Haití: El desmantelamiento de un frágil país

Haití se vuelve, en la frontera sur caribeña de los Estados Unidos, una prioridad. Los lazos históricos son numerosos entre ambos países. Estos últimos años, la presencia de la misión de las Naciones Unidas, la MINUSTAH (2004-2017), no consolidó la estabilidad del país. Y, por lo tanto, la transición en la cual entró Haití, la exigencia de establecer una institucionalidad creíble y duradera, abre la opción de un nuevo compromiso de la comunidad internacional

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Galíndez junto a Maradona en su etapa en la selección argentina, Foto Agencias

Por Pascal Drouhaud

2021-07-17 4:11:25

El asesinato de Jovenel Moïse, el presidente saliente de Haití, suena como el revelador de la violencia en la cual está sumergido desde demasiado tiempo ese país del Caribe. Por cierto, cuando tomó posesión de su cargo, Jovenel Moïse sabía que lo tendría que entregar a más tardar el 7 de febrero de 2021. Sin embargo, se produjo una confusión política que se materializó porque los mandatos de los parlamentarios expiraron sin que tuviesen lugar nuevas elecciones.
Desde finales de enero de 2020, el país solo cuenta con 10 representantes elegidos.
Jovenel Moïse tampoco nombró los jueves del Consejo Superior del Poder Judicial, cuyos mandatos de 3 años llegaron a su fin, dejando un Consejo inoperativo cuyo presidente murió en junio pasado de covid. Lo que parece el desmantelamiento sistemático de un Estado, el asesinato violento del Presidente en función, en su residencia en la noche del 7 de Julio pasado refuerza la debilidad de un país que sufre de manera crónica, de los estigmas del subdesarrollo.
Más allá de la clasificación de los organismos internacionales que lo posiciona entre los países más pobres del mundo, Haití contiene todos los ingredientes que aceleraron su miseria: corrupción, mala gobernabilidad, un Estado desbordado por una violencia de pandillas organizadas y que controlan partes de las ciudades.
Se deben agregar las tormentas, huracanes y terremotos como el de enero de 2010, que arrasó una parte de la capital, Puerto Príncipe, ¡provocando la muerte de casi 300,000 personas!
Y, sin embargo, Haití llevaba, cuando declaró su independencia el 1 de enero de 1804, concluyendo con años de revolución cuya figura emblemática fue Toussaint Louverture, la esperanza galvanizó la efímera primera República negra del mundo. Desde entonces, una mezcla cristalizada de autoritarismo, una sucesión de insurrecciones, una lucha entre mestizos y negros, de guerras y dictaduras hasta los años 1980, inscribieron en un modo fatídico de funcionamiento la norma institucional de un país que se hunde en las dificultades. Lo conyuntural se suma a lo estructural, creando una forma de caos permanente y de cualquier forma: político, institucional, económico, social y finalmente de identidad. A ese contexto, se agrega la realidad sanitaria: sin posibilidad de luchar contra la covid, Haití atravesó varias pandemias, una de las últimas la del cólera entre 2010 y 2011.
Estado fallido desde demasiado tiempo, Haití y sus 11 millones de habitantes está confrontado a una incertidumbre alimentaria para los más pobres mientras el vacío del poder deja abierto el reforzamiento de las maras que tomaron control de una parte de la capital, únicos grupos organizados que parecían prosperar estos últimos meses.
¿Habrá sido una fatal víctima de la decadencia generalizada de la cual unos lo acusan de haber sacado provecho para quedarse al poder? El presidente Moïse acababa de nombrar a una primer ministra, dos días antes de su muerte, Ariel Henry, para preparar nuevas elecciones para ese fin de año. No tomó posesión de su cargo, por lo que el primer ministro, Claude Joseph, sigue en el cargo. Aunque el artículo 149 de la constitución prevé la vacancia del poder en caso de incapacidad del presidente, teniendo el primer ministro la responsabilidad en llevar nuevas elecciones en los 60 hasta 120 días que siguen, parece muy importante entender la realidad de la eliminación física del presidente.
La investigación llevaba a cabo desde el 7 de Julio pasado parece transformarse en un episodio oscuro de telenovela: un grupo de mercenarios, un jefe de seguridad presidencial, Dimitri Herard, bajo investigación en los Estados Unidos por tráfico de armas en Haití, fuerzas de seguridad presidencial cuyo papel plantea más preguntas que respuestas claras, un médico-pastor haitiano, Christian Sanon, viviendo en Florida, informantes haitianos de organismos federales estadounidenses... tantos ingredientes que vuelven más complicada la búsqueda de la respuesta a un crimen que debilita aún más el estado de Haití.
Varios sectores de la sociedad ponen en tela de juicio estas orientaciones, haciendo aparecer la posibilidad de un asesinato organizado adentro del propio poder y partido presidencial, el PHTK. Tantos rumores e interrogantes que surgen, revelando la complejidad de una situación muy difícil, alimentando la preocupación de la comunidad internacional, en el primer rango de la cual los Estados Unidos que cuentan en su territorio federal más de 800,000 haitianos refugiados o teniendo la nacionalidad americana.
Haití se vuelve, en la frontera sur caribeña de los Estados Unidos, una prioridad. Los lazos históricos son numerosos entre ambos países. Estos últimos años, la presencia de la misión de las Naciones Unidas, la MINUSTAH (2004-2017), no consolidó la estabilidad del país. Y, por lo tanto, la transición en la cual entró Haití, la exigencia de establecer una institucionalidad creíble y duradera, abre la opción de un nuevo compromiso de la comunidad internacional para que, por fin, aparezca una espacio de esperanza en este país del Caribe que se está volviendo víctima de una violencia cotidiana. Mientras tanto, Haití sigue su regresión, siendo el país más pobre de América Latina-Caribe, en fin de cola al nivel mundial.