Fascistoide

En este rincón del mundo es claro que tras la quitada de la máscara democrática aquel infame 9 de febrero, la palabra se habrá usado más que antes.

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El Salvador se reencontrará con Montserrat, a quien en este proceso ya enfrentó dos veces. Foto EDH / Archivo

Por Daniel Olmedo

2020-12-04 6:11:47

Hace unos días la Real Academia Española actualizó la última edición de su diccionario. Agregó 2,557 nuevas palabras, entre tales “fascistoide”. La define así: “Que tiende al fascismo o al autoritarismo”.
La Academia lo califica como un adjetivo despectivo. Desconozco por qué.
Señalar que un sujeto o régimen tiene una vocación fascista o autoritaria no supone necesariamente la intención de descalificarle o insultarle. Bien puede tratarse de una simple observación objetiva y aséptica. Por ejemplo, decir “Este gobierno es fascistoide” (que lo es) puede ser algo meramente descriptivo.
No hay que hacer dramas por llamar a las cosas por su nombre. Una rosa es una rosa, un idiota es un idiota, y un fascistoide es eso. Pero, al margen de ello, algo que me llamó la atención fue que la palabra no estuviera ya contenida en el diccionario.
Cada vez que un buenista acusa a la Academia por alguna definición políticamente incorrecta, esta se defiende insistiendo que su papel no es forjar la realidad del lenguaje, sino sólo reflejarla. Dice que monitorean la evolución del idioma, y ese dúctil y espontáneo desarrollo callejero del español, luego la Academia lo estructura y lo encartona en el diccionario. Así los académicos (muy pilatos) le dicen al quejumbroso de turno que presente su reclamo a los verdaderos responsables del uso de las palabras: los hispanohablantes (usted y yo).
Es muy probable que tengan razón. Pero, si así fuera siempre, resulta curioso que hasta ahora, en el 2020, venga la Academia a reconocer “fascistoide”. ¡Vamos! Llevamos un siglo rodeados de fascistoides y llamándolos así.
Desde que Mussolini estructuró el movimiento fascista en la Milán pos-Primera Guerra Mundial, ese estilo de alcanzar el poder y administrarlo ha fascinado a muchos. Ese populismo, estética, culto a la personalidad, excitación sexual por lo militar, falta de ideología, ensalzamiento de la violencia y desprecio a la inteligencia han sido replicados por líderes carismáticos; desde Hitler, Franco y Perón, hasta esto. Y reconozcámoslo, “mi pueblo cuzcatleco”, la masa de la Italia de los Veintes, no es muy distinta a la de hoy.
“Nos calumniaban, no quisieron entendernos y, por mucho que podamos deplorar la violencia, para hincar nuestras ideas en los cerebros refractarios, teníamos que plantarlas a fuerza de porrazos”. Eso pudo decirse en el Teatro Municipal de Bolonia en abril de 1921 o en cualquier tuit de estos tiempos (tiene los caracteres suficientes). Y los aplausos atronadores de la masa de inicios del siglo XX hoy son tuits, retuits y menciones y respuestas analfabetas. Bien decía Mark Twain: “La historia no se repite, pero rima”.
Probablemente estos señores de la RAE vienen hasta ahora, en 2020, a reconocer el vocablo porque notaron un significativo incremento en su uso. Si eso es así, el mensaje es alarmante.
En este rincón del mundo es claro que tras la quitada de la máscara democrática aquel infame 9 de febrero, la palabra se habrá usado más que antes. Pero dudo que los académicos de Madrid la hayan agregado a su diccionario atendiendo a lo ocurrido en un puñado de volcanes centroamericanos. Si la Academia dice que hoy se habla más de fascistoides, es porque, probablemente, ahora hay mas fascistoides en el mundo. Y eso, de ser así, sería muy peligroso.
Discúlpeme. Tras un annus horribilis, no debo ser pregonero de más noticias malas que pueden deprimir más al generoso lector que ha llegado hasta el final de este artículo. Ánimo, señores. Valoremos la riqueza de nuestra lengua española. Hoy que la Academia ha reconocido esta palabra, aprovechemos las oportunidades que se nos presenten para llamar a las cosas por su nombre.

Abogado.