Al verdadero Maestro Salvadoreño

Predigo que las naciones que mejor resultado tendrán contra la COVID-19 serán aquellas que cuenten con una población más disciplinada y educada. “EL COLAPSO DE LA EDUCACIÓN ES EL COLAPSO DE LA NACIÓN”, sin duda, como cuentan que pone un mensaje a la entrada de una universidad.

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Un hombre falleció en la Unidad de Salud de Cojutepeque mientras esperaba ser atendido. Foto EDH/ Jorge Reyes

Por Jorge Alejandro Castrillo

2020-06-27 4:55:04

A inicios de esta semana se celebró el “Día del Maestro” en El Salvador. No quiero dejar pasar la oportunidad para expresar de la manera más franca y sincera mi aprecio y reconocimiento a todas aquellas personas que se toman en serio el trabajo docente. Es lugar común en esta ocasión recordar que los discípulos llamaban Maestro a Jesucristo. ¿Duda alguien que Él ha sido el mejor ejemplo histórico de un Maestro? Sus enseñanzas no solo calaron profundamente en el ánimo y mente de sus seguidores, sino que largos siglos después, es aún el inalcanzable modelo a seguir.

Mucho se oye hablar también en estas fechas de la dignificación del Magisterio. Nadie que se precie de mínimamente razonable podrá estar en desacuerdo con ello: hay que dignificar la profesión pues a la vista está el hecho de que los docentes ya no son respetados en la misma medida en que lo eran antes. Pero ¿sucede eso solo con los maestros?, me pregunto. Y conociendo de cerca muchas instituciones, acciones, programas y gremiales educativas también lanzo la incómoda pregunta ¿no habrán colaborado con esa pérdida de dignidad de la profesión algunos malos docentes y programas deficientes con su mal enfocado trabajo?

Lo realmente importante en la dignificación del magisterio es determinar quiénes y cómo han de conseguir que ésta se revalorice. Considerando las circunstancias, creo que cada quien es responsable de sus actos. Por lo mismo, no suscribo que sea “la sociedad” la que tiene que dignificar al magisterio: son los propios docentes los llamados a hacerlo. ¿Cómo? Haciendo bien su noble trabajo, cumpliendo responsablemente con sus tareas, obligándose a respetar ellos mismos la alta misión que se les ha encomendado: hacer de sus alumnos, mejores personas.

Si ustedes reparan en estos meses que han pasado, convendrá que la educación ha sido uno de los pocos sectores de la vida nacional que logró mantener —con sus luces y sombras— el ritmo de trabajo que se traía antes de la cuarentena. ¿Qué habría sido de padres y madres durante estos días si sus hijos no hubieran estado más o menos ocupados/interesados/atareados con las clases y tareas escolares? ¿Qué pasaría con la contención del virus si los salvadoreños estuviéramos ya bien acostumbrados a ejercitar nuestro criterio para cuidar la propia salud, a seguir indicaciones, respetar a los demás, respetar sugerencias razonables, normas y obligaciones? Hoy estamos cosechando lo que no hemos sembrado durante lustros enteros. Y lo siento, pero no lo recuperaremos en seis meses o un año. Espero que esta interminable cuarentena nos haga revalorizar y apreciar, en todo lo que vale, el trabajo docente.

Otro lugar común al que se acude es que los valores se han perdido. Yo no lo usaré porque me parece que quienes eso dicen simplemente no entienden qué es un valor y cómo operan en la conducta social humana.  La sociedad cambió hace mucho sus prioridades para vivir la vida, lo que no signifique que con ello hayamos mejorado. El honor, la verdad, el respeto a la palabra empeñada, la responsabilidad, el trabajo concienzudo y la concentración en la tarea fueron desplazados atropelladamente por otros objetivos vitales: por la mentira descarada, por el confort y placer, por la chapucería y la mediocridad, por las trampas y robos impunes, por la búsqueda de fama y popularidad, por el multitasking en el que supuestamente hago quince cosas distintas en veinte minutos. Poco debería importar que el 93% esté de acuerdo con algo, como leía en el comentario de alguien que pretendía descalificar a otro con tan pobre argumento ad populum, hay criterios más sólidos en la vida para evaluar la verdad o conveniencia de un asunto. (“Come pasto, millones de vacas no pueden equivocarse” ironizaba Facundo Cabral en los turbulentos Años Setenta).

Ojo, publicistas: el empaque, la imagen, la farsa, la vacuidad en los mensajes son los factores que luego posibilitan movidas, tráficos ilegales y connivencias oscuras. Para aprender eso no se requiere grado universitario o de bachiller. No se necesita ir a la escuela ¡se aprende en la calle, en los antros!

Allí donde reine la improvisación, la rapidez, la facilidad de la imagen; si lo que la gente buscará de la vida es únicamente vivirla divertidamente y pasarla bien (no solo los jóvenes, también los adultos, no seamos hipócritas), en ese entorno será muy difícil que se aprecie la cultura, el estudio, el verdadero aprendizaje. Atentos aquellos que afirman que se trata de estudiar menos (todo tiene que ser easy, fast y cool) pues lo que importa es trabajar para ganar más dinero y disfrutar más. Predigo que las naciones que mejor resultado tendrán contra la COVID-19 serán aquellas que cuenten con una población más disciplinada y educada. “EL COLAPSO DE LA EDUCACIÓN ES EL COLAPSO DE LA NACIÓN”, sin duda, como cuentan que pone un mensaje a la entrada de una universidad.

Profesoras estupendas haylas en escuelas malas, profesores indolentes medran en las mejores instituciones. Lo sé de primera mano. Soy un convencido de la grandeza de la labor docente: un maestro puede cambiar el curso de la vida de alguien, para bien o para mal. Me gustaría poder ver en El Salvador un esfuerzo serio, nacional, continuado y persistente por conseguir no sólo mano de obra mejor cualificada (que sí la necesitamos), sino una población con mejores niveles de vida, de salud, de instrucción, de educación y de cultura. No es tarea fácil ni de un día, lo sabemos. Sinceramente desearía que se logre coordinar unificadamente, a pesar de los tiempos difíciles que vivimos y de las poco halagüeñas señales que se reciben, un verdadero plan educativo nacional. No podemos perder más tiempo.

Por eso, una vez más, mi imperecedero agradecimiento a los maestros y maestras salvadoreños, rurales y urbanos, de todos los niveles, que se toman en serio su trabajo. No desmayen. Nunca antes como ahora el país los ha necesitado tanto. Dulces himnos cantaremos para ensalzar la nobleza de su labor. Loor a su misión queridos maestros salvadoreños.

 

Psicólogo.