Muerte del Jefe del Estado islámico en el Sahel y sus consecuencias

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A Messi no le gustó salir de cambio en el segundo tiempo. Foto EDH / AFP

Por Pascal Drouhaud

2021-09-21 7:00:11

Adnan Abou Walid AL-SAHARAOUI era el jefe de la organización terrorista la más peligrosa en la región del Sahel, el Estado islámico en el Grande Sahara (EIGS). Ha sido abatido vía un dron del ejército francés y su muerte ha sido anunciada oficialmente la pasada semana. Emir autoproclamado de la representación del Estado islámico en el Sahel, Adnan Abou Walid al-Sahraoui había sido declarado “enemigo prioritario” por los Jefes de Estados de los países de la región en 2020.

La región del Sahara y más particularmente la del Sahel que incluye Mauritania, Malí, Níger, Burkina Faso y el Chad, está confrontada a una amenaza terrorista jiyadista que creció estos años. Francia, y con ella Europa, ha desarrollado una presencia militar importante perdiendo desde el lanzamiento de “Serval” en 2013, para enfrentar los grupos que se establecieron principalmente en el Malí. Desde entonces, focos fueron encendidos en Burkina Faso, acciones de destabilización en el Níger.

El conflicto se profundizó sobre todo en Malí, donde la debililidad estatal favorece tensiones operativas. Enfrentamientos diarios y masacres de poblaciones reforzaron ese sentimiento de temor en varios sectores sociales. Tantas situaciones que Centroamérica vivió en los 80 y no quiere conocer más.

La muerte de Al-SAHARAOUI se inscribe en un contexto internacional particular: el regreso al poder de los talibanes en Afghanistan, las interrogaciones sobre el porvenir de la seguridad de ese país y con el en Asia central, dieron esperanza a los movimientos terroristas en el Medio Oriente y África. Que se llamen Al Qaeda en la península arábica, Daesh en Irak, en el Sinaí, que sean Hurras Al Dine en Siria, Boko Haram en el Nigeria o Al Qaeda en el Maghreb Islámico y Al Ansar Al Suna en África austral, todos recibieron con alegría la salida de los Estados Unidos de Kabul.

El éxito del operativo francés en Malí obliga al regreso a la realidad operativa y conflictiva en una lógica de guerrilla. Neutralizar los cabecillas tiene como objetivo el de acelerar una destructuración de la cadena de mando, permitiendo una forma de desorganización de los miembros de dichas organizaciones.

Por cierto, la situación en el Sahel ha vuelto desde poco tiempo, como el nuevo espacio de guerra, apoyándose sobre un terreno socio-económico delicado, donde los temas de desarrollo y pobreza alimentan frustración, cólera y finalmente malestar que sirve a la ideología islamista.

Es la razón por la cual los países de la región se organizaron a la vez al nivel político, institucional tanto como defensivo. Se ha creado el G 5, grupo de dichos países para coordinar acciones de seguridad pero también políticas económicas.

Esas lógicas recuerdan las estrategias de contra-insurgencia que podían haber sido establecidas en Latinoamérica, tanto como en África o Asia en los tiempos de la Guerra Fría. Sabemos más que nunca que en la era contemporánea, que ese tipo de conflicto se gana sobre las convicciones que el combate librado es legítimo.

Afganistán nos demuestra una vez más que la falta de implicación de las poblaciones, socialmente frágiles y la corrupción del poder, aceleran los mecanismos que llevan a una derrota.

Ese tipo de conflicto lleva sobre una lógica global : equidad y ética de gobierno, estrategia de seguridad que desarticule la amenaza para poder destruirla. El combate militar es una sola dimensión de un conflicto que se ganará sobre la capacidad en ofrecer una esperanza mejor a las poblaciones y su juventud.