El hijo de Lindbergh

Cada vez que aparece un caso escandaloso, que empuja a la opinión pública para considerar a una persona o empresa como el “malo perfecto”, lo menos que nos deberíamos preguntar es… ¿será cierto?

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Miguel Fortín Magaña. EDH Jorge Reyes

Por Max Mojica

2020-08-17 10:21:52

Michael Newton, en su interesante obra “Enciclopedia del Secuestro”, nos narra lo que a su juicio fue el “secuestro del siglo XX” al referirse al secuestro del hijo de Charles Lindbergh, el intrépido piloto que en 1927, al mando del “Espíritu de San Luis”, cruzó en solitario el océano Atlántico sin repostar, volando exitosamente sin escalas desde Nueva York a París y convirtiéndose en toda una celebridad mundial.
Pero lejos estaba Lindbergh de sentarse a disfrutar las mieles de su éxito, ya que cinco años después de su proeza, su hijo de tan solo 18 meses fue misteriosamente secuestrado y presuntamente asesinado. Todo comenzó a las 10 de la noche del 1 de marzo de 1932, cuando ni los empleados ni los padres encontraban al niño, Charles Jr, dentro de la casa. En su cuna había una “nota de rescate” plagada de faltas de ortografía.
El secuestro se convirtió en el trending topic de la época. El mismo presidente John E. Hoover declaró que “movería cielo y tierra para liberarlo sano y salvo”, por lo cual, la policía del Estado de Nueva Jersey le dio extrema prioridad al caso, destinando enormes recursos para la resolución del mismo.
Luego de entregar en un cementerio la enorme suma reclamada por los secuestradores, éstos enviaron una nota con el paradero del niño: se encontraba en un barco anclado en la Isla Isabel, en la costa de Massachusetts… pero la información resultó falsa. El menor había desaparecido sin dejar rastro. Tan importante fue el caso del secuestro a nivel mundial que dio pie a una expresión que aún es utilizada por los salvadoreños cuando queremos describir la situación mental de una persona que parece perdida en razonamientos obtusos, equivocados o absurdos: “Este anda más perdido que el hijo de Lindbergh…”.
No obstante que el niño no apareció a pesar de haberse pagado el rescate, la policía no dejó de perseguir a los delincuentes. Dándole seguimiento al uso de los “billetes marcados” con los que el rescate había sido pagado, se encontró al principal sospechoso y única captura en el caso: Bruno Hauptmann, de oficio carpintero, quien, para más señas, era un inmigrante alemán, to lo cual lo hacía el “malo perfecto”, en una época en la que Hitler y su nacionalsocialismo estremecían al mundo con la amenaza de una nueva guerra mundial.
Eventualmente Hauptmann fue condenado en un jurado. Las pruebas contra él fueron abrumadoras: grafólogos declararon que su letra coincidía con la nota dejada por los secuestradores; un taxista de Nueva York lo identificó como la persona que lo contrató para entregar (sin saberlo) la nota de rescate; un experto en madera identificó que la madera con que había sido elaborada la escalera utilizada para subir al cuarto del niño correspondía a la madera con que había sido construido el ático de la casa del imputado.
Con tales pruebas en su contra, a pesar de que el niño nunca apareció, el FBI se acreditó un completo éxito al haber manejado profesionalmente el caso, satisfaciendo de esa forma a la opinión pública estadounidense que exigía la captura y condena del delincuente. Bruno Hauptmann fue declarado culpable y ejecutado el 3 de abril de 1936. Pero… ¿era culpable en realidad?
La desclasificación de los archivos del FBI en 1990 le permitió a historiadores e investigadores analizar los expedientes de los casos relevantes llevados por esa oficina. Luego de sesenta años archivados lo que reveló el expediente secreto de Hauptmann fue estremecedor: todo indicaba que el caso promovido por el FBI y la Fiscalía contra el carpintero alemán había sido un montaje.
La policía y los fiscales habían presionado duramente a los testigos y peritos para que forzaran sus recuerdos y los hechos, para “confirmar” la presunta culpabilidad de Hauptmann, ya que, debido a la presión pública, a las autoridades les “urgía” encontrar un culpable. ¿Y qué mejor culpable que un inmigrante que tenía la nacionalidad del enemigo alemán?
Es por ello que cada vez que aparece un caso escandaloso, que empuja a la opinión pública para considerar a una persona o empresa como el “malo perfecto”, lo menos que nos deberíamos preguntar es… ¿será cierto?

Abogado, máster en Leyes. @MaxMojica