Amanda, Eta, Iota…

¿Qué nos falta para realizar a conciencia y con responsabilidad, por ejemplo, simulacros periódicos de catástrofes, para que las asociaciones de médicos, ingenieros, psicólogos y otros, tengan un plan de contingencia y ayuda a los damnificados, para contar con protocolos eficaces de prevención, legislación respecto a lugares habitables o de alto riesgo, etc.?

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Agentes de la UMO al interior de la Asamblea el 9F. Foto Archivo

Por Carlos Mayora Re

2020-11-20 8:02:08

En El Salvador llueve, y ¡cómo!… estamos, en el trópico: los temporales, las depresiones tropicales y los huracanes son parte del paisaje. A caballo entre dos océanos, en el centro de la zona de huracanes tropicales y con montañas de reciente conformación, de origen volcánico y cubiertas de una capa de humus y arcilla, y, además, con una distribución caótica de los lugares habitados; cuando llueve más de lo habitual la muerte irremisiblemente asoma su guadaña.
Sin embargo, esto no parece ocupar a muchos salvadoreños, aunque sí preocuparnos. Pues sólo con intenciones, con aflicciones, con alertas rojas “preventivas” (que vaya usted a saber qué significa eso de preventiva, cuando por definición una alerta roja se da cuando se presenta una emergencia, no cuando se prevé que haya)… se consigue más bien poco. Sin trabajo serio, muy escasamente se pueden pronosticar las consecuencias negativas de los fenómenos naturales, o reaccionar proporcionalmente a lo que nos depara el clima: parecería que no tenemos medida, o no se hace nada o se exagera en las previsiones.
Una cosa es que la orografía e hidrografía nacional estén relacionadas de tal modo que son como bombas de tiempo que se activan periódicamente por precipitaciones que se salen del promedio; y otra que —sabiéndolo—, la gente en general, y los más necesitados en particular, sufran periódicamente tragedias evitables.
En los últimos años, cuando enfrentábamos días de zozobra debido a fenómenos climáticos, las instituciones gubernamentales daban su mejor esfuerzo: trabajaban coordinadamente, los planes de reacción eran eficaces, muchas municipalidades desarrollaron planes adecuados y protocolos de emergencia que ponían a funcionar, etc.
En este invierno, lamentablemente ha habido personas fallecidas, deslaves y derrumbes, cuantiosas pérdidas materiales, agrícolas y daños permanentes a la infraestructura del país. Ante esto no sirve consolarse diciendo que en los países vecinos fue peor; no es de recibo tampoco pensar que alguna fuerza sobrenatural nos preservó de la ruina. Sirve tomar experiencia y prever.
La gran paradoja es que parecería lógico que a fuerza de desgracias hubiéramos aprendido a prever. Pero no: de hecho, al menos en los últimos dieciocho meses parece que no nos hemos ocupado más seriamente de prevenir los riesgos que conlleva vivir aquí, sino a aprovechar mediáticamente las desgracias. Nos falta mucho todavía para convivir inteligentemente con los fenómenos de la naturaleza. Cuando sobrevienen, cada uno se las apaña como puede, y lo más grave es que los que pueden poco, que son mayoría, sufren terriblemente.
La prevención y la reacción adecuada no son sólo cuestión de recursos económicos. También son materia de educación y cambio de actitudes, de legislación pertinente, de unidad de esfuerzos. Ante un desastre no podemos seguir teniendo posturas derrotistas o de improvisación, o simplemente de convocar jornadas de oración… es necesario ayudar a encauzar la solidaridad que todos tenemos dentro, y trabajar con profesionalidad.
Ahora, con la conciencia todavía húmeda por los temporales, es oportuno pensar en un plan mejor trabajado para enfrentar calamidades; en el que los líderes comunales, alcaldes y gobernadores pudieran apoyarse en la población civil de manera intencional y organizada. Algunos podrían alegar que es un problema financiero, a mí me parece más bien un problema cultural.
¿Qué nos falta para realizar a conciencia y con responsabilidad, por ejemplo, simulacros periódicos de catástrofes, para que las asociaciones de médicos, ingenieros, psicólogos y otros, tengan un plan de contingencia y ayuda a los damnificados, para contar con protocolos eficaces de prevención, legislación respecto a lugares habitables o de alto riesgo, etc.?
Es obvio que es imposible evitar que nos sacuda un terremoto o nos anegue un huracán. Pero que nos tomen una y otra vez desprevenidos y sin recursos, que la única reacción de los responsables sea prohibir, y que la población no sepa cómo protegerse, reaccionar y buscar refugio, es cada vez menos justificable.

Ingeniero/ @carlosmayorare