El problema no es el libre mercado

La democracia liberal, y en particular, el liberalismo, como doctrina que privilegia la libertad del individuo, la propiedad privada y la economía de mercado, para nada están en riesgo.

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Foto EDH/ Mauricio Cáceres

Por Raúl García Mirón

2019-11-05 9:12:54

En octubre observamos distintas crisis en América Latina, con protestas sociales marcadas por disturbios y vandalismo, que en no pocos casos llegó a una injusta y arbitraria represión. Dichas imágenes han llenado los noticieros locales e internacionales y generado diversas opiniones, en su mayoría, sesgadas por la propia ideología. Así, hemos visto masivas protestas en Ecuador, Perú, Honduras, Haití, Bolivia, y por supuesto, en Chile, las más emblemáticas, que han evidenciado un estallido social imprevisible, en el país modelo de Latinoamérica.
La mayoría de explicaciones, de verdaderos analistas extranjeros de política y geopolítica internacional, sostienen que estamos en presencia del fin de un modelo, del agotamiento de un sistema económico excluyente. Hablan del fin del “modelo neoliberal”, y siendo Chile “el país más neoliberal del Continente”, y ¿por qué no? del mundo, ponen en perspectiva el nacimiento de un nuevo referente, una nueva época, pero sin aclarar qué modelo es lo que definirá este nuevo tiempo.
Lo sucedido en dichos países no es una reacción en cadena, pues tiene cada uno sus propias y particulares causas: un pésimo manejo del poder y sus contrapesos en Perú, por parte del presidente Vizcarra; un pueblo hambriento, harto de tanta corrupción, exclusión y pobreza, en Haití; un paquete de medidas económicas decretadas sin consensos por un gobierno débil, aunque necesarias para ajustar el déficit dejado por el elevado gasto público del clientelismo populista de Correa, en Ecuador; las legítimas protestas frente a un inconstitucional narcogobierno en Honduras; coronando con Chile, país modelo de crecimiento económico e índices de desarrollo, pero a costa de una enorme brecha de desigualdad en el ingreso, con servicios públicos de los más onerosos del Continente, que ante un incremento del pasaje del metro, dijo ¡ya no más! frente a la indolente reacción de una élite política insensible y tecnócrata.
No se puede negar que en casi todas las protestas ha estado presente la violencia, incentivada, bien por grupos aislados que obedeciendo consignas foráneas, han aprovechado la multitud, y una causa ajena justa, para colarse y desatar desorden y caos, o bien, de manera espontánea, por grupos locales de antisociales que han aprovechado el escenario, para dar rienda suelta a sus propios demonios, o inconfesables intereses o envidias, empañando las justas reclamaciones del pueblo. Y es que para protestar con todo derecho por el alza del pasaje, no le das fuego al metro, a un periódico, edificios públicos, y si se puede, a la cuadra entera. Tal reacción desmedida, sí que es cuestionable…
Lo que estamos viendo, para desilusión de los que sueñan con fantasmas del pasado, no es ni por cerca un resurgir o reposicionamiento de las corrientes de izquierda, como alegremente declaran los tristes voceros del Foro de Sao Paulo, veladores perpetuos del cadáver insepulto del Socialismo del Siglo 21, que ahora pregonan el fin del mal llamado neoliberalismo, que en realidad, como doctrina política, ni siquiera existe; como tampoco es, para quienes analizan desde la derecha, una estrategia orquestada por Cuba y Venezuela, de desestabilización organizada que traiga nuevas “brisas bolivarianas”. Estos dos regímenes están ocupados en sobrevivir a sus miserias, que no veo que tengan tal capacidad de influencia, a nivel regional. Y ni a Rusia y China les interesa geopolíticamente patrocinar tales incendios.
La democracia liberal, y en particular, el liberalismo, como doctrina que privilegia la libertad del individuo, la propiedad privada y la economía de mercado, para nada están en riesgo. Es el sistema, que con sus matices, rige en casi la totalidad del mundo libre y desarrollado, excepto en la gran China Comunista y su capitalismo de Estado. Hace falta revisar sus imperfecciones, desviaciones y excesos —que los hay—, pero es el libre mercado, el que ha sacado de pobres a cientos de millones. Necesitamos mercados libres pero bien regulados, y un Estado pequeño pero fuerte, que procure el bien común y la protección de los derechos ciudadanos, pues ningún derecho humano puede volverse mercancía, ninguno.

Abogado