Cretinos digitales

Las relaciones intrafamiliares, la lectura, el deporte, el arte, el trabajo intelectual, las actividades al aire libre, etc., tienen un poder estructurante inmensamente más importante para un cerebro en formación que los contenidos que se basan en la pasividad y en períodos cortos de atención típicos de los programas televisivos, videojuegos, relaciones humanas basadas en emotividad

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Por Carlos Mayora Re

2020-12-11 6:42:08

Michel Desmurget es uno de los neurocientíficos más prestigiosos en Francia. Su entrada en la cultura popular se debió a la publicación de su libro “La fábrica de cretinos digitales”, en el que analiza los efectos en el desarrollo del cerebro que el abuso en la utilización de pantallas tiene en niños y adolescentes.
Como director del Instituto Nacional de la Salud y de la Investigación Médica (en el que trabajan más de cinco mil investigadores); lideró una investigación en la que se estudiaron los efectos que la televisión, los videojuegos, las redes sociales y los teléfonos móviles tienen en la estructuración del cerebro, y en el desarrollo neurológico de quienes están en período de crecimiento.
La conclusión que más ha captado la atención de los medios de comunicación, es que los conocidos como “nativos digitales” (niños que entran en contacto desordenadamente con las pantallas desde su más tierna edad) conforman la primera generación cuyo coeficiente intelectual es más bajo que el de sus padres. Como explica Desmurget: “Las herramientas tecnológicas empleadas de manera errónea dañan el cerebro, deterioran el sueño, interfieren con el lenguaje y dificultan el éxito académico, perjudican la concentración, fomentan el sedentarismo, el riesgo de obesidad, y muchas otras consecuencias perjudiciales”.
Otros descubrimientos sugieren que la presencia de lo digital tiene también consecuencias importantes en la capacidad de manejar las emociones, potenciar en algunos casos la agresividad, distorsionar la capacidad de relacionarse con los demás, deteriorar la capacidad cognitiva: el lenguaje, la concentración, la absorción de la cultura y todo el sistema de conocimientos que nos permite comprender y pensar el mundo en que vivimos… etc. De tal manera que su abuso, más que amenazar la superación académica o un futuro laboral exitoso, termina por distorsionar la capacidad relacional de las personas, su posibilidad de enriquecimiento humano, y la consecución de la madurez propia de adultos bien desarrollados.
Sin embargo, el libro no se limita a enviar mensajes catastrofistas o perturbadores. De hecho, se dirige a los padres de familia, a los educadores, a los responsables de la educación pública y de la cultura en las sociedades, con la idea de hacerles considerar que el cerebro humano no es un órgano inmutable, simplemente dado, sino –tal como lo llama el autor- una promesa por construir. Lo que significa que nuestras capacidades intelectuales, emocionales, sociales y sensomotoras no son innatas, sino que deben ser desarrolladas a partir de la interacción sana con otras personas.
El investigador hace énfasis en que la infancia y la adolescencia son dos períodos importantísimos en el desarrollo y en la sana estructuración cerebral de los seres humanos, y por ello se interesa en los efectos que la mediación de las pantallas en el acceso a la realidad tiene en la configuración fisiológica-neurológica del cerebro.
Señala, además que la interacción de estas dos realidades: a) que el cerebro humano es plástico, y b) que los primeros años de vida son cruciales para su sano desarrollo, hace que consideremos que no todas las experiencias que nutren la conformación del cerebro son iguales en sus resultados.
De hecho, las relaciones intrafamiliares, la lectura, el deporte, el arte, el trabajo intelectual, las actividades al aire libre, etc., tienen un poder estructurante inmensamente más importante para un cerebro en formación que los contenidos que se basan en la pasividad y en períodos cortos de atención típicos de los programas televisivos, videojuegos, relaciones humanas basadas en emotividad, dependencia de la aprobación de los demás en cosas más o menos sin importancia, etc.
En su libro, a modo de conclusión, escribe Desmurget: “Mi mensaje es bastante sencillo: cuando se trata de pantallas recreativas, lo mejor es lo mínimo… a todas las edades”. Una afirmación que obliga a la pregunta ¿cuánto? Antes de los seis años –dice- lo ideal es realmente cero, luego, no más de una hora diaria.

Ingeniero /@carlosmayorare