La Malinche

Su nombre ha sido reconocido en importancia por unos, pero es odiado por otros, a tal punto que se le llama “malinchismo” a toda actitud de sumisión ante una potencia extranjera y colonizadora.

descripción de la imagen
Paul Arriola # 7 de los Estados Unidos le comete falta a Luis Rodriguez # 21 de México en la primera mitad durante la Final de la Copa de Oro CONCACAF 2019 en el Soldier Field el 7 de julio de 2019 en Chicago, Illinois. AFP / Dylan Buell

Por Max Mojica

2019-07-15 8:06:11

Como ya habrán notado mis sufridos lectores, me he dedicado a escribir un triduo de artículos para referirme a la Conquista de México y a las lecciones políticas que de ésta podemos capitalizar, para luego ser aplicadas a nuestros azarosos tiempos. Pretendo cerrar mis escritos, refiriéndome a un personaje central de la Conquista, desconocido por muchos: la Malinche.

Si damos fe a lo narrado por Bernal Díaz del Castillo, cronista y testigo ocular de las venturas y desventuras de Hernán Cortés, luego de la batalla de Centla (marzo de 1519), en la cual el aguerrido conquistador, a pesar de encontrarse ampliamente superado por las fuerzas indígenas (400 a 1), había logrado causar una humillante derrota al poderoso cacique Tabscoob (quien pasó a la historia, no precisamente por sus habilidades militares, sino por que su nombre sirvió para ser utilizado por algún creativo norteamericano, al ser bautizada con él, la salsa picante que ahora conocemos con el nombre de “Tabasco”).

A raíz de la derrota del picante cacique, éste, que no era lento de entendederas y conocedor que algo de especial había con esos pálidos barbudos que utilizaban artefactos con truenos y relámpagos guardados en ellos, que eran capaces de matar a distancia, ni corto ni perezoso, intuyendo más a menos en cuál casilla iba ir a parar la bolita, en este episodio del infinito juego político de la historia, decidió cortar por lo sano y hacerse aliado de tan poderosos militares (y ¿quién quita?, a lo mejor eran dioses, y de paso reinaba con ellos en el cielo azteca).

Así que, conociendo la ambición que tenían los recién llegados por el oro, así como su afición por las féminas —afición que heredaron luego a los políticos latinoamericanos—, decidió jugarse el todo por el todo y enviarle, mediante una alta comisión de dignatarios, una serie de regalos que aderezaban sus ofertas de paz.

Demás está decir que los regalos enviados consistían en oro, jade y turquesas, pieles y capas de preciosas plumas, acompañados por veinte jovencitas ataviadas con sexys mini huipiles, que las hacían de muy buen ver, al más puro estilo hollywoodense de las “Trophy Wife”. Entre ellas, se encontraba una natural que respondía al nombre de Malinche.

Ella era una chica de noble origen que los azares del destino le habían pasado una mala jugada y la habían reducido a la condición de esclava. Los españoles, quienes eran algo remilgosos en temas de religión, antes de yacer con las recién llegadas, decidieron bautizarlas… —no fuera a ser—, por lo que, a partir de ese momento Malinche pasó a ser doña Marina.

Como ya lo habrán intuido mis amables lectores, Cortés escogió a Malinche como su acompañante, pero en su defensa habrá que aclarar que el conquistador no la escogió por sus pronunciadas curvas, sino por el conveniente hecho de ser una indígena políglota: Malinche hablaba, además de su náhuatl natal, el idioma de los mexicas y el maya yucateca, que era su más reciente pueblo de adopción. Tener a Malinche al lado era como andar con un interprete de la ONU. Así de conveniente y útil fue para la Conquista.

Malinche y Cortés nunca se separaban, y de aquel arrimo, que inició por conveniencias políticas, pronto dio un fruto: la inteligente y hábil muchacha dio a luz a un hermoso mestizo que llevó el nombre de Martín Cortés. A partir de ese momento, la intérprete creció en importancia hasta el punto de que los mexicas llegarían a conocer a Cortés como “Malintzine” (el dueño de Malinche).

La Malinche fue clave en el desarrollo de la conquista del Imperio Azteca. Su nombre ha sido reconocido en importancia por unos, pero es odiado por otros, a tal punto que se le llama “malinchismo” a toda actitud de sumisión ante una potencia extranjera y colonizadora. Pero lo cierto es que esta historia pone en relieve la importancia de la mujer en política, importancia la cual, en El Salvador, apenas estamos empezando a descubrir.

Abogado, máster en leyes. @MaxMojica