Yo sí tengo miedo

En cuestión de algo más de una semana el hermano menor de mi padre agonizó lentamente con el miedo metido en su cuerpo maltrecho. Y en esa unidad de cuidados intensivos donde compartió orfandad con otras víctimas del COVID-19 la agitación recorría el pabellón día y noche. El pavor de no volver a abrazar a los afectos. El pánico ante la incertidumbre. El terror de que no hubiera mañana.

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Por Gina Montaner

2020-10-14 10:53:25

Después de recibir una artillería de medicamentos y cócteles experimentales para combatir el COVID-19, el presidente Trump proclamó que no había que tenerle miedo al virus ni permitir que domine nuestras vidas. Lo hizo tras salir de un hospital donde recibió los cuidados más esmerados por parte de médicos que lo han continuado atendiendo en la Casa Blanca.
No pude menos que pensar en mi tío Alex, que murió en Miami a principios de agosto víctima del coronavirus, al leer el comentario del presidente sobre una epidemia que sólo en Estados Unidos ya se ha cobrado más de doscientas mil vidas. “No hay que tenerle miedo al virus”, ha dicho un hombre cuya experiencia con esta enfermedad nada tiene que ver con la de la mayoría de los mortales, que se han visto cara a cara con la muerte desde que estalló la pandemia.
Repasé los últimos días de mi tío que, al igual que tantos pacientes ingresados en cuidados intensivos, no pudo tener la compañía de sus seres queridos en los momentos más duros. Y no dudé de que sintió mucho miedo y desamparo en la soledad de su habitación, sin la posibilidad de que sus hijos o su pareja lo tomaran de la mano cálidamente. La noche antes de morir le dijo por teléfono a mi padre –su hermano- que creía iba a poder superar el bache. Aunque le faltaba el oxígeno, confiaba en los esfuerzos que los médicos estaban empleando para que mejorara. Unas horas después su corazón se detuvo, extenuado tras librar una batalla contra un virus traicionero que también ataca el sistema cardiovascular.
En cuestión de algo más de una semana el hermano menor de mi padre agonizó lentamente con el miedo metido en su cuerpo maltrecho. Y en esa unidad de cuidados intensivos donde compartió orfandad con otras víctimas del COVID-19 la agitación recorría el pabellón día y noche. El pavor de no volver a abrazar a los afectos. El pánico ante la incertidumbre. El terror de que no hubiera mañana. Dominados. Sojuzgados. Avasallados por una epidemia que recorre el planeta en una tournée mortífera.
No tengan miedo. No se dejen dominar por un virus. Como quien se refiere a una nimiedad. Una menudencia. Una nadería. Oigan, una fruslería. Protegido entre algodones y atención de 24 horas. Brebajes experimentales para consumo exclusivo y VIP. Hasta un paseo en limusina para darle la vuelta a la manzana del hospital, aún enfermo y altamente contagioso, por el gusto de saludar a la muchedumbre. ¿Quién dijo que hay que tenerle miedo al virus? Coser y cantar.
Recuerdo a mi tío Alex. Al magnífico periodista español José María Calleja, colega y compañero en el desaparecido CNN+, muerto a los 64 años en un hospital cuando en Madrid la pandemia arreciaba como un monstruo destructor. A mis buenos amigos Tony y Lourdes, aislados cada uno en una habitación de su piso tras contraer el virus; temerosos de no salir adelante y sufriendo por estar separados de sus nietos. Tantas y tantas personas en esta y la otra orilla, literalmente muertas de miedo. O muertas sin más.
Yo sí tengo miedo: por mis queridos padres, que ya son mayores. Por mis hijas, que tienen la vida por delante. Por toda mi familia. Por los amigos de aquí y de allá. Por los vecinos con los que me cruzo cada día. Por los trabajadores humildes, sacrificados y esenciales. Por los que nunca llegaré a conocer, pero sienten y padecen. Por los que sucumbirán en el camino.
Sueño con mi tío Alex. Se nos aparece en una limusina blanca (él la habría escogido antes que una negra) desde donde se despide de todos con un saludo. Veo el miedo dibujado en su pálido rostro antes de decirnos adiós para siempre. [©FIRMAS PRESS]

*Twitter: ginamontaner.