Se ríen de nosotros. Carcajadas vuelan hacia nuestras caras. Sus sonrisas se ven reflejadas en las lágrimas y en la saliva de aquellos a los que pisotean. Se ríen de nosotros y nos da lo mismo. Viven felices a nuestra costa, les damos consentimiento. Somos los culpables de su alegría, objetos de su felicidad, público y actores de un espectáculo amorfo en el que nos han obligado a participar. La presentación ya está en su tercer acto, la obra está a punto de terminar. Los palcos se entristecen por los pocos minutos que les quedan, una deliciosa exhibición de su poderío sobre la mente de las masas.
El escenario desigual que ha creado la paranoia y la pandemia. Las políticas liberticidas que se han presentado como la solución a todos los problemas que nacieron del miedo. El miedo que les permitió moverse como serpientes entre la legalidad y el autoritarismo. Imponiendo sus ideas a base de macana. Saboreando el dulce amargor del poder. Corruptos por la oscura luz de la obediencia ciega. Les gustó la comodidad de esa situación y ahora no quieren salir de ella. Y, cuando la olla a presión explota, señalan y catalogan a los disidentes como terroristas, malos ciudadanos, egoístas, venenosos; les tienen miedo porque el valor es infeccioso, se esparce con el ejemplo y los ejemplos están inundando el mundo.
Resguardados en el cascarón de las mentiras, sorprenden a todos con sus incongruencias, pero la manía de algunos por no abandonar sus dogmas hace que estas se cuelen en lo más profundo de la sociedad. Amparados por el mantra de la sumisión. Recogiendo, pieza a pieza, los escudos del fanatismo. El amor a las ideas infectas con las que son bombardeados constantemente los convierte en participantes de sus huestes. El adoctrinamiento, el miedo a la libre decisión, la incertidumbre por el futuro, la realidad opacada por sus fantasías más oscuras. Esas son las herramientas de su régimen.
Focos localizados han empezado a surgir. El hombre nace libre y es libre de luchar por lo que quiera. Las esquinas de la libertad, los avances a los que nos hemos acostumbrado, son indispensables para la democracia que tanto nos gusta citar. Pánico, miedo, silencio y censura. Un nuevo macartismo, igual de ponzoñoso, igual de dañino, igual de expandido es el engranaje de la colisión social. Armas de una guerra secreta. Espadas y arcos invisibles se desenvainan en contra de la opinión, la justicia y la libertad de expresión.
Se ríen de nosotros. La lustrosa porcelana de su sonrisa nos ciega a través de las cámaras. El éxtasis que les genera el borreguismo exacerbado por los diferentes reúne bajo una sola bandera a miles de lobotomizados. Accionistas de una empresa emocional, colaboradores de la represión; cegados por las mentiras, son incapaces de observar la realidad. La ablepsia generalizada obliga a utilizar los otros sentidos, obteniendo solo una parte del contexto.
Pero, ya han visto, desde hace poco, que sus homilías y discursillos se están quedando viejos, aunque el maravilloso trabajo que han ejecutado a la perfección hace que, ahora que están empezando a vender otras ideas, choque de lleno con el sentimiento de la población. El miedo es un parásito, se cuelga de tus venas e impide que sigas adelante. El miedo es una cadena, un grillete; el miedo es una fogata en medio de un incendio. Pero el miedo tiene una corta vida, se extingue frente al conocimiento. El miedo es la plataforma previa al valor. Al coraje. El miedo es solo la antesala a la valentía. Y ahora, que ya están sonando los tambores finales de este largo tango, el miedo se aparta, se hace a un lado, para dar paso al valor. [FIRMAS PRESS]
*Escritor panameño.