El discurso

Sea humilde: sométase a las leyes, oiga consejos, modere sus expresiones. Todavía no ha hecho historia. Lo mismo dijo otro en su momento y vea cómo terminó. Ha ganado los cinco años de esta elección. Al hacerlo, se le ha otorgado la posibilidad de hacer historia. No la desperdicie como otros lo hicieron

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Por Jorge Alejandro Castrillo

2019-05-17 9:41:01

El cuarto es amplio e iluminado. Los sillones de cuero marrón, cómodos; las mesas de centro y laterales, bajas; pocos adornos, un escritorio. Libretas desparramadas, lápices afilados y apilados, talvez una pizarra. Hombres en camisas blancas, sin saco, las corbatas de colores neutros, delgadas como los cinturones; pantalones estrechos hasta los tobillos, visibles los calcetines, oscuros como los zapatos, de amarrar, lustrosos. Humo, mucho humo de los cigarrillos que aparecen y desaparecen en las bocas de los participantes. De haber alguna mujer, vestiría falda de tubo, entallada, el largo hasta debajo de las rodillas, ajustada a las caderas, ciñendo la delgada cintura; la blusa cerrada termina en cuellito de bordes redondos o, si de botones al centro, en cuello clásico de puntas. En este último caso, iría abotonada hasta donde permita una perspectiva sugestiva, siempre decente, del busto turgente. Escenario propio para los años sesenta. Los Kennedy, por ejemplo (“No preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregunta mejor…”) o Fidel Sánchez y Waldo Chávez para la guerra con Honduras (“¿Cómo es posible que el hombre pueda caminar libremente sobre la superficie de la Luna y los salvadoreños no lo puedan hacer …por las veredas de Honduras”?).

Trabajan en el discurso del presidente. ¿Qué decir, cómo decirlo, qué insinuar, que no decir? Con dos semanas de plazo, imagino al equipo del presidente electo en afanes parecidos por estos días. Sin corbatas, sin humo, sin lápices ni libretas; sí computadoras, cámaras de video, telepromters, celulares. No les basta que las frases sean altisonantes; buscan también que sean cortas, que se les pueda anteponer con facilidad el hashtag que permita tuitearlas para convertirlas en “contenido viral”. Lo que un presidente diga es importante, sobre todo en ocasiones señeras, como será la del primero de junio: un momento especial y se sentirá empujado (desde dentro y fuera de sí) a buscar frases grandilocuentes. Entre más impactante mejor, le dirán, con razón, sus asesores. Un favor: trate de no decir muchas veces “por primera vez en la historia de este país…” aunque sea verdad que nadie antes haya obtenido los votos en la proporción que usted los obtuvo. ¡Será su ventaja!: la escuálida oposición apenas tendrá cabeza para el discurso, ocupada como estará en verse el ombligo con sus procesos intestinos, incómodos y nauseabundos.

Hace 10 años oímos, para esa misma ocasión, “Nosotros no tenemos el derecho de equivocarnos”. Oímos también “Transparencia, combate a la corrupción y a todas las formas de despilfarro y desvío del dinero público serán cosas sagradas en nuestro gobierno “. Oímos más: “Por eso, garantizo que este será el gobierno de la meritocracia, no el gobierno de privilegios de familias, de abuso de clientelas y de los vicios de padrinazgos sombríos”. ¿Recuerdan? ¡Palabras vacías! Pero por el resto de sus días, ese orador llevará el baldón de no haber sabido elevarse a la altura de las circunstancias y el afrentoso estigma de haber trocado, desde el día uno, el rojo de la sangre derramada por el verde de los billetes embolsados. Se le recordará más por su “les guste o no les guste” —exabrupto de tiranuelo— que por aquellas frases huecas y rebuscadas.

Al iniciar su mandato, quien a usted sucederá dijo casi lo mismo que quien lo antecedió y, a lo mejor, mucho de lo que usted diría si no revisa ese discurso. Los pasados cinco años, sin embargo, serán más recordados por el “respeto respetuoso”, las prolongadas ausencias y el estilo “dejar hacer, dejar pasar” con que gobernó. Usted está por empezar, señor presidente electo. Su estilo es distinto, ya lo evidenció: más enérgico, más presente, más ¿impulsivo?, lo que entraña sus propios peligros: el yerro del ultimátum de las dos horas a la PNC, por ejemplo, que no fue nimio.

El día que pronuncie su discurso lo hará ya juramentado como presidente de esta Nación. Cuide lo que dirá. Aprecie en lo que vale la esperanza que ahora encarna para la gran mayoría de la población, que espera con ilusión —por volátil, peligrosa— sus acciones. Grande ilusión que los inclina a creer que lograr lo que prometió en campaña será fácil. No lo será, ya se dio cuenta. Por cierto que su oposición está raquítica, debilitada, diríase que en estertores; pero eso no significa que no pelearán por su sobrevivencia como gatos con la panza para arriba. Usted los conoce, a unos mejor que a otros: no son niños de teta ni nacieron ayer. Ocúpese menos de ellos y más en adelantar sus ideales. Luche por éstos en lugar de luchar contra aquéllos. ¿Cómo? Respetando procedimientos, combatiendo de verdad la corrupción (no robe ni permita a sus cercanos hacerlo), impulsando el desarrollo local, apostando decididamente por la educación, la salud, la seguridad y el trabajo. Sea paciente, que esos frutos no se ven pronto. Cuide su mente y su alma, manténgalas limpias de lastres y resentimientos. Sea humilde: sométase a las leyes, oiga consejos, modere sus expresiones. Todavía no ha hecho historia. Lo mismo dijo otro en su momento y vea cómo terminó. Ha ganado los cinco años de esta elección. Al hacerlo, se le ha otorgado la posibilidad de hacer historia. No la desperdicie como otros lo hicieron. Confíe en Dios. Rezaremos por usted.

Psicólogo