Difuntos

Distintas culturas tienen distintas tradiciones y es conveniente aprender a respetarlas.

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Este terrorífico panteón, descrito en la obra, se ubica en Whitby, una ciudad situada en la costa del nordeste de Inglaterra.

Por Jorge Alejandro Castrillo Hidalgo

2020-10-30 8:04:29

Cuentan que en un cementerio de algún lugar del mundo coincidieron un mexicano y un chino a presentar el debido respeto a sus difuntos. Mientras el uno limpiaba prolijamente la tumba y ordenaba a su gusto el lindo y fragante ramo de rosas blancas con ciprés por follaje que llevaba, no pudo dejar de advertir que a dos tumbas de la suya el silente y protocolario oriental descansó en la grama una cesta que portaba. Abriéndola, sacó de ella un mantel que desdobló cuidadosamente encima de la tumba, para disponer luego unos pocillos en los que, con delicadeza, virtió la comida que sacaba de un pote. Después de eso, el intrigado mexicano vio de reojo cómo el chino se retiró unos pasos a contemplar la tumba y, agradado, se postró en aparente oración por las almas de quienes respetaba y habían partido ya al otro viaje.
Terminados los distintos ceremoniales, el mexicano no pudo más y se acercó al chino para preguntar por el ritual. No bastándole con la explicación, con evidente sorna, preguntó: “¿Y a qué horas espera que sus difuntos vengan a comer esa deliciosa comida que les ha dispuesto?”. Silencio tenso bajo el sol. Abrió todo lo que pudo sus ojos el chino, dirigió por breves segundos una mirada acre al bigote del mexicano y recurriendo a la paciencia de sus ancestros, calmadamente contestó: “Al mismo tiempo que los suyos vengan a oler las lindas flores que usted les trajo”.
Distintas culturas tienen distintas tradiciones y es conveniente aprender a respetarlas. La anécdota me gustó porque evidencia el poder de la educación no formal: las culturas perviven a través de cada uno de los individuos que hace suyo e interioriza el significado de la tradición. Las formas pueden variar, el significado es lo que importa. Lleve flores, lleve comida, lleve música, lleve figuritas, lleve globos, lleve móviles. Lo que interesa es que los visite, que no olvide a sus muertos.
Este año viviremos diferente el Día de Difuntos. Por la pandemia del COVID 19, se ha prohibido este fin de semana que más de dos personas, al mismo tiempo, visiten la misma tumba. Además, este fin de semana largo quienes ya han vivido más de seis décadas tienen prohibido visitar las tumbas de sus queridos deudos, no vaya a ser el tuerce que, por esa visita, les toque ir a convivir (¿o conmorir?) en el mismo vecindario con ellos.
Por todo eso, los cuatro hermanos decidimos visitar juntos el Cementerio General o “Los Ilustres” antes del fin de semana (¿recuerdan, periquitos, las falacias no formales? Ésta ejemplificaría una “de énfasis”). Encontramos la puerta principal cerrada, sin explicación. Esto nos hizo recorrer aquel “camino verde que va…” al mercado. En este caso, verde por la basura acumulada debido al irresponsable y necio pleito en el que están enfrascados con el alcalde de San Salvador, por motivos electorales, un par de funcionarios del Ejecutivo que seguramente tienen asuntos más importantes a los que dedicar su tiempo pagado con nuestros impuestos (¿hay que recordarlo acaso?). Bueno, asuntos más importantes para los ciudadanos, no para quienes hacen de su estancia en el poder el asunto prioritario de su agenda.
Logramos visitar y rezar ante la tumba de ese hombre excepcional que fue mi padre y quienes allí lo acompañan. Fuimos también a visitar a la suegra de mi padre, abuela nuestra, en honor de quien cada 9 de junio comíamos el delicioso gallo en chicha de mi mamá. A mi abuela le tocó enterrar, en vida, a tres de sus hijos que se le adelantaron. Sus nietos jamás podremos olvidar las bellas cruces de chan que con paciencia infinita les dedicaba cada dos de noviembre.
La visita al cementerio es siempre motivo de remembranzas y hallazgos. Caminar por entre las tumbas, criptas y mausoleos leyendo los nombres de las familias de quienes allí están tendidos es fuente de nostalgias y descubrimientos: un presidente por acá, otro por allá, un peleador social aquí, el otro allá. Quizás los profesores de Estudios Sociales deberían darle de comer a los guías turísticos enviando a sus alumnos (si alguna vez retornamos a las aulas) a hacer el tour necrológico que hacen en el cementerio. Duele constatar también cómo las aves de rapiña humanas siguen medrando con los artísticos recuerdos.
A mi madre ya la había visitado. No iré a verla el dos de noviembre, por lo que es poco probable que tenga la buena suerte de toparme con la dulce señora con quien me encontré el año pasado. Acompañada por su hija, salía de visitar la tumba de sus deudos mientras yo entraba con mi esposa a visitar la de mi madre. –“¿Usted es el que escribe en el periódico?”- me espetó sin decir “agua va”. Luego, haciendo caso omiso de hija y esposa acompañantes, me regaló diez inolvidables minutos de benignos comentarios sin que yo pudiera decir nada. Fue la mejor visita que he hecho a mi madre, quien nunca pasó por la angustia de leerme en estas páginas. Gracias por ello a mis anfitriones de  El Diario de Hoy.