contribuyen a la formación de los niños y a mantenerlos ocupados cuando no están en la escuela. Quería transferir la buena práctica a La Argentina, pero lo venció el cáncer.

Como diplomático, desde la plataforma que representaba el ser el representante de una fuerza tan potente como es el Estado Vaticano, se distinguió siempre por el apoyo a las políticas que demostraban equilibrio y respeto a los Derechos Humanos de todos en su más completa dimensión y múltiples generaciones, así como el respeto absoluto a la institucionalidad del país, en su esencia republicana occidental pluralista; fue siempre defensor de las causas justas.

De una forma u otra, los enviados oficiales de países que con mucho respeto quieren influir en su destino diplomático, lo pueden hacer si son cuidadosos en su proceder. Don León, como a él me refería cuando le hablaba, porque me dio esa confianza, era un maestro al hacerlo, tan suave y cuidadosamente, que raramente se notaba. Él entendía perfectamente lo que los diplomáticos debemos siempre algo tener claro: que hay “líneas rojas” que no se pueden cruzar; mientras no se crucen, la capacidad de maniobra es amplia, lo que los buenos diplomáticos, según las indicaciones superiores, deben ejercerla.

Así mismo, se preocupaba por mantener al Cuerpo Diplomático unificado, lo que no siempre es tarea fácil, especialmente cuando se trata de un país como El Salvador, con mucho a su favor, pero todavía en construcción y que quizás hasta ahora es cuando empieza a dejar atrás los resabios de tormentosos episodios que empiezan a ser lejanos, al asumir las riendas del país nuevas generaciones, que no vivieron en carne propia esas duras épocas que dejaron tanta huella, y heridas que han de cicatrizar hasta desaparecer.

Su contribución a la canonización y posterior santificación de Monseñor Oscar Arnulfo Romero fue importante, algo a lo que no me refiero pues ya ha sido comentado en diversos foros.

Su huella en El Salvador es grande, producto de años de trabajo intenso, con mucha fe y mucho amor. Debemos recordarlo con cariño y agradecimiento, emulando sus múltiples virtudes.

Pienso, con la convicción que si la vida le hubiera prestado más años, Monseñor Kalenga habría llegado a Cardenal; a

Santo Padre, el primero africano… ¿Por qué no? Tenía todo para serlo.

Ex Embajador de Costa Rica en El Salvador